Hermano Portada

 

 

Título original Hermano

Año 2010

Duración 96 min.

País Venezuela

Director Rohan Jones, Marcel Rasquin

Guión Rigel Michelena

Música Enrique Aular

Fotografía Lawrence Sher

Reparto Fernando Moreno, Eliú Armas, Alí Rondón, Marcela Cirón, Gonzalo Cubero, Beto Benites, Gabriel Rojas

Productora A&B Producciones

Valoración 6.5

 

Debut del venezolano Marcel Rasquin, el estreno de Hermano constituye, más allá de su valía interna, un estupendo motivo para que celebremos que cinematografías tan precarias como las de ese país hispanoamericano puedan hacerse un hueco en nuestra cartelera. Ese nexo común tan eficaz que es el idioma debería hacerse imponer con mucha más asiduidad entre los criterios distribuidores de quienes tienen la responsabilidad de decidir qué vamos a poder ver en nuestras salas. Sin embargo, la realidad, por desgracia, para con este tipo de procedencias, se abona a esa exigua soledad que impone siempre la cicatera matemática del cuentagotas.

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Expresada queda, pues, la rareza originaria que supone que nos detengamos a analizar la nerviosa modestia con la que está resuelta Hermano. Lo primero que cabe certificar tras contemplarla es que están apuradas al máximo sus escasas posibilidades de presupuesto: éstas no se notan, pues quien las dispone sabe apañárselas muy bien para hacer rabiosa virtud de tan sabida poquedad. Los modos escénicos del director superan ese obstáculo con una atormentada frescura observadora. Rasquin demuestra un pulso más que notable en la capturación del acuciante drama sobre el que cabalgan los destinos de sus protagonistas. Lo mejor del film es, sin duda, la severa intensidad con la que está recogida la sentida interdependencia emocional que aquellos dirimen. El realizador se acerca honestísimamente a la insondable emergencia afectiva que define la relación de Daniel y Julio, dos hermanos que viven en el Barrio la Ceniza, uno de los núcleos más menesterosos, problemáticos y violentos del extrarradio de la capital de Venezuela.

Los dos jóvenes protagonistas juegan al fútbol en el equipo de ese barrio. Daniel es un jugador excepcional. Julio impone, dentro del terreno de juego, un evidente instinto organizador. Su poderío es tal que el primero sólo es capaz de desarrollar su virtuosismo rematante si sabe que el otro está dentro del campo. El hermano pequeño no sabe vivir sin la sombra serena, experta y protectora del mayor. Su olfato resolutivo, su pericia en el área del contrario sólo sabe expresarse si se da el condicionante fraternal atisbando cerca. Un cazatalentos se fija en el primero, el más pequeño de los dos. Daniel sólo aceptará el posible traslado si aquel no promete darle una oportunidad a Julio. Sin embargo, la alegría ante esa formidable oportunidad no será tal: la dificultad del entorno hundirá sus garras en el devenir de la familia.

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Hermano, por lo tanto, es una nada disimulada muestra de cine social. La cámara de Rasquin aprovecha el relato de los dos hermanos para husmear en ese aledaño desasistido y peligroso que conforma esa geografía menesterosa de raterillos, pistoleros y pobres gentes condenadas a una vida de alimaña superviviente. El realizador no escatima frontalidad descriptiva a su posicionamiento dentro de esa maraña de hogares y circunstancias vetados a cualquier opulencia. Quizás, lo más flojo de su totalidad sean los clichés un tanto empobrecedores que paga por adscribirse de una forma un tanto simple a las coordenadas arquetípicas de ese género.

La trama delictiva y el planteamiento de esa oportunidad para escapar de las garras malhechoras que supone la llegada de los mandamases directivos del importante equipo de fútbol están esbozados de una forma un tanto superficial. Da la impresión de que el hecho de estar rodada en escenarios reales haya bastado para satisfacer la noble intentona pseudo-documental. De resultas, el paisaje enmarcador de los hechos es exhibido con notable contundencia (las callejuelas, los interiores de las casas, la escasez de medios del campo de fútbol de tierra –las porterías sin red, las líneas de cal apenas sí trazadas-, la nave destartalada en donde compiten Julio y Daniel), pero la historia flojea por cuanto no sabe desentumecerse de ciertos tópicos. La determinación de los destinos es más preconcebida que personalizada.

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No obstante, el no menos evidente interés por arrimarse a la furiosa cotidianidad, ilusionada y comprometida, que define la cruda verosimilitud con la que están encontrados los dos protagonistas hace que el film cuaje una hermosa autenticidad. La indecisa mirada del necesitado y la opaca ternura del siempre requerido están concretadas con la cruel ternura que precisa la amenazante inclemencia del enclave. Se nota, desde el primero de los planos, que Hermano corre sudorosamente a capturar el aliento de sus dos protagonistas. Rasquin no se molesta en evidenciar que el verdadero interés del film es atender a la férrea invisibilidad del lazo supeditante que los construye y los sanciona. Al film le sobra todo lo que se aleja de esa intensidad fraternal, porque ésta se halla esculpida en la pantalla mediante una irascible y positiva prontitud. El debutante realizador venezolano extrae rabia, tesón y franqueza de los rostros adhesivamente implicados que convoca para la ocasión. La no profesionalidad de los actores impone una naturalidad opresivamente manejada por aquel.

El desequilibrio entre lo preferido y lo restante, en definitiva, hiere la entereza de un film que, sin embargo, sabe sobreponerse a ese trance brindando una modesta lección de cine rotundamente pródigo.

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