TRINTA LUMES, de Diana Toucedo
Nota: 8
En la breve intervención que Diana Toucedo hizo en el pase de la película que tuvo lugar en el Kino International de Berlin durante la presente edición de la Berlinale, dejó muy clara la idea de viaje como circunstancia generatriz, como elemento germinal de este proyecto. TRINTA LUMES es la consecuencia al viaje de reconocimiento de su tierra gallega que ella necesitó hacer tras muchos años de vivir en Barcelona. Mas no solo eso es lo importante de esta aventura gestada a lo largo de seis años. El viaje principal que la habita dentro es, según ella, el que propone que el espectador haga a través de sus imágenes. Una vez vista, cabe decir que TRINTA LUMES consigue transportarnos con celosa plenitud. Pero no únicamente a un espacio concreto, sino a la misma idea intemporal, difusamente real, ilusoria e intangible de viaje que emerge desde el apego intuitivo y sospechado con el que encuadra la agazapada concreción del paisaje encuadrado. Un espacio al que Toucedo mira para verle lo que este no es, encubre, atesora sin ser visto.
TRINTA LUMES, en principio, por lo tanto, principia su propuesta con la observación sobre un paraje geográfico gallego poco conocido, enclavado en un lugar de acceso escarpado, montañoso, difícil. Se trata de O Courel, en Lugo, un espacio marcado por la desconocida cordillera del mismo nombre. Sobre él, Toucedo pone el objetivo de su cámara, aunque muy pronto vamos intuyendo que su oteamiento distará mucho de ser meramente fotográfico. Algunos planos hechos sobre distintos rincones del lugar, en los que no aparece figura humana alguna, pero sobre los que se superpone el grito alterado de una voz que exclama en voz alta el nombre de Alba advierten de que el posicionamiento de la joven realizadora va a superar la observación superficialmente descubridora, informativa, clásicamente documental previsible. La ida de búsqueda, mediante la alarma expresada por esa voz, se activa en ese momento para no cesar de ser blandida jamás. Ni en el sentido físico, ni, sobre todo, en el que lo trasciende, en el que permite ser exudado a través de la magnitud invisible del paso de los vivos por él. Y también de los muertos. De los que se fueron para no dejar de irse jamás.
El film se constituye como un complejo y fecundamente solventado dispositivo escénico, en el que la mixtura del material de naturaleza documental y el que inocula la directora con afán moteada y sigilosamente ficcionado derrama una prodigiosa significación sensorial, latente, humedecida de ancestral musgo fantasmagórico. Su potencial hay que encajarlo por lo que la contemplación del interior de cada plano abunda en la extracción irreal que la directora pretende sobre el espacio, en apariencia, visto, reconocido. Toucedo se impone el objetivo de que a través de sus imágenes el espectador acceda a la importancia que para ese lugar de vida decreciente, resistidora, escasamente poblada tiene el mundo del más allá, el mundo viviente de la tradición oral, las supersticiones, las creencias y, como no, de los muertos.
El modo en el que la realizadora resuelve el complejo reto de evidenciar esta finalidad y capturar visualmente la extensión tan inaprehensible como categórica de esa alteridad latente es osadísimo y, al tiempo, gravitantemente idóneo. Las imágenes del fin saben descubrirnos los hábitos de los moradores de O Courel (la caza, la recogida de castañas como método de ganarse la vida, su habitualidad en el hogar, la cocción del pan, el esfuerzo de llevar los niños a escuela, la importancia de los mercados, el cuidado del ganado) y también el de quienes se fueron a la otra vida para quedarse en esta en forma, quizás, de luz bajando por la montaña, de sombra expectante, de pesadilla nocturna, de cazador escondido de niñas, de presencia inexistente, de ausencia cercana, de hueco, de piedra, de cascada, de inacabada muerte sonámbula.
MY BROTHER´S NAME IS ROBERT AND HE IS AN IDIOT, de Philip Gröning
Nota: 0
Exasperante como la espera de un vuelo retrasado, sin hora nueva de salida anunciada, en el primer día de tus vacaciones. No le cabe otra comparativa a esta engreída, petulante y desquiciada reflexión sobre los lazos fraternales que el germano Philip Gröning trata de coordinar en este burdo estancamiento de banalidades ufanadas que es MY BROTHER´S NAME IS ROBERT AND HE IS AN IDIOT. Gröning se toma la tarea de escudriñar en ese particular afecto familiar con un celo tan minuciosamente enfermizo, tan ralentizadamente engolado y tan enfrascado en naderías que, por desgracia, para quien lo contempla no tarda en convertirse en suplicio soportarle el capricho a dos bandas.
El film viene a radiografiar las turbias relaciones existentes entre Robert y Elena, dos hermanos que viven en un entorno no urbano, extensamente agrícola. Elena está preparando su examen final de filosofía y le pide a Robert, mayor que ella, que le ayude. Para ello se trasladan hasta a un enorme campo de trigo. Allí, durante una radiante y calurosa mañana de estío, acuden con el material necesario para la tarea. Cerca de donde se instalan hay una gasolinera, a la tienda de la cual irán acudiendo a comprar bebida y tabaco. Gröning privilegia una severa y minuciosa observación sobre los protagonistas. La cámara no los abandona para no perder detalle de lo que tocan, lo que discuten, lo que apuestan, lo que contemplan. El relato abandona cualquier intención narrativa para quedar reducido a la intromisión de la intimidad establecida entre ellos. Vemos enseguida que su relación es puntillosa, cercanísima, inestable y muy cómplice.
El problema del film es que en ningún momento se le atisba otra intención al director más que la de obsesionarse con los dos personajes mucho más de los que estos lo hacen entre sí. El film arranca, se desarrolla y, mucho antes de que concluyan los casi 180 minutos del descarado, excesivo, calamitoso, metraje, se agota en su estrambótica futilidad. Para colmo de males a Gröning, como guionista, no se le ocurre otra cosa que enredarse en disquisiciones filosóficas de camping playa, aprovechando el motivo que lleva a los protagonistas hasta el lugar en el que los espectadores tenemos el dudoso gusto de conocerlos. Un film estancado de prepotencia, aturdido de gratuidad, excedido de irrelevancia, odioso por obligatoriedad.