Título: Coriolanus
Año 2011
Duración 122 min.
País USA
Director Ralph Fiennes
Guión John Logan (Obra: William Shakespeare)
Música Ilan Eshkeri
Fotografía Barry Ackroyd
Reparto Gerard Butler, Ralph Fiennes, Vanessa Redgrave, Brian Cox, Eddie Marsan, Jessica Chastain
Productora Icon Entertainment
Valoración 4
No se lo ha puesto nada fácil a sí mismo, el reconocido Ralph Fiennes, a la hora de decidirse por cual iba a ser su primera incursión tras la cámara. El protagonista de EL PACIENTE INGLÉS se ha decantado, nada más y nada menos, que por una adaptación de una de las tragedias “shakespearianas” menos conocidas. Al vasto acervo del autor de ROMEO Y JULIETA le ha pedido prestado los derechos de versión sobre CORIOLANUS, obra en la que dramaturgo inglés se traslada a los inciertos tiempos del inicio de la antigua República Romana, para emplazar al espectador al caos reinante de un momento definido por la vulnerabilidad social y por el riesgo continuado de contiendas bélicas sangrantes.
La obra dramática procurada por William Shakespeare narra el punto más álgido y la total caída en desgracia del general romano Gaio Marcio Coriolano, llamado así porque fue quien usurpó al pueblo enemigo de los volscos la ciudad de Corioli, en el año 493 a. de C. Tras esto, su popularidad comenