Dark Blood

El film kazajo HARMONY LESSONS depara perversión con causa y la sudafricana LAYLA FOURIE no sabemos por qué ha venido a depararnos lo que nos depara.

DARK BLOOD, de Georges Sluizer

Nota: 4.5

Desde luego, no se antoja  tarea fácil analizar un film de las características de éste. Resulta imposible hacer abstracción de los hechos extracinematográficos que la rodean y que han conducido a que sea en esta Berlinale 2013 cuando haya podido tener lugar el estreno de un film que debiere haber sido presentado ante el gran público en 1994. 

De sobra conocido por todos, DARK BLOOD es el film que dejó inconcluso el finado actor River Phoenix. Una letal ingesta de alcohol y drogas lo dejaba fulminado a la salida del Viper Room, local regentado entonces por Johnny Deep, en presencia de su pareja y de sus hermanos Rain y Joaquin. Faltaban diez días para que el rodaje concluyera. Sólo restaban unas cuantas escenas de interior que compartía con la actriz Judy Davis. Tras el fallecimiento, el francés Georges Sluizer, su director trató de recuperar el material rodado que la aseguradora del actor se había apropiado. No lo ha podido recuperar hasta hace muy poco. 

En unas escuetas y emotivas palabras pronunciadas por el  propio director al comienzo de la película,  éste nos cuenta que la recuperación de una larga enfermedad le ha empujado ha “concluir” el que era su proyecto, puesto que siempre había pensado que era una verdadera pena que todo el esfuerzo empleado en la producción de lo rodado estuviera condenado a una discreta desaparición. Su decisión final ha sido intercalar su propia voz narrando el contenido de las escenas que le faltaron por rodar al actor. Sluizer se muestra sabedor de que el resultado final no es el que hubiera debido ser, pero la que vemos viene a ser “la tercera pata de una silla, que hace que ésta no se tambalee”.

Claro está, evidentemente una cosa son las intenciones y otra bien distinta su concreción final en la pantalla. Una vez contemplada ésta, aunque cueste reconocerlo tras escuchar las sensibles explicaciones del realizador, cabe convenir que DARK BLOOD es un film que no supera su propia inconclusión. El recurso empleado por el director para emplazar en imagen las partes de la historia que no fueron rodadas se antoja a todas luces insuficiente, entorpecedor, desconcertante, pues, además, el film intuido tras éste apaño desesperado tampoco da la impresión de que fuera a estar llamado a una valoración máxima.

El film narra las desventuras de un matrimonio de actores que han decidido regalarse una segunda luna de miel para tratar de superar un incisivo bache afectivo. El itinerario, a bordo de un Bentley,  es un desierto de la Norteamérica profunda e india, que décadas atrás fue espacio en el que fueron realizadas intensas pruebas nucleares. Una avería del automóvil hace que la pareja entre en contacto con Boy, un joven de raíces indias, que vive solo en ese insólito paraje dentro de una estrafalaria vivienda situada al borde de un bellísimo cañón del desierto. Lo que en un principio, sobre todo a ella, resulta sorpresivo y estimulante, poco a poco, va deparando una progresiva incomodidad, pues Boy va a ir revelando una personalidad llena de claroscuros que agudizará la fragilidad de los lazos afectivos del matrimonio.

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El film es un ejercicio muy irregular, lleno de altibajos, en el que sólo adquiere un inequívoco valor la aportación,  como telón de fondo y como elemento agobiador de pegajosa y alarmante intensidad, del bellísimo pasaje en el que se enmarcan los hechos. La película cuaja sus mejores momentos cuando se aleja de la insoportable, estrafalaria y patética relación dirimida por la pareja de actores en crisis de amores mutuos. De ahí que casi todo él sea insuficiente, puesto que el peso dramático de la función se sostiene sobre ella. 

DARK BLOOD dirime una contemplación antipática.  El conflicto central chirría, se hace irrisorio y cansino,  en un espacio desierto, arrasado, seco, inclementemente luminoso, de un color ocre hipnótico, pululado de  autóctonos expectantes, que hubiera debido de ser aprovechado mucho más en los aspectos que apuntan a una suerte de extraño western postnuclear y contemporáneo. La “resurrección” de River Phoenix, vista ahora, dota a la imagen en un primer momento de una fantasmagórica intensidad, que desaparece muy pronto porque, como ha quedado dicho, justamente las escenas de interior que visualizaban su acercamiento a Buffy son las que su muerte imposibilitó. 

Comprendemos, pues, los motivos del realizador en su empeño, pero, una vez vista, DARK BLOOD no hubiera debido de salir de su videoteca particular.

