BRUCE SPRINGSTEEN
TRACKS II: THE LOST ALBUMS
Columbia Records
Nota: 7.7
Comentario:
Ocurre con ciertos artistas que, debido a lo prolífero de su ritmo de producción, muchas de sus composiciones acaban descartadas, olvidadas o guardadas durante décadas por motivos diversos: que no encajen con el álbum en el que estén trabajando en el momento, que cierta canción esté a medio terminar... Le ocurre a gente como Bob Dylan, Neil Young o, quien nos ocupa hoy, Bruce Springsteen. Por otra parte, es bien sabido que hay un interés económico detrás del fenómeno de publicar en discos recopilatorios esos temas “perdidos”. Ahora bien, hay que reconocer la capacidad creativa de estos modernos Balzac, cuya fertilidad artística les permite desechar parte de su material. En ese sentido, parece que, con los pantagruélicos 83 cortes que se hallan aquí, Bruce se ha vestido de François Rabelais; alegría para algunos, disgusto para otros.
En el presente Tracks II: The lost albums del cantautor de Nueva Jersey, las canciones están agrupadas cronológicamente, mas a los más fervientes seguidores del Boss no les hará falta tal referencia, pues por el sonido de la producción ya podrán ubicarlas sin mayor dificultad. Los subtítulos que encabezan estos siete discos son: L.A. Garage sessions ‘83, Streets of Philadelphia sessions, Faithless, Somewhere north of Nashville, Inyo, Twilight hours y Perfect world. A lo largo de estas secciones nos encontraremos con narraciones situadas en el oeste estadounidense, retratos en primera persona, cruces identitarios entre el México y los “States”, trabajadores rurales y humor en lo lírico y rock, country, folk, rancheras, arreglos orquestales y baladas de piano en lo musical. Así las cosas, en el primer bloque se alternan los ritmos lentos e íntimos con los acelerados y frenéticos. Los instrumentos principales son la guitarra acústica, la batería y el sintetizador. La voz de Springsteen está poco tratada, como mucho algo de reverb y el doblaje de ésta en algunas pistas. Las letras hablan de conflictos emocionales, de pérdida y ambición, de la fugacidad del éxito. Todo esto desde la perspectiva de personajes fugitivos, angustiados o insatisfechos. Algunas de ellas, las más cortas, acusan lo prototípico de los borradores, pues, al fin y al cabo, no dejan de ser bocetos. En otros momentos, versan sobre la evocación de las pequeñas cosas o la introspección del yo lírico. De este primer apartado destacan composiciones como Follow that dream, Sugarland o Fugitive’s dream.
En lo que respecta a la segunda agrupación, las reflexiones de las letras son más universales y melancólicas, aunque estén presentes otras más introspectivas o las dudas de una relación amorosa. Imperan, además, los ritmos electrónicos suaves de batería programada, sintetizadores sutiles y oscuros conviviendo con alguna que otra chapuza intrínseca a la música electrónica (el grito en bucle del primer corte). Cuando mejor funcionan las atmósferas señaladas son en Maybe I don’t know you, Something in the well y The little things.
La sección de Faithless trae consigo diversas instrumentales con cuerdas y guitarras limpias, así como la presencia del piano en alguna ocasión. Las temáticas, más naturalistas, abarcan desde la búsqueda de identidad, las dudas espirituales, la moral hasta cavilaciones más particulares. La imagen del desierto aquí se emplea tanto en un sentido literal, paisajístico, como metafórico. El cuarto bloque, en otro orden funciona como un agradecido contraste, ya que está plagado de humor y dobles sentidos, aunque lo anterior coexista con la nostalgia (en menor medida, eso sí). La música, country y honky-tonk, se estructura alrededor de la guitarra pedal steel, la twang, la armónica y algún guiño a los riffs de Chuck Berry. No dejen de escuchar Tiger rose, Poor side of town y Janey don’t lose your heart.
La siguiente parte tal vez sea la más llamativa por sus referencias -clichés- a México y su frontera con Estados Unidos. Se narran los problemas migratorios y las historias de redención de personas anónimas, todo ello, además, con una voluntad cinematográfica, de western. En lo que a música se refiere, se incluyen elementos mariachis, violines y trompetas. El problema es que pasa de lo sublime a lo mediocre con mucha facilidad, en otras palabras, de John Ford y Sam Peckinpah a Sergio Leone y Sergio Corbucci, dado que de cine va la cosa. No obstante, estos deslices pronto quedan olvidados debido a un nuevo viraje de la nave Springsteen. El sexto disco, Twilight hours, de ambiente crooner puesto al día, implica una mezcla fabulosa de Burt Bacharach, Frank Sinatra y Roy Orbison. Es la parte más emocionante de estos “álbumes perdidos”. Instrumentaciones orquestales aparte, esto es posible gracias a la voz de Bruce, que por cómo la moldea, es capaz de adaptarse a estilos tan variados. En cuanto a lo lírico, se dan cita el amor, la soledad, el anhelo urbano e incluso el crimen. Son tales las cotas alcanzadas en la versión de Sunday love, en Late in the evening, Two of us, September kisses y Dinner at eight, que pasamos por alto el yacht rock final y la similitud de una canción con la introducción de Mandy de Barry Manilow.
Finalmente, en la séptima sección, el contenido lírico alude a la búsqueda de un cambio a mejor para el mundo, de la fe en la redención y de conflictos morales desde diversas perspectivas narrativas. La música, en términos generales, es rock, con armónica, sintetizadores, solos de guitarra con wah y percusión intensa. If I could only be your lover, Cutting knife, y Perfect world constituyen los momentos estelares de este enérgico cierre. En cuanto a esta última composición, hay que advertir que el título es irónico, la visión de Springsteen no coincide, en definitiva, con la del Cántico de Jorge Guillén.
El resultado final, como era de esperar es irregular. Es muy difícil que no se repitan armonías o melodías dada la amplitud del catálogo que se nos presenta. Sobra material y falta criba. Sospecho que este segundo volumen de Tracks lo comprarán aquellos acérrimos aficionados cuya economía sea, como poco, desahogada. Eso sí, todas estas canciones, que abarcan desde el 83 hasta 2018, no son sino la muestra del esfuerzo, mantenido durante décadas, de un cantautor privilegiado, de un rockero que hace palidecer, con su energía y vocación, al resto del gremio. No todos pueden decir lo mismo.