Promesas Del Este Portada

 

 

Título original Eastern Promises

Año 2007

Duración 99 min.

País Reino Unido

Director David Cronenberg

Guión Steven Knight

Música Howard Shore

Fotografía Peter Suschitzky

Reparto Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Mueller-Stahl, Sinéad Cusack, Donald Sumpter

Productora Focus Features / BBC Films

Valoración 9.5

 

El baño de clasicismo agredido que David Cronemberg se dio en la soberbia UNA HISTORIA DE VIOLENCIA sigue empapando tenebrosamente el transcurrir hierático y viscoso de esta obra maestra que es PROMESAS DEL ESTE. El siempre inquietante autor de CRASH alcanza aquí tal grado de exquisitez caníbal que la uñada de su contemplación la sienten nuestras retinas cual astilla de terciopelo ensartada en plena oscuridad expectante. Este canadiense tranquilo y capaz, este orfebre carnicero sin cuchillo, sigue imperturbable haciéndonos partícipes de sus privadas ceremonias feroces. Y, como ya ocurrió en su anterior colaboración con ViggoMortensen, lo hace serenando la hendidura de su tajo tras un estilo nuevo. Mejor dicho, tratándose del creador de LA MOSCA y  EXISTENZ, hablaríamos con más propiedad, si, para aludir a tal viraje expresivo, empleáramos el verbo engendrar.

Cronemberg ha engendrado un  Cronemberg en apariencia distinto, un “otro” prescindidor de monstruos y alteraciones generadas orgánicamente, que parece muy gustoso de haberse administrado a sí mismo el virus desdoblador que infecta la totalidad de sus producciones. Cual si de la dependencia umbilical habida entre los dos gemelos protagonistas de la portentosa INSEPARABLES se tratara, esta mutación a la serenidad y al laconismo, sí, estimula un Cronemberg  lineal, conciso, efectivo, rehusador de alucinaciones, delirios y retóricas colindantes... pero que, como no podía ser de otra forma –esa que veneramos sus devotos-, acaba sucumbiendo al poderoso influjo de ese Cronemberg primigenio, cuya obcecación perversa, secretante y corpórea le ha permitido erigir  uno de los universos creativos más subyugantes del cine contemporáneo.

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Engullir sus dos últimos títulos supone ser partícipe de una liturgia virtuosísima, dentro de la cual el director trasciende toda su creación hasta la fecha para clarificar un Cronemberg recompuesto. Un Cronemberg que juega a disimularse,  tras un enigma en el que la solución última, encubierta,  es él en estado puro.

Este falso requiebro,  ya instituido en UNA HISTORIA DE VIOLENCIA,  corroe mediante solemne penumbra la espina dorsal de PROMESAS DEL ESTE. El presunto clasicismo  al que se adhiere el realizador le sirve para canalizar la firmeza narrativa que precisa el relato. Esta historia de una enfermera buena que, sin saberlo, se interna  en ese territorio vedado a la ingenuidad que es el ámbito sometido al poder de la mafia, acaba, pese a su apariencia canónica, por dejar traslucir las señas de identidad sensitivas que caracterizan a su autor. Impacta ir advirtiendo que éstas no están proclamadas con la evidencia visceral, cárnica y extrañante de los primeros tiempos, sino que están enmascaradas entre los elementos que configuran la estructura narrativa de la historia.

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La pulsión desasosegante que desprende la feroz captación del cuerpo humano que ha impuesto siempre el canadiense, hay que buscarla aquí en la naturaleza convulsa de un relato implacablemente nítido, que el autor de EL ALMUERZO DESNUDO enluta, castiga y cuestiona con temple de carcoma. Cronemberg no flagela la mirada del espectador, sino que la succiona, fustigando una  muy determinada concepción narrativa que, situada en las antípodas de su preferencias creativas, hace suya por completo. No hay adaptación al clasicismo.Cronemberglo utiliza, se sirve de él  embistiéndolo molecularmente, se disuelve dentro de su tersura como toxina en  vena.

La ocultación irrumpida, desenmascarada, se acaba configurando como la reiterada unidad significativa  que da su (velado) sentido al filme.  Al igual que ocurría en UNA HISTORIA DE VIOLENCIA,Cronemberg se sumerge en una trama empeñada en la descripción del comportamiento mafioso, visto éste como estructura perfectamente organizada,  que actúa al margen de la legalidad y sólo accede a ella para agredirla, explotarla, mancillarla. La voz muerta que lee al espectador las páginas de su progresivamente dramático diario es, en el fondo, el dictado dolido e inútil de una pobre ignorante, aniquilada por las fauces del monstruo.

