BUDDY GUY
AIN’T DONE WITH THE BLUES
Silverstone Records
Nota: 9
Comentario:
Morir con las botas puestas parece ser la afortunada premisa que les ronda por la cabeza a varios de los mejores músicos de la actualidad; esas leyendas vivas que, de vez en cuando, se asoman al maltrecho panorama musical para reanimarlo. Y, aun así, hay oyentes que reniegan de ellos. Atrevida es la ignorancia. Buddy Guy, 89 años. Bluesman influyente como pocos. Eric Clapton cambió su sonido para, en parte, emularlo. Santana le ha rendido pleitesía en más de una ocasión. Creo que no hace falta añadir nada más. Ain’t done with the blues, toda una declaración de intenciones, es el título de su sobresaliente nuevo álbum. Un toque de atención a aquellos que lo creían olvidado, a los que tratan de retirarlo o, incluso, para aquellos que aún eran unos niños y su amor y su orgullo clamaban por nacer, como cantaba el colosal Pablo Milanés en Aquí me quedaré. Así las cosas, Buddy ha vuelto al estudio de grabación en compañía de otras grandes figuras del género, como Joe Bonamassa, Joe Walsh –aquel que hizo aún mejores a los Eagles-, Peter Frampton o “Kingfish” Ingram, uno de los nombres más prometedores del blues actual.
Abre el disco Hooker king, una adaptación del clásico Boogie Chillen. Este preludio consta solamente de la voz con reverb de Guy y una guitarra acústica. Been there done that es un tema humorístico y reivindicativo que se compone de guitarra eléctrica con overdrive, batería y órgano. Blues chase the blues away, tercera pista de dieciocho, ya se coloca como uno de los pasajes más intensos del álbum. En parte, por el solo de guitarra, reforzado por los licks de piano. Where U at, por su parte, cuenta con la primera colaboración de este trabajo. “Kingfish” Ingram, que da absolutamente la talla. Sus respectivas voces y guitarras se ensamblan muy bien; a momentos, parece no distinguirse quién está tocando y cantando. En otro orden, Blues on top –estupendo para un día de lluvia- se constituye del trío habitual y el piano. En este caso, hay dos guitarras, la rítmica con distorsión y la solista paradójicamente limpia, sin saturaciones.
I got sumpin’ for you “camina” a ritmo shuffle. La guitarra y el bajo inician un riff y, posteriormente, se suman la batería y la voz de Buddy. A continuación, encontramos la colaboración donde figura Joe Walsh, aquel guitarrista que, bandana en la cabeza, compuso, junto a Don Felder, uno de los solos más memorables de la historia del rock, sito en una canción sobre un extraño hotel californiano. Este blues (How blues is that) se estructura en torno al clásico pregunta y respuesta; tal vez uno de los recursos más tradicionales y perdurables de la historia de la música universal. Y el próximo dueto, Dry stick, no se hace esperar. Esta vez, es el turno de Joe Bonamassa, uno de los máximos exponentes del blues eléctrico, un clásico moderno. El resultado es elegante, por las frases y la aparición del piano. Se incluye aquí un solo de apenas 30 segundos, a cargo de Bonamassa, verdaderamente formidable.
A la mitad del disco, con It keeps me young, hallamos la tercera “parceria”, como dicen en Brasil. Peter Frampton, el guitarrista de las tres pastillas dobles, el autor de Frampton comes alive! deja su huella en este blues clásico de doce compases y raíces de Chicago. Love on a budget, de misma estructura que la anterior, aunque con más presencia del piano, es una canción sardónica sobre la infidelidad. En Jesus loves the sinner oímos unos coros a cargo de la agrupación The blind boys of Alabama. Destaca también el papel del órgano eléctrico. Upside down es un tema de denuncia social. De este corte sorprende la voz, que está tratada con muchos efectos.
One from lightnin’ funciona a modo de interludio acústico, similar a la primera pista. I don’t forget consta de dos pistas de guitarra, una con trémolo y chorus y otra con distorsión, además del órgano y la batería. Trick bag, por otro lado, es una versión menor de un clásico del género. Sin embargo, Swamp poker funciona mucho mejor: el riff de guitarra eléctrica y órgano es respaldado por la batería y el bajo. Fórmula clásica y efectiva, aunque la duración podría ser menor. Send me some loving es un cover de un tema que interpretaba el legendario Little Richard; de ahí que el instrumento estrella sea el piano. Destaca también la poderosa voz, aun en las partes más agudas, de Buddy Guy. Finalmente, Talk to your daughter, otro popular blues, en formato acústico (guitarra, contrabajo y batería). Eso sí, por la intensidad diríase que hay instrumentos eléctricos en la grabación.
La nueva obra de Buddy Guy es un reflejo excepcional de todo lo que el blues puede ofrecer. Las temáticas de las letras van desde la reflexión, el recuerdo o la vida cotidiana hasta el humor revitalizante y el sarcasmo. Mucha gente se ha sorprendido del éxito de público del disco. La pregunta es la de siempre: ¿Cómo un género, a priori, tan sencillo en lo musical puede emocionar tanto y gozar del favor de cada nueva generación? Nació dicho estilo hace dos siglos y su vigencia es indiscutible. Así como su legado. Nos podemos retrotraer a las lejanas guitarras y voces de Robert Johnson y Leadbelly y a las armónicas de Little Walter o los dos Sonny Boy Williamson. Y, al mismo tiempo, buscar ejemplos contemporáneos en John Mayer, “Kingfish”, Derek Trucks o Joe Bonamassa. La música sin emoción -si le extraemos el componente emocional, más bien- es un mero ejercicio intelectual de errado y vano virtuosismo. Y aún diría más: molesto. El blues es todo lo contrario. Es la emoción, el lamento o la euforia. Es la filosofía estoica ante los desengaños y sinsabores de la vida. Se sufre, pero uno no se regodea en la miseria. Esa estructura musical de sota, caballo y rey encierra una auténtica catarsis para quien lo quiera escuchar o interpretar. Cambiará de formato, de instrumentación, pero continuará resistiendo el paso del tiempo, pues, en definitiva, el blues resume la condición humana. Por eso se hacía, se hace y se seguirá haciendo.