Rompecabezas Portada

 

 

Título original Rompecabezas (Puzzle)

Año 2009

Duración 87 min.

País Argentina

Director Natalia Smirnoff

Guión Natalia Smirnoff

Música Alejandro Franov

Fotografía Bárbara Álvarez

Reparto María Onetto, Gabriel Goity, Arturo Goetz, Henny Trayles, Mirta Wons

Productora Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA)

Valoración 8.5

 

Durante la edición de este año, la esperadísima participación argentina en la Berlinale vino a constituirse como la más morrocotuda de las decepciones. Rodrigo Moreno nos endilgó un churrito aburrido e intrascendente titulado Un Mundo Maravilloso, una de esas muestras de modernidad cinematográfica que sólo pueden gustar al desahogo onanista de quien las ha concebido. Tradicionalmente, Berlín ha sido plaza en la que la cinematografía de aquel país ha triunfado merecidísimamente. El año pasado, por ejemplo, pese a que el palmarés no tuvo el coraje de reconocerlo como debiera, Natalia Smirnoff encandiló al personal que tuvo la cortesía de quedarse a paladear hasta el último de los planos que componen Rompecabezas, su sensible, embelesante debut.

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Un inicio de trayectoria que, asombrosamente, no aparenta serlo en ningún momento. La precisión en la complejísima ligereza con la que está esculpida, murmurada y hecha fugar la evolución del personaje central sobre el que gravita todo el denso celuloide que la vive, es logro, proeza sólo al alcance de desenvolturas cinematográficas mucho más  expertas. Algo parecido a lo que, hace dos temporadas,  ocurrió en nuestro país con la sensacional aparición de Mar Coll y su bienhallada Tres Días con la Familia. Smirnoff, con Rompecabezas, entra a formar parte del grupo de realizadores argentinos (Lucrecia Martel, Daniel Burman, Lisandro Alonso, Pablo Trapero, Ariel Rotter, Rodrigo Moreno –insisto, hasta Un Mundo Maravilloso -, Martín Reijtman), que han puesto a aquella cinematografía en el punto de mira de toda la crítica especializada internacional.

 

Rompecabezas persigue, hurga, acomete a su protagonista. Ésta se llama María. Es una mujer casada, con dos hijos varones saliendo ya de la adolescencia. La primera secuencia, en la que se describe su fiesta de cumpleaños, ya nos advierte de la metodología formal que Smirnoff va a imponer en el empeño de adentrarnos en la zozobra emocional que la sacude silentemente. La directora descarta un acercamiento clásico. La intromisión de su cámara se va a hacer muy perceptible por el gran número de planos que utiliza en la configuración de la escena. Sin embargo, muy pocos de ellos intentan un encuadre nítido, concreto. Smirnoff apuesta por una inquietud capturativa, por un desmarque de la precisión delimitadora, como si intentara expresar una cierta abstracción, una cierta desgana ambiental. La cámara se inmiscuye en la fiesta en calidad de invitado oculto, no previsto y alertante. Poco a poco iremos comprobando con que esto tiene que ver con la insatisfacción que arrastra la protagonista.

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La puesta en escena de la directora no se abandona a un yermo esteticismo o a la abusiva significación de un forzado ornamento autoral. No hay ápice de gratuidad. Rompecabezas traza un severísimo retrato de un ser que de pronto se halla en el trance de buscar. María tiene la certeza de que su estabilidad es sólo presunta; de que su existencia es como una maleta ya cerrada y a punto de embarcar, en la que, de súbito, sabes que has olvidado incluir algo que querías meter y no recuerdas lo que era. Smirnoff apunta este desaliento mostrándonosla trabajando, atendiendo, siendo la sierva en una fiesta que se supone hecha para su deleite.

El film continúa sostenido sobre un escueto trance narrativo, que es aprovechado deliciosamente hasta sus más inusitadas e introspectivas consecuencias. Entre los regalos que recibe en la fiesta, María encuentra un puzzle. Al día siguiente se pone manos a la obra en la tarea de concluirlo. Lo hace mucho más rápido de lo que pensaba, tras, además, pasar un muy buen rato haciéndolo. En un comercio al que acude a comprar uno nuevo, le llama la atención un cartel en el que otro aficionado busca alguien para un torneo de puzzles en su modalidad de parejas. María decide llamarlo.

A partir de ese momento, Rompecabezas inicia un hermoso relato de rescate personal. Smirnoff logra capturar el sensible entusiasmo que va apoderándose de la protagonista. María optará mantener en secreto su nueva actividad competitiva. El hallazgo de una pieza no prevista le da de bruces con la fractura de un rompecabezas que parecía completo y concluso: su propia existencia. El film escarba en esa felicidad secreta que es la comunión con uno mismo.

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Smirnoff mantiene el interés por esa aprehensión curiosa, frágil e incesante, valiéndose de la originalidad de un guión que repele en todo momento la invocación de una progresión dramática previsible (soberbia la caracterización cotidiana, comprensiva, sincera del esposo y los hijos, así como el mantenimiento de la elegancia respetuosa e incógnita en la que se instala al personaje de Roberto, la secreta pareja de juego de María) y, sobre todo, de la inconmensurable sencillez que le presta el hermoso trabajo de la actriz que la colma de lúcida credibilidad . La gran María Onetto impone sin echar mano de la más mínima estridencia la opacidad abnegada y frustrante que requiere su protagonista. La actriz presta ilusión, esperanza y comedimiento al retrato de esta mujer que aprenderá, finalmente, que la vida no es un rompecabezas. El rompecabezas auténtico consiste en buscar la pieza que nos falta. Y en saberla guardar cuando la encontramos.

Somos lo que somos, lo que nos falta, la tristeza de saberlo, pero también la alegría que sobreviene cuando estamos en condiciones de llenar el hueco final del puzzle. Natalia Smirnoff, con este retrato de mujer callada con hueco al fondo, consigue que nos apetezca aguardarla en su próxima búsqueda. Lírica, menuda y honda, Rompecabezas responde a ese sano minimalismo de lo breve íntimamente vivo y prodigiosamente bueno.

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