La verdad sea dicha, si en años anteriores, a la hora de confeccionar nuestro listado de mejores películas de cine hecho en nuestro país, hemos lamentado la dificultad que la baja calidad de la cosecha imponía a nuestra tarea, el presente 2016, afortunadamente, nos ha deparado la sorpresa diametralmente opuesta. Nos complace reconocer que nuestra cinematografía ha sido capaz de brindar al espectador acostumbrado a ir a las salas una excelente lista de obras. A pesar de las enormes adversidades que supone dedicarse al Séptimo Arte dentro de nuestras fronteras, más aún cuando aún nos hallamos inmersos en la sabida crisis económica, y cuando, desde las instituciones públicas apenas sí se muestra interés en intentar cambiar el rumbo de las cosas, estamos disfrutando de la pujanza de una generación de jóvenes realizadores empeñados en que la realidad cinematográfica vire a territorios fecundos, inexplorados, que nos sitúan en la onda del cine contemporáneo más inquieto.
Por eso nos parece muy indicado dejar constancia de una queja. Resulta particularmente oneroso, pacato y frustrador asistir al espectáculo lamentable que supone que toda una Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de la espalda a semejante plantel de magníficas concreciones fílmicas. Sólo cabe tildar de miserable y repugnante el vacío que en la reciente notificación de los nominados a la próxima entrega de los Premios Goya se le ha hecho a esa punta de lanza de cine renovador, marginal, distinto y vanguardista, premiadísimo en los circuitos de los festivales internacionales. Es inconcebible la nula opción dada a LA ACADEMIA DE LAS MUSAS, de José Luis Guerín, a MIMOSAS, de Oliver Laxe, a LA MUERTE DE LUIS XIV, de Albert Serra, a LA RECONQUISTA, de Jonás Trueba, o a LA MADRE, de Alberto Moráis. Burdo, pacato, injusto e insufrible, que quienes más tenían que mimar, promocionar y tratar de estimular esa savia de necesaria vocación autoral opten por genuflexionarse al dictado de otros criterios mucho menos arriesgados.
Así pues, dentro de este año en el que cabe resaltar la confirmación del estimulante momento que está cuajando el thriller patrio, nuestro listado definitivo, atendiendo únicamente al criterio temporal que define todo el cine visto por nuestros colaboradores, ya sea en circuito comercial, ya sea en los certámenes cinematográficos a los que hemos asistido, desde el 1 de enero de hasta el 18 de diciembre de 2016, el listado de MUSICZINE.ES, en lo referente al cine español es éste:
13) LOS MUTANTES, de Enrique Azorín, por la plausible franqueza en el reclamo de su incipiente radicalidad; por la espléndida secuencia dentro del cine en el que realizadores y alumnos se enfrentan a la sinceridad de sus propios juicios.
12) OMEGA, de José Sánchez-Montes y Gervasio Iglesias, por la justicia cinematográfica que se le hace a uno de los incuestionables monumentos musicales de las últimas décadas de la música española; por el interés del material audiovisual rescatado; porque no se conforma con ser la mera enumeración de esa novedad; por la memoria de Enrique Morente.
11) LA MADRE, de Alberto Morais, por la madurez creativa dirimida por su creador, porque es su mejor obra hasta la fecha, por la fluida combinación de crudeza naturalista y resortes de ficción, haciendo que se incorporen a nuestra cinematografía los modos de, por ejemplo, los hermanos Dardenne, y por la sincera aportación de su joven intérprete principal.
10) OLEG Y LAS RARAS ARTES, de Andrés Duque, por la severa, tolerante, frágil y espontánea radiografía urdida en torno a la singularidad de un ser excepcional, al que se le sabe prestar el espacio encuadrativo que éste necesita para expresarse.
9) DEAD SLOW AHEAD, de Mauro Herce, por la plausible y reflexionada habilidad con la que convierte al material documental desde el que parte en una relato de herrumbrosos tintes fantasmagóricos; por el denso postulado de su atrevimiento.
