SOY NERO, de Rafi Pitts
Nota: 0
Estamos de acuerdo, cómo no, en que el contenido de un film, obviamente, es una parte fundamental de su andamiaje. Resulta del todo necesario para un creador saber cuál es el fondo de lo que quiere, necesita, se impone a pergeñar. Sin embargo, a estas alturas de la historia, cuando ya queda poco margen para el postulado de asuntos originales que tratar, no deja de ser mucho más cierto que, mucho más allá de la intención de partida, en donde cae realmente todo el peso de la creación es en el cómo aquella queda estimulada. Esto es, un buen film no lo cuaja la importancia, la gravedad o la influencia del tema que trata, sino el camino privilegiado por el realizador para concretarla fílmicamente. Sigue funcionando aquello de que una buena idea resulta muy fácil de desbaratar si quien debe desarrollarla se queda en su mera enumeración. SOY NERO, de Rafi Pitts, por dantesca desgracia, pertenece a esta clase de yerros.
La nueva obra del realizador iraní Rafi Pitts cumple a rajatabla todos y cada uno de los mandatos de ese despropósito llamado conformarse con el reclamo, ampararse en la consternación del titular, reducirlo todo a la presentación de un tema. Esto es, una vez planteada la tesitura central, toda vez que al espectador le es anunciado el cometido central que, en teoría, va a ser desarrollado con presunta voluntad ahondativa, se comete la tropelía de sobredimensionar la presumible pegada de la gravedad planteada y de reducir el necesario desarrollo a una mera especulación gratuita, empobrecedora, proclamada para desperdiciar.
SOY NERO nos traslada a esa encrucijada de voluntades a la desesperada que es la frontera norteamericana con Méjico, para narrar la historia de una de los miles de jóvenes del país hispanoamericano que, de forma ilegal, han decidido saltar la valla delimitadora de los dos espacios, obsesionados con conseguir la nacionalidad estadounidense al llamado del ejército de ese país, que, dada la merma de las incorporaciones a filas de sus compatriotas por causa de la multitud de conflictos bélicos de los últimos años, ha visto en la emigración sin papeles un filón de desesperados, capaces de cualquier cosa con tal de lograr la ansiada documentación. Incluso de alistarse aún a sabiendas de quedar convertidos en fácil carne de metralla enemiga.
La película nos presenta a Nero un joven que, tras nacer en los Estados Unidos en el seno de una familia carente de la nacionalidad, fue deportado a su país años atrás. Habla un perfecto inglés y merodea por la valla fronteriza buscando la oportunidad de dar el salto. Ésta no tarda en llegar. Cuando lo consigue, su primer objetivo es el de buscar en Los Angeles a su hermano mayor, para después solicitar el ingreso en las tropas militares. Lo dicho. Muchas son las formas de acometer un tipo de denuncia, un análisis sociohistórico de una determinada situación que sucede en nuestros días. La mayoría de ellas, en principio, validísimas. Ahora bien, el dislate cometido por el autor de IT´S WINTER resulta la peor de ellas, pues sólo es capaz de atender al más preclaro de los dictados del despropósito gratuito, vago y superficial.
Pitts, literalmente, no sabe qué hacer con el conflicto de su personaje central. La suya es una mera amalgama de escenas huecas, inconexas, ralentizantes, extenuadas, que convierten la incuestionable pertinencia revelante de su proyecto en un irritante cúmulo de despropósitos, tanto de guión (ese reencuentro con el hermano, la nula explicación del aprendizaje, las distintas reacciones de los personajes –la del sargento, la del helicóptero, la suya propia corriendo a espacio abierto- tras el atentado), como de realización (innecesario alargamiento de todas las escenas, incompetencia absoluta para la escenificación de los enfrentamientos militares). Una pena. El interés y la gravedad del hecho al que se trata de dar pábulo mediático, por causa de semejante cascada de barbaries escénicas, queda convertido en abominable coartada para la desesperante exhibición de flaquezas que el director tolera sin piedad.
GENIUS, de Michael Grandage
Nota: 5
No es la primera vez que, desde estas páginas, se ha mostrado los prejuicios al temible género del biopic: esto es, realizar una semblanza biográfica de una figura importante tratando de condensar en el exiguo metraje de un film la vida entera del emérito escogido para la ocasión. Hemos aseverado siempre nuestra preferencia por, cuando se muestra como objetivo narrrativo el acercamiento a una celebridad, optar por ceñirse a un pasaje concreto para, desde la profundización en ese punto crucial de la vida del personaje escogido, establecer una suerte de visión generalizada competente. Desde ese punto de vista, la idea de partida de GENIUS se antoja como enormemente interesante puesto que trata de abordare uno de los periodos de confluencia biográfica más fundamentales de la literatura norteamericana del siglo pasado.
GENIUS da cuenta de la relación laboral y de amistad que surgió entre el muy influyente editor neoyorquino Max Perkins y el escritor Thomas Wolfe, para muchos, auténtico hito de la narrativa estadounidense, referente indispensable de Kerouac, Roth y otros muchos coetáneos de ambos. El primero fue el editor de auténticos indispensables como S. Fitzgerald y E. Hemingway. El segundo, tras seguir los consejos que el experto editor le iba sugiriendo, fue capaz de dos monumentos literarios como LOOK HOMEWARD, ANGEL y OF TIME AND THE RIVER. El encuentro entre ambos, motivado por el hecho de que Wolfe le envió a Perkins un extensísimo manuscrito del primer título de los citados, sirvió para que el escritor supiera domesticar su irrefrenable capacidad escritora.
El film toma la sabia decisión de iniciarse en el preciso momento en el que el editor está corrigiendo los papeles escritos prestados por Wolfe. A partir de ahí se centra en la fértil, problemática, absorbente influencia que uno y otro ejercieron entre sí, movidos por una mutua y fructífera admiración. El guión sobre el que el debutante Michael Grandage trata de escrutar en esa apasionante convivencia literaria incide sobre todo en los esfuerzos que tuvo que realizar Perkins para que Wolfe aprendiera a condensarse, a resumirse, a autocontrolar la fascinante voracidad creadora que poseía y que le llevaba a la escritura de textos larguísimos, imposibles por tanto de editar. Las grescas más importantes habidas entre ellos las originaba el continuo cuestionamiento del literato a las órdenes de supresión que, constantemente, le imponía el segundo. Eso sí, jamás como censura, como acción de superioridad lectora, sino por el puro beneficio de la obra resultante y del esfuerzo de su autor.
El film luce una formidable puesta en escena, en la que destacan todos los elementos de producción, vestuario y fotografía. La recreación de ambientes es magnífica. La interpretación de los actores es muy acertada, sobre todo por parte de Colin Firth. Sin embargo, la bisoñez del realizador juega en contra del resultado final, pues pesa sobremanera un cierto afán conciliador, que hace que el debate entre ambas posturas no logre la fiereza, el grado de tensión, la facultad de trascender al problema de la tarea creadora, entendida como fluido que saber amansar, pulir, encaminar hacia un territorio de consenso con la voluntad generatriz. El resultado es un film mucho más falto de contundencia del que debiere lograr. Se echa de menos el pulso y la capacidad auscultadora de un autor mucho más capacitado para el noble encarnizamiento dialéctico y para la afilada chispa agresiva.