ARMONY LESSONS, de Emir Baigazin

Nota: 7.5

Atractivo debut en el terreno del largometraje el que nos ha deparado el kazajo Emir Baigazin con esta inquietante HARMONY LESSONS. La película impone esa grata complacencia realizadora que acaece cuando se visiona una obra cinematográfica que está a la altura de la acuciante complejidad desde la que se ve generada. En esta ocasión, además, la satisfacción es mayor dada la bisoñez creadora que quien ha sido capaz de pergeñarla: si es capaz de no insistir en algunos desajustes y de afirmase y ahondar en los hallazgos exhibidos, a Baigazin le auguramos un futuro más que prometedor.

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La película nos transporta hasta un paraje de la desconocida nación kazaja. En ella vive con su abuela Aslan, un adolescente introvertido, aislado, que, tras sufrir en el transcurso de una revisión médica escolar una ominosa afrenta propiciada por la actuación burlesca del alumno más vil del colegio, Bolat, se ve condenado a una exclusión por parte de todos sus compañeros. El carácter ya de por sí taciturno, mutista, conformado e insondable de Aslan se torna poco a poco más extraño. La llegada de un nuevo alumno a la clase propiciará un cambio de acontecimientos.

Lo que más llama la atención de la propuesta orquestada por el joven director es la forma que tiene de visualizar los acontecimientos y, fundamentalmente, el comportamiento del protagonista. Mediante planos siempre fijos, muy estáticos, duraderos pero no alargados, que aprovechan aviesamente la posibilidad de un reencuadre mediante la mostración de una puerta, un espejo o una ventana, la cámara de Baigazin adopta siempre una radical imparcialidad mostrativa que no dirime ni un ápice de culpabilidad, ni de enjuiciamiento, ni de clemencia, ni de apego por la acción encuadrada. Esa frialdad expositiva choca con la muchas veces inquietante escenificación visualizada, provocando un distanciamiento que abunda en la intensidad absorta y perversa de ese hecho escenificado. La frontalidad de la violencia, por lo tanto, queda así justificada, puesto que se halla inscrita en calidad de aporte descriptivo turbador, nunca como subrayado morboso prescindible.

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Baigazin, por lo tanto, aporta, impone a la narración de los hechos y a la descripción de las acciones de Aslan el punto de vista propiciado por la personalidad de éste. El ritmo de la película se adhiere a esa austera, fría, doliente, maquinadora e impredecible impenetrabilidad con la que se le caracteriza desde el primer momento. El film viene a deparar el calmado y complejo retrato de un callado enfermizo, todo el urdido mediante  un revoltoso catálogo de pequeñas violencias domésticas y de vejatorias violencias colectivas e institucionales, todas ellas imbricadas con honestidad y justificación y, sobre todo, dosificadas con un respeto hoy en día más que loable. 

HARMONY LESSONS viene a ser un jugoso y personal ejercicio cinematográfico al que se le intuyen ecos bien asimilados del surcoreano Kim Ki-Duk y del maestro nipón Takeshi Kitano. Le esperamos al kazajo la próxima. Con que le salga como ésta, quienes hemos sido gratamente sorprendidos con lo bregativo y lo poderoso de su estilo visual nos daremos más que satisfechos.

LAYLA FOURIE, de Pia Marais

Nota: 3

Completamente decepcionante esta coproducción germano-sudafricana dirigida por Pia Marais por cuanto que se pierde la ocasión de aprovechar al máximo el acercamiento presente a un paraje tan desconocido como el del vasto país del sur del continente africano, en el que hasta hace relativamente bien poco estaba impuesta esa xenófoba legalidad vigente llamada “apartheid”. 

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La película de Marais nos presenta a un, en principio, potentísimo personaje femenino que es el que le da nombre. Layla es una joven mujer negra, madre soltera de Kane, un avispado chaval de siete años. Trabajadora incansable, Layla es convocada para ejercer el primer empleo gracias a los estudios que ha concluido sobre el uso de detectores de mentiras. 

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El único impedimento es que aquel es lejos de su hogar y se verá obligada a llevar a Kane hasta la ciudad en la que debe cumplir su labor en una empresa que quiere contratar a gente para un casino. En el traslado hasta aquella, durante la noche, debido a un fatal despiste, Layla atropella a un hombre que tenía su vehículo averiado. La cosa no acaba nada bien y la madre deberá depender de la cautela que tenga su pequeño con los hechos de los que ha sido testigo.

Son varios los problemas que inhabilitan la labor de la directora. El primero de ellos, sin duda, la incompetencia de un guión trufado de coincidencias inoportunas, hechos inexplicados y soluciones dramáticas aún más erradas. La intensa adherencia que la cámara impone al personaje femenino central choca abruptamente con la palmaria torpeza e inexactitud de las decisiones y los hechos que le toca padecer. De tal forma que la verdad sobre la geografía degradada, inhóspita y peligrosa que la imagen tolera como escenario de fondo es tirada por la borda de inmediata debido a la indefinición flagrante con la que están (mal)ordenados los confusos giros dramáticos que acumula este film a todas luces deficiente.

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