UNSANE, de Steven Soderbergh
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A Steven Soderbergh le resulta difícil no asumir la tarea de realizador cinematográfico como la de un juego. Cada una de sus obras no deja de transmitir la sensación de que están impelidas por el capricho disfrutador de sus manos. Son como cachivaches, como chismes, como juguetitos. Es tan variopinto e incatalogable el surtido de géneros tocados y manipulados que, más que trayectoria, uno definiría al conjunto de su obra como el de un catálogo. No cuesta imaginarlo como a alguien adicto a las compras más difíciles de un Ikea: yendo a por ellas, llevándolas a casa, sacando el objeto por partes de la caja, ponerse raudo a la tarea, para no salir del habitáculo hasta dejar montado el objetivo. Y a por otro. Eso sí, sin preocuparle jamás la calidad de aquel. En Soderbergh, lo importante es el atractivo de partida del producto, el desafío global, mucho más que la solidez última del producto en sí. De ahí que durante los últimos años no cese de poner su rúbrica a ejercicios simpáticos, curiosos, en los que queda tan evidente su sapiencia realizadora como su desentendimiento por la hondura del resultado final. El norteamericano sigue sabiendo sobreponerse sin mácula a ese milimétrico ardid que es el de aparentar ofrecer mucho más de lo que se da.
UNSANE calca impecablemente esta regla. Tenemos al autor de OCEAN´S ELEVEN frente a un nuevo antojo: rodar una película en tanto sólo siete días y sin cámaras al uso, sino con un Iphone. Íntegramente. Esa es la arbitrariedad en esta ocasión. El punto de partida maniático desde el cual va a desplegar su astucia mutante. A partir de ahí una trama que se adecúe, se postre a las exigencias por aquel dictaminadas, de tal modo que esta no trastoque el dispositivo establecido reclamando una posible variación o advirtiendo de que semejante requerimiento plantea contradicciones insalvables. Con este orquestado mimbre de indicaciones, cual si de un prospecto farmacéutico se tratara, solo resta el disfrute en el proceso de elaboración, que es, lo ha confesado muchas veces, la parte de su trabajo que más le fascina. UNSANE evidencia soberanamente esta febrilidad de utensillo, pero, como pocas veces antes, pone de manifiesto que el apego por la trampa corre muchos riesgos. Y los indisimulados de aquí lo llevan directito a la más onerosa de las debacles.
La película narra las desventuras a las que se ve sometida una joven, que al tomar consciencia de que están ahondándose una serie de obsesiones mentales, decide acudir a una clínica a que la ayuden a solventarlos. Nada más ingresar en ella será la víctima de una serie de fatales imprevistos que la obligarán a permanecer encerrada contra su voluntad en ese centro psiquiátrico, en compañía de peligrosos internados y de miembros de la plantilla médica que la acogen con muy aviesas intenciones. El film se ampara, pues, en ese reconocible canon del héroe enclaustrado a su pesar, que deberá sortear toda una serie de clausuras para salvaguardar su salud mental, demostrarla y escapar al complot orquestado a su alrededor… o por su incontrolada demencia. Contra pronóstico, UNSANE se afilia a este parámetro no sólo sin aportar ninguna novedad más que la del formato con el que está ejecutada, sino que desde una condescendencia con el tópico morrocotudamente dantesca.
UNSANE sólo está trabajada por fuera. Es cierto que está diseñada formalmente con atractivo. Soderbergh apura al máximo y con pertinencia el tamiz granulado, opaco, sin profundidad que le reporta la singladura técnica citada anteriormente. Durante el primer tercio del film disfrutamos de una puesta en escena calculada, de ritmo y montaje bien aliados con la tesitura por la que transcurre el itinerario hacia la sinrazón de la protagonista. Nada nuevo, por otro lado, pues Soderbergh ha demostrado siempre un solvente domino de esas parcelas. Sin embargo, toda vez que la protagonista queda encerrada en la clínica psiquiátrica, el film da un vuelco inesperado y se precipita por el paradigma del hilo narrativo liderado por psicópata controlador. A partir de ahí se evidencia de modo vergonzante el grave agujero que Soderbergh no ha querido rellenar, ni, por supuesto, enmendar desde el principio. No con Iphone ni con tomavistas de principio del siglo XX. El guión de UNSANE es un bochornoso atajo de boquetes. Un supino catálogo de patadas en la retina del espectador, sólo válido para telefilms de sobremesa dormida a plomo. La batería de la verosimilitud y la credibilidad se le agota enseguida. De resultas, su validez comunicativa es la misma que la de ponerse a buscar cobertura con un peine.