Sección: Semana de la Crítica

Director: Lorcan Finnegan

Guión: Garret Shanley

Reparto: Imogen Poots, Jesse Eisenberg, Senan Jennings, Eanna Harwicke, Jonathan Aris

Sinopsis: Gemma y Tom forman una joven pareja con inmediatos planes de comprar una vivienda para convivir juntos en una ciudad europea sin nombre. De forma casual, entran en contacto con un extraño agente inmobiliario; Martin; junto a él acuerdan visitar una urbanización sita en uno de los extremos de la ciudad. Se trata de un impoluto grupo de viviendas adosadas, planificadas atendiendo a un novedoso plan de desarrollo inmobiliario, cuyo nombre es Yonder. Una vez llegan allí ambos se quedan desconcertantemente sorprendidos por las características de la urbanización: casas unifamiliares, todas pintadas de un verde prístino, extendiéndose hasta el infinito bajo un cielo salpicado de nubes que casi se diría extraídas de un episodio de los Simpson. Cuando los dos deciden que ese lugar no les satisface, Martin desaparece misteriosamente. Gemma y Tom intentan marcharse, pero el vacío de Yonder -ellos no lo saben- está diseñado para que no lo puedan hacer, dando comienzo una impecable pesadilla con la salida cada vez más angustiosa…

Nota: 7.7

Comentario Crítico:

Notable muestra de ciencia ficción contemporánea la que el irlandés Lorcan Finnegan sabe configurar en el que es su segundo largometraje hasta la fecha. VIVARIUM acumula en su modesto y osado bagaje las suficientes virtudes como para considerarla un producto asaz interesante, dada la incontestable soltura con la que el realizador sabe amarrar la más mínima tentación de inferir en su producto una retórica estridente o aparatosa. Concisa y asépticamente perturbadora en todo momento, la película sabe concretarse como una escueta fábula futurista en la que, por encima de todo, prima el aprovechamiento máximo de los escasos, pero esplendentemente alojados elementos de la puesta en escena privilegiada.

Y decimos esplendentemente, porque uno de los rasgos más singulares de esta impertérrita y autoregenerada odisea domiciliaria es su acabado estético, siempre luminoso, colorista, rectilíneo, con muy escasa presencia de seres humanos, fondos paisajísticos rayanos en el dibujo animado, acaso vindicadores de universos tan estoicamente despoblados y reiterativos como los de Matisse o Delvaux. Esa luz tan inalterable como desoladora da cobijo al bucle, a la encrucijada espacio/temporal dentro de la que van a caer presos los dos protagonistas. Gemma Y Tom serán conscientes de que, de modo insólito y terso, han sido hechos cautivos dentro de una pesadilla de carácter geométrico, esquinado y hogareña, con la puerta de salida siempre situada en la de retorno hacia ella

Finnegan se muestra templadamente inspirado en la tarea de situar la tonalidad de su film entre el universo de lo reconocible puro (los dos personajes protagonistas, la búsqueda de hogar que da inicio al film, la apariencia exterior de la casa, el coche en el que llegan) y el de lo reconocible infectado de extrañamiento y desesperación (la ausencia de vecinos, la perspectiva infinitamente reproducida del barrio, el pozo). Dentro de este último, claro está, destaca sobremanera el que sin duda es el hallazgo más deslumbrante el film: el niño imitador, con modales de autómata, llegado desde nunca los protagonistas sabrán donde, que derivará al relato por el terreno del terror psicológico y de la ciencia ficción robótica contemporánea.

Una planificación siempre atenta a que la naturaleza angustiosamente cotidiana y repetida en la que debe reincidir el avance argumental evite el riesgo de la reiteración, una efectiva dosificación de los elementos progresivamente claustrofóbicos, desquiciantes, y el rigor cromáticamente infectado, recluido  y perverso con el que son observados tanto el cúmulo de misteriosas revelaciones empeñadas en el aprisionamiento de la pareja protagonista como en el de las distintas intentonas escapistas pergeñadas por esta contribuyen a que VIVARIUM cumpla con los objetivos de su honesto y no exento de riesgos punto de partida.

Un punto de partida que no escatima una avispada sugerencia crítica al afán contemporáneo de asociar modo de vida a reclusión asemejada, esto es, esta inercia inoculada en las sociedades más avanzadas, desde hace décadas, en la que el ser humano, urbanísticamente, ha convertido en máxima de satisfacción conformar su hogar en viviendas simétricas, calcadas, juntas, remotas a todo rastro de raigambre arquitectónico, urbana y vecinal, cual compartimentos estanco de un organismo superior en el que pareciere vetada la idea de hogar en tanto que nido o núcleo único, erigido según la apetencia de quien ha de ser su morador. En un mundo en el que el paraíso es un adosado, el diablo, por fuerza, ha de tener forma de agente inmobiliario. VIVARIUM reincide en ese averno rectilíneo, en esa fatalidad del ladrillo, el parqué y el jardincito establecidos.

 

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