Título original: Destello bravío
Dirección: Ainhoa Rodríguez
Guion: Ainhoa Rodríguez
Música: Paloma Peñarrubia, Alejandro Lévar
Fotografía: Willy Jauregui
Reparto: Guadalupe Gutiérrez, Carmen Valverde, Isabel María Mendoza
Nota: 8.2
Dos fulgores inesperados han venido a proponer nuestra Celtiberia latente como escenario en el que prestidigitar una suerte de ensoñación entre fantasmagórica y tocable, atravesada de fisgoneante, corrosivo surrealismo despiadado. Desde ambos chispazos se ha curioseado un espejo tan convexo como preciso de un tipo de realidad a la que cuesta asomarse porque nos dice cosas de nosotros mismos que escuecen como llagas curadas con amoniaco y tijeras. Dos pedradas como puños y dos puños como piedras profundas. El cine español se ha infectado este año de un virus insomne e ido. Esperpento y ortodoxia atemporal han sido flotados de la mano de ESPÍRITU SAGRADO, de Chema García Ibarra, y de la obra que ahora nos ocupa, DESTELLO BRAVÍO, de Ainhoa Rodríguez.
El primer largometraje de la extremeña tuvo la responsabilidad de ser el encargado de abrir la edición de este año de ese paraíso del joven cine autoral contemporáneo que es el Festival de Rotterdam. De allí salió escopetado a la primera plana de los titulares más especializados. El arduo, sorpresivo, indefinible trabajo de la realizadora recibía, pues, la recompensa merecida a tan alto grado de compromiso con el escollo difícil de solventar. DESTELLO BRAVÍO cuece un estudio inextricable sobre un ámbito sociológico al que nuestra oficialidad cinematográfica, por desgracia, arrincona con encono, despreciando la valiosísima autenticidad que anida inconsciente de su valía en ese exilio menguante de la España que está llamada a vaciarse de existencias.
Excéntrica de puro genuina, empujada a esa instantánea tensión paralizadora en la que lo represo está a punto de sudar irreverencia largo tiempo apretujada con faja e incienso, DESTELLO BRAVÍO da voz a un clamor femenino condenado a mantenerla callada o, como mucho, a exclamarla por lo bajini, no más allá del eco temblado de un susurro de iglesia. Rodríguez nos traslada a un pequeño pueblo de Extremadura. El fruto de dos años y medio de trabajo y, sobre todo, de nueve meses de convivencia total con los vecinos de la población escogida para el rodaje, estruja en cada plano el peso de ese tiempo con la mirada allí aprendida.
El film, collage osadísimo de muchos formatos (trabajo etnográfico, falso documental, documental ficcionado, ficción con conciencia documental, y ciencia ficción de secano), hace seguimiento escasamente canónico de un grupo de mujeres. No hay hilo narrativo que las trate de poner en relación. El acercamiento es muy aislado, de falsa apariencia aleatoria. La fijeza de los planos casi se diría que abunda en la idea de aprisionamiento. El encuadre, en premonición de celda, de escenario sobre el que interpretar una soledad descarriada a condena. Cada una de ellas es portadora de una amargura en forma de sombra, de imprecisión, de soslayo sepulcral.
Hay una que vuelve a la soledad de su casa en el pueblo tras trabajar muchos años en la vivienda de unos hacendados, otra que regresa borracha de una boda a la soledad de una cama compartida con el mismo de siempre, otra que le dice a su contestador automático profecías extraterrestres que van a pasar y peripecias que no quiere que caigan en el olvido de una desmemoria que llama a la puerta de su nuca, otra que vive rodeada de un beaterío escultural y decorativo que la asfixia como avemarías de un rosario requetesabido, otra que espera a que llegue una asistenta a lavarle la cara y los pechos, otra que se masturba frente al mueble de su comedor, otra que la mira a esta desde la ventana abierta. A todas presta su instante extendido la disposición de una cámara que las atisba agazapada en el celo penitente de su intimidad.
También hay un abuelo que vive solo, al que su hija acude a visitar a diario, un hombre que espera a que retorne a casa la esposa que lo ha abandonado y un grupo de clientes de un bar que dictan la sentencia de su atrevida ignorancia heteropatriarcal. Machismo de copa en mano y de mano en la bragueta para intentar llamar la atención de una mujer que va a comprar churros. La película es una porra de agua bendita que logra salpicar con saña y contento en ese recóndito espacio de calles blancas y lejanas, con el censo de habitantes cada vez más falto de vidas desviadas, inconclusas, vacías de futuro, colmadas de ritos, ovnis monteses y orgasmos convertidos en olvido. Un opíparo festín de bragas hartas de estar quietas en el mismo cáliz, una orgía de rituales remotamente inextinguidos, un aquelarre confesional de postales humanas bautizadas en sabio delirio cinematográfico. Imposible no comulgarlo.
(*) Este listado comprende todas las películas vistas durante todo el 2021 ya sea en sala de cine nacional atendiendo al calendario semanal de estrenos, ya sea en los distintos certámenes cinematográficos nacionales e internacionales a los que hemos tenido acceso, ya sea en plataformas audiovisuales online.