La mafia es el engendro atroz que Cronemberg se encarga de diseccionar. La aberración es Semyon, un señor elegante, que cocina guisos rusos navideños para sus nietas, toca el violín con apasionamiento ante ellas, regenta con modales exquisitos un restaurante de lujo y aparece en pantalla incorporado con amabilidad de hiena por un aterradoramente sentimental ArminMuehler-Stahl.  En realidad, un capo inmisericorde, capaz de dejar morir desangrada a una adolescente embarazada, patear a su  hijo borracho, dictar fulminación a un anciano sabedor de más de lo que debía, o traicionar por conveniencia a su propio esbirro dejándolo indefenso frente a los puñales de unos vengadores enemigos.

El cambio experimentado en la filmografía del realizador radica precisamente en la postura contemplativa que adopta frente a sus personajes. De rabioso vislumbrador de sujetos tozudos en sus perversiones,  a impositor de una mirada perversa sobre seres marcados por un pasado tortuoso, que tratan de inadvertir sin suerte. La biografía de cada uno de ellos es su patología, su pústula, su tumor. El presente es el resultado de una serie de rupturas que permanecen larvadas, condicionando su forma de actuar. De ahí que sea la narración preclara y fija el artefacto formal explicitado por el autor: no existe vehículo más idóneo que este clasicismo narrativo si el asunto a depravar es una historia de historias celadas.

Todos los personajes esconden, tapan, camuflan, evitan, por motivaciones bien diversas, aspectos de su auténtica identidad. Al ya citado Semyon, hay que añadir, por supuesto, a Nikolai, el guardaespaldas protagonista, (un ViggoMortensen sencillamente magistral: pocas veces ha sido vista en pantalla grande una mirada tan escarchada  como la suya)  un tipo de siniestrísimo pasado que guarda una de las sorpresas más pasmosas del filme; a Kirill, el irresponsable hijo de Semyon, que arrastra desquiciado una mal asumida homosexualidad;  al malhumorado tía de la enfermera, del que se hace referencia a su pasado en las filas de los servicios secretos soviéticos. Sólo Anna Khitrova, la comadrona, parece constituirse en el único elemento no necesitado de recurrir a la máscara ocultatoria.

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De hecho, su ingenuidad es el elemento generador de la historia. Una historia, que, como no podía ser de otra forma, concluye afectándola también por un deslizamiento en su identidad: ella ocupará el lugar de la madre muerta, el lugar de la madre que ella no iba a poder ser. La adolescente moribunda que aparece en la segunda secuencia del filme escampa su lamento mediante la lectura póstuma de su diario, y muere siendo víctima de una falacia: el universo prometido era una trampa mortal, una cañería que la convierte en suciedad, una bestia que la engulle tras ultrajarla. De alguna manera, PROMESAS DEL ESTE podría definirse como la fábula negra de una infeliz dejada morir que no cesa hasta recomponer el destino probablemente trágico de su bebé.

Hay pasajes del film que evocan su triste andadura;  concretamente, todo el acercamiento  de Anna al restaurante de Semyon:  sus primeras conversaciones con él, el modo con el que éste intenta captarla adentrándola en el local, manipulando su franqueza, ganándose su confianza para lograr sus aviesas intenciones, remiten a toda la fase esperanzada de la adolescente salida de su país, seducida por unos cantos de sirena que se tornan esclavitud vejatoria muy pronto; el escalofriante plano que nos descubre a la joven prostituta utilizada por Nikolai para satisfacción de un festín voyeurístico de Kirill, desnuda sobre la cama, cantando una nana en su idioma de origen, patentiza el horror cotidiano que le era infligido a aquella no mucho tiempo atrás.

Y, finalmente, toda la escena del desenlace, en un callejón nocturno que viene a concluir en una salida al río Támesis utilizada por Nikolai para hacer desaparecer cadáveres. Cronenberg remata una historia salpicada de violencia rajante (inconmensurable la ya para siempre clásica escena en el interior de la sauna) con una resolución opuesta totalmente a esa intensidad seccionante sobre carne humana mostrada desde el inicio. El clímax aquí es la salvación de un recién nacido. La entrega de un bebé a los brazos que lo reclaman. La negrura del marco, el rumor acuático, el candor blanco de la criatura confiada al recaudo de su madre nueva: el canadiense tiñe de parto la conclusión de este film sublime. Todo encaja en este cuento perfecto en el que hasta el lobo tatuado tiene su propio disfraz.

Cronemberg bautiza una nueva variante del cine clásico. Con PROMESAS DEL ESTE, hace nacer el clasicismo yugular. A zarpazos como éste, yo les presto mi cuello.

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