8) KIKI, EL AMOR SE HACE, de Paco León, por la impecable seriedad con la que su autor sabe acometer la que, sin duda, es la comedia española del año; por la franqueza y la desenvoltura con la que aquel se enfrenta a un producto diametralmente opuesto a sus dos soberbios films anteriores; por la voluntad claramente innovadora que se atreve a imprimir a su trayectoria; por saber no renunciar a sus presupuestos creativos adaptándolos a un vehículo expresivo disímil; y por la frescura, el donaire y la fluidez con la que resuelve el difícil reto de un film coral, atravesado de muy distintos vericuetos narrativos.
7) EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS, de Alberto Rodríguez, por la tremenda valentía asumida a la hora de afrontar un reto tan poco asumido por el cine español como es el de aprovechar como materia narrativa hechos históricos recientes; por la sagaz disección del pútrido paisanaje humano en el que se mueven los hechos; por la afirmación del avispado estilo narrativo clásico de su autor; por la tremenda firmeza con la que está emplazada la crónica periodística, el género del thriller político y la reflexión de calado historicista llegado hasta nuestros días; y por el apasionante juego de apoyos interpretativos que obsequian Fernández, Coronado y Santos.
6) QUE DIOS NOS PERDONE, de Rodrigo Sorogoyen, por la inquebrantable franqueza con la que su autor decide mutar de estilo con respecto a su obra anterior; por la contundencia con la que está resuelto este viraje; por la palpable, furibunda mostración de la sordidez, la insanía y el desamparo ético y existencial en el que se mueven los personajes; por la creíble decrepitud de los distintos espacios enmarcados; por el milimétrico acercamiento a las distintas personalidades de sus dos protagonistas; por la arrolladora verosimilitud chulesca con la que un inmenso Roberto Álamo salda su complejo personaje.
5) LA RECONQUISTA, de Jonás Trueba, por la afirmación de un realizador inasequible a su genuina gramática creadora; por el esfuerzo en la transparencia; por el regalo de su sostenida delicadeza; por el combate frente al romanticismo imponiendo romántica pureza; por lo incombustible de su encanto brotador.
4) TARDE PARA LA IRA, de Raúl Arévalo, porque es la irrupción más fulgurante del año; por lo inesperado de la madurez demostrada por un debutante; por lo perfectamente adaptados que se hallan los códigos del thriller norteamericano a la realidad y los parámetros ambientales de nuestro país; por el coraje demostrado en el empeño; por la rabia, la combustión y la inclemencia con la que está observada; porque posee la escena del año (la del gimnasio en la que aparece el personaje de Manolo Solo); por la tremenda verosimilitud que deparan Luis Callejo y Ruth Díaz.
3) LA MUERTE DE LUIS XIV, de Albert Serra, por la coherencia con los radicales postulados autorales esgrimidos en la filmografía de su autor, al mismo tiempo que éste entrega su obra más asimilable, serena, concentrada; por la apasionante exigencia escenográfica que impone la opción espacial elegida; por la densa apropiación del punto de vista obligado por los yaciente estertores de un insigne ser humano; por el desencadenado caudal de reflexiones históricas, éticas, morales, humanas y ensayísticas que depara su contemplación; por Jean Pierre Leaud.
2) MIMOSAS, de Oliver Laxe, por la misma existencia de su empeño; por la suicida vocación narrativa desde la que parte su exigente postulado genérico; por el atractivo de un relato que tiene como objetivo la ofrenda de un relato de aventuras elevado a la más depurada de sus potencias; por el agreste, incómodo y corajudo giro agazapado que sabe descerrajar; por la belleza intensa de su desmarque; por el extremado recelo sensorial e intuitivo con el que se fragua su arenoso interrogante.
1) LA PRÓXIMA PIEL, de Isaki lacuesta e Isa Campo, por la extremada cautela mostrativa con la que los realizadores resuelven la captación de un grupo humano acribillado de desequilibrios íntimos, ocultos, latentes; por la vívida agudeza con la que todos los personajes son inscritos en las especialísimas características geográficas por las que transcurren los hechos y sus interrelaciones; por la sabia convocatoria de ciertos códigos propios del melodrama, todos ellos arrimados con ferocidad a las necesidades naturalistas, despojadas de estilización que reclaman los realizadores; porque sabe pincelar al mejor protagonista del cine español de este año; por la generosidad vibrante, férrea, verosímil y vidriosa mediante la que Álex Monner esculpe ese personaje inolvidable; porque es el FURTIVOS del cine español del siglo XXI.