LS

Dirección: Coralie Fargeat

Nota: 8

Comentario crítico:

No todos los realizadores que se empeñan, una y otra vez, en citar referentes a los que pretenden evocar en calidad de justificado relector u homenajeador tienen talento para hacer, de esa cita, un elemento significante válido, integrado con pertinencia en la obra dentro de la cual han decidido vindicarlo.

Pedro Almodóvar sin ir más lejos. Almodóvar y su obsesión por Douglas Sirk. Las apropiaciones del creador de TODO SOBRE MI MADRE prestadas muy reconociblemente del legado maestro del autor de ESCRITO SOBRE EL VIENTO son innumerables. La última de ellas, por ejemplo, en su reciente LA HABITACIÓN DE AL LADO. Y esta vuelve a ser la enésima muestra de la incapacidad del español para elevar esta argucia más allá del capricho superficial, del antojo meramente cosmético.



En el polo opuesto a este descaro improductivo cabe situar la furibunda seriedad, la devastadora potestad con la que LA SUSTANCIA se inmiscuye, zarandea, asimila el universo  viscoso y hendido de ese pilar del cine de terror del final del siglo XX que es el canadiense David Cronenberg.

 

Coralie Fargeat se consagra, gracias a ella, como la más directa heredera al trono de ese cine del cuerpo y de la carne, cuyos carniceros presupuestos postuló  hace más de cuatro décadas el autor de INSEPARABLES.



Colérica disección sobre la asimilación del paso del tiempo, cruenta biopsia fílmica sobre el particular ensañamiento con el que esta contrariedad se ceba con el cuerpo femenino, LA SUSTANCIA afronta su diatriba respecto a este despiadado encono no desde la perspectiva del protocolo dramático denunciador esperable, sino desde los modos más desalmados de la fábula del cine de ciencia ficción terrorífica.



La secuencia de apertura condensa de modo magistral el recorrido degradador, maltrecho y vapuleado que espera a la protagonista del relato. Sobre un plano fijo emplazado encima de una acera, vemos como unos albañiles colocan en ella una baldosa dentro de la que se vislumbra el reconocido icono de una estrella de la fama. Se trata del tributo a Elizabeth Sparkley. Su nombre ocupa casi la totalidad de la dimensión del encuadre. No veremos rostros. El plano es cenital y se mantendrá inamovible en torno a las grafías de ese nombre. Pisadas, pasos, admiraciones, hojas, grietas, desdenes, lluvia y deshechos alimenticios van a ir surcándolas.

 

Mediante un encadenado de sutiles saltos temporales asistimos a las secuelas físicas y mediáticas que el transcurrir de los años impone a la integridad de la baldosa: desde el apoteósico día de su inauguración,  pasando por la veneración de sus fans, la posterior pérdida de esta, el olvido de ese fulgor, hasta finalmente, el desgaste vejatorio.

 

El glamour de los tiempos del éxito convertido en restos de basura chafada. La gloria del pretérito mutada en su reverso más arrastradamente escarnecido. Los focos del máximo reconocimiento público aplastados como carne triturada de hamburguesa caída al suelo. Justo  esa hediondez se convertirá en la blanda, pútrida premonición del trayecto futuro.



Apenas un par de minutos sirven  para, por un lado, acotar simbólicamente el tema central que va a ser desarrollado argumentalmente y, por otro, para trazar el periplo vital de la protagonista justo hasta el momento en el que la historia de comienzo.

 

Elisabeth se nos es presentada como una vieja gloria del cine que se aferra a un programa de televisión en el que ejerce de entrenadora de gimnasia. Inesperadamente para ella, los directivos de la cadena deciden despedirla. Justo en ese instante llega a sus manos la información de la existencia de una sustancia que le permitirá engendrar una doble mucho más joven que ella. La idea de esta reproducción justiciera se apodera de ella. El cumplimiento de la normativa exigida por la inyección pautada se convertirá en un peligro de consecuencias ensañadamente inusitadas.

Al igual que la protagonista (una Demi Moore espeluznante, calibrada y expertamente entregada), el film asume el protocolo de fierezas físicas que maquina con la temperamental insanía y con el insidioso convencimiento zaheridor que precisa la magnitud del encarnecimiento previsto para el devenir de Elisabeth. 

 

La frontalidad de la mostración del calvario de fustigamientos dérmicos, óseos e inyectados queda reivindicada como condición indispensable mediante la que denunciar pustulosamente la aberración audiovisual acometida desde siempre sobre el cuerpo femenino. Fargeat suple esa abolición de la sutilidad con un manejo solidísimo de la planificación de interiores (la vivienda de la estrella; en especial el cuarto de baño) y una cruenta y lucidísima dosificación del encumbramiento hasta la monstruosidad definitiva, sangrienta, vengadora y extinta.

 

Film no apto para todos los paladares, LA SUSTANCIA es un steak tartar fílmico trajinado con guillotina de la buena.

 

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