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Dirección: Robert Eggers

Nota: 5.5

Comentario crítico:

La tentación de retornar al vampiro parece inherente a la historia del cinematógrafo. Prodigio del terror por antonomasia, este señor de las tinieblas podría ser catalogado como criatura condenada a ser abducida por el Séptimo Arte. Sala oscura, fantasmagórica impresión del movimiento, proyección culminada mediante un definitivo haz de luz... El cine tiene como esencia la succión de la retina de un espectador presto a poner su mirada en calidad de hendidura. No debe extrañarnos, pues, que la historia de este ser maligno e insaciable tardara bien poco en tener su nacimiento en esa manifestación artística creada por los hermanos Lumiere.

Ahí es en donde emerge Murnau. Su NOSFERATU no es sino el destinatario perfecto de esa necesidad que el mito tenía por concretarse. Esa cumbre del expresionismo alemán fragua su inmortalidad al vehicular de modo eternamente indescifrable el ignoto potencial fílmico del legendario conde surgido de la inspiración escrita por Bram Stoker. Desde 1921, fecha del polémico estreno de NOSFERATU, EINE SYMPHONIE DES GRAUENS, hasta nuestros días son muchísimas las versiones cinematográficas sustentadas en el legendario personaje. La última de ellas, esta esperadísima puesta al día maquinada por Robert Eggers.

Después del deslumbramiento que supuso LA BRUJA, una de las incuestionables cumbres del terror contemporáneo, el autor de EL FARO parecía ser un candidato más que valido para llevar a buen puerto el cometido de investigar fílmicamente, desde hoy, en las entrañas tanto del mito como de el referente inagotable gestado por Murnau.

Tras una escena prólogo sencillamente magistral, lamentablemente, empezamos a constatar que a Eggers le pesa sobremanera, por un lado, la envergadura de la empresa y, por otro, ese impecable arranque al que ningún otro pasaje de la película logra ni mucho menos eclipsar.

Tarda muy poco el creador de EL HOMBRE DEL NORTE en revelar su interés dramático principal. La primera secuencia advierte que la pulsión sexual entre el conde Orlock y la joven Ellen va a ser el sustrato significacional desde el que va a ser avistado el cúmulo de acontecimientos venideros. 

Todo este arranque está maquinado libidinosa y perturbadoramente para advertir esta intencionalidad: la puesta en escena, perfecta, mediante una iluminación cenicienta y sonámbula, el uso de unas cortinas utilizadas como pantalla sobre las que se explicita el acercamiento del monstruo a la fragilidad entregada de Ellen y una planificación severísima, íntima y transmisora de una pregnancia amatoria completamente abismal, sobrecoge.

Sin embargo, el resto del film jamás es capaz de rubricar las expectativas generadas en su brillante primera parte. Da la impresión de que Eggers se mueve mucho más a gusto cuando se aferra a este postulado descrito, esto es, al corpus narrativo que se empeña en el desarrollo de su aportación más personal, que cuando atiende a pagar el peaje de acontecimientos más esperables dentro de una adaptación del NOSFERATU ORIGINAL.

Desde luego, no por su culpa, pero a partir de la entrada en acción del personaje interpretado por William Dafoe, la película su incapacidad por estar a la altura de una relectura impecable del mito vampírico. Cesa gran parte del hechizo con el que la seductora, oscura y pútrida carnalidad esgrimida se afana por concretar la resignificación pasional estimulada como foco de interés medular. Cuando el acontecimiento encuadrado no se adentra en este hilo (las andanzas de los tres perseguidores masculinos, por ejemplo) las escenas pecan de una cierta rutina que descompensa la enigmática interdependencia de la citada relación central.

Ambiciosa, calibrada e insuficiente por causa del desequilibrio que arrastra durante la mayor parte de su metraje, el NOSFERATU de Eggers solamente atisba a imponer el peso de una osada justificación.

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