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Sección: OFICIAL

Dirección: Mary Bronstein

 Nota: 8.5

De todas las valiosísimas aportaciones ficcionales que ha acarreado, durante los últimos quince años, la necesaria irrupción del punto de vista femenino tanto en las obras maquinadas como en los puestos principales de la creación fílmica, hay una que, por fortuna, está dejando de ser incipiente.

La llegada de una valiente generación de directoras de cine está modificando con la cautela precisa el tema de la maternidad. En concreto, el tema de la maternidad asumida como  experiencia vital generadora de una positividad hasta ahora indiscutida. La obligación de la maternidad sin que sea posible asimilarla al disgusto, a la disconformidad, a la exclamación de constatar que afrontarla causa nula recompensa autosatisfactoria.

Sin duda, IF I HAD LEGS I'D KICK TO YOU irrumpe esta temporada con la virulencia necesaria para convertirse en puntal abanderado de este grito cinematográfico sofocado, no escrito, inhabilitado produccionalmente durante tantos años, proscrito en el cajón de la censura. Acritud, destemplanza, desquicio, agotamiento y verbo vomitado por necesidad no le faltan a esta segunda obra de la también articulista femenina Mary Bronstein.

Hace casi 20 años del estreno de su debut, la muy aclamada YEAST. Esperemos que no tarde tanto tiempo en volver a ponerse a los mandos de una nueva aventura de este tipo. Aventura, la presente, también hay que decirlo, en la que clama a elogio desmedido la  vertiginosa implicación de la gran Rose Byrne, que, además, ejerce labores de producción de un proyecto que exigía una entrega interpretativa tan espinosa como la que ella exclama.

Y es que el film, que narra el cúmulo de acorralamientos físicos y emocionales por los que pasa una terapeuta en crisis total, tras serle insinuado, por parte de su doctora, que su hija debe someterse a un duro tratamiento estomacal debido a una desidia por parte materna en el control alimenticio de aquella, se aferra aherrojadamente sobre dos postulaciones formales de opuesto calado expositivo. Dos parámetros intencionales de (posible) forzamiento exagerado, que,  sin embargo, Bronstein faculta el pulso necesario para amalgamarlos sin caer en la premisa impostada, en la merma de una verosimilitud que el film exige con urgencia.

El primero de esos dos mandatos es el atosigamiento asfixiante a la figura protagonista. La figura de Linda es omnipresente. Aún más que su totalidad corpórea lo es su rostro. La adhesión al caudal de reacciones gestuales improvisados por la actriz para esculpir en pantalla el desbordamiento de fatalidades cotidianas, profesionales y médicas a la que es sometida desde el primer plano Linda es inclemente. Un calvario pataleándole el semblante. Uno tras otro, la ilación sobre este de unos primerísimos primeros  planos arremolinados con aceleración y puntería pugilísticas se torna frontalidad impecable.

La segunda decisión escenográfica fascinante es completamente disímil a este  empeño en el golpeo visual tan físico y mandibular. A este incesante celo facial aplicado sobre la madre se le opone la total ausencia de imágenes sobre la hija. Solo escuchamos su voz. Pese al nutrido número de escenas compartidas, el cuerpo de la pequeña, de unos diez, once años, no aparece nunca. Siempre las interpelaciones de la madre. Ella permanece en un off visual que posee un calado significacional potentísimo.

Esa desaparición atañe a la culpa, a la incapacidad, a la succión emocional. Esa no aparición adquiere dimensión de interrogante absorbedor , de enigma al que no saber hallar respuesta, de veto a una armonía conciliadora debida de ser concretada, de, también,  segundo boquete. Decimos segundo, porque en la secuencia de apertura irrumpe drásticamente esa  eventualidad doméstica: en el techo de su salón se abre un gran agujero en el techo que obligará a madre e hija a trasladarse a un hotel hasta que unos albañiles arreglen el insólito desperfecto. Ese agujero va a ser aprovechado de modo magistral por la realizadora en tanto que oscuridad atemorizada, que emergencia de canalización siniestra, de mazazo simbólico, indagador del malestar psicológico que el estrés va cocinando en la olla neuronal a presión que se apodera de Linda: una madre con instinto maternal muy al fondo, abismado en vértigo, acaso perdido en la oscuridad techumbre de una embocadura sin cordón umbilical mediante el que hallar luz. 

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