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Título: Cesare deve morire (Caesar Must Die)

Año 2012

Duración 76 min.

País Italia

Director Paolo Taviani, Vittorio Taviani

Guión Paolo Taviani, Vittorio Taviani (Historia: William Shakespeare)

Música Giuliano Taviani, Carmelo Travia

Fotografía Simone Zampagni

Reparto Fabio Cavalli, Salvatore Striano, Giovanni Arcuri, Antonio Frasca, Juan Dario Bonetti, Vincenzo Gallo, Rosario Majorana, Francesco De Masi, Gennaro Solito, Vittorio Parrella, Pasquale Crapetti, Francesco Carusone, Fabio Rizzuto, Fabio Cavalli, Maurilio Giaffreda

Productora Kaos Cinematografica / Rai Cinema / Stemal Entertainment / Le Talee

Valoración 7.6

Los veteranos autores de GOOD MORNING, BABYLONIA nos brindan la ocasión de rencontrarnos con ese concepto de tan peligroso calibre que es el riesgo: el riesgo concebido como premisa de toda voluntad expresiva, las ganas por reivindicar una novedad desmarcada de los discursos generalizados, el afán por desentumecer a la cámara de cine de la vulgaridad expresiva en la que ha ido cayendo.

Desde un punto de vista teórico e intencional, CESARE DEVE MORIRE supone una gozosa inmersión cinematográfica en varios sentidos. El primero de ellos, sin lugar a dudas,  asistir al portento de unos venerables cineastas octogenarios abordando un proyecto cuya osadía se diría que fuese propia de un incipiente o primerizo investigador de las reglas del Séptimo Arte. El segundo, paladear una obra que se diría forjada en plena irrupción de las nuevas cinematografías de los años sesenta. El tercero, la contemplación de un ejercicio de dificilísimo calado artístico. Más allá del resultado final, la última producción de esta pareja de hermanos indispensable dentro del panorama cinematográfico europeo de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado conmueve en sí misma, pues no se niega a evidenciar el esfuerzo de ambos autores por mantenerse fieles a su forma de entender el oficio de cineasta.

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El film de los Taviani comienza con las imágenes de una modesta representación teatral. Un grupo de actores está poniendo en escena el fundamental "Julio Cesar" de William Shakespeare. Las imágenes visualizan la última escena de la obra: Bruto pide a un grupo de soldados que le quiten la vida con su espada ensangrentada. La representación concluye con éxito. El público ovaciona. Los actores lo celebran en el escenario. 

A continuación, la cámara se traslada al exterior. Vemos a la gente salir del recinto teatral. Algunas personas se giran hacia la puerta de salida. Sobre el escenario vemos a algunos agentes de policía. Pronto sabremos que el colectivo teatral posee una característica muy especial, se trata un grupo de presos: la obra representada es el final de un proceso reeducativo, llevado a cabo por el profesor de  un taller de teatro de un centro penitenciario italiano. A la cámara de los hermanos Taviani le es permitida una incursión contemplativa en los interiores intricadamente adustos, pétreos y grises del penal de Rebibbia, un centro de alta seguridad en el que sus moradores son presos de larga condena que han cometido delitos muy graves.

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El hallazgo –o la tentativa-  de los Taviani consiste en la visualización de todo el proceso de aprendizaje que los ensayos del objetivo representativo final conllevan.  La radicalidad de una decisión llevada hasta sus últimas consecuencias cuaja una obra de vasto e hipotético calado estético-experimental: el espectador asiste a varias escenas de los tanteos en las que los actores exponen una implicación personal completamente entregada. Se difumina la realidad para ellos. El espacio carcelario se convierte en el espacio ideado en el imaginario del dramaturgo inglés.

Los Taviani son capaces de visualizar el aislamiento, la concentración, el gozo de unos hombres que logran su propia libertad personal inmiscuyéndose ansiosamente en la placentera cárcel de un personaje teatral que los hace escapar a su realidad. La puesta en escena dirimida por los veteranos realizadores se impone como máxima que el protocolo teatral y documental desaparezca. La experiencia personal de los presos queda expresada con toda virulencia desde el mismo momento en el que se les obliga a vivir la ficción shakespeariana de una forma casi real. Esta implicación hace que la cárcel desaparezca en cuanto a geografía penal y emerja como geografía dramática inherente a la obra.

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En este sentido cabe destacar la portentosa secuencia en la que todos los hombres involucrados en la tarea van presentándose, uno a uno, mirando de frente a la cámara. Ese es uno de los contados momentos en los que el propósito de los realizadores alcanza la esencia del propósito global de la obra: capturar el convencimiento de los integrantes del curioso reparto. El preso, expresándola, se despoja de su identidad para someterse al mandato de Shakespeare. Los personajes del texto dramatúrgico serán las nuevas celdas en las que se instalan quienes se aprestan a darles vida. La película se desmarca de la mera intentona no profesional. El recurso a rostros no acostumbrados a la profesión actoral adquiere un potente significado al quedar expuesto desde el principio la particularidad delincuente de éstos.

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Sin embargo, la propuesta no logra desembarazarse del riesgo que se vislumbra desde el principio: la excesiva rigidez del planteamiento. Pese al reclamo constante de una abstracción espacio-temporal, la concatenación de escenas impone una inflexibilidad que da al traste con las loables intenciones de partida. Los Taviani, a fuerza de insistir en las premisas de su experiencia, no advierten la asfixia que padece el conjunto. Un conjunto al que además se le ven con demasiada  prontitud las costuras de su construcción. 

CÉSAR DEBE MORIR peca de    convicción. Es molestamente ingenua. El júbilo que supura su creación depara una molesta condescendencia. De ahí que la película funcione mejor a nivel teórico que en la vislumbración de su resultado final. El último film de los Taviani se queda convertido en emotivo apunte cuando debiere haber sido una sólida reflexión experimental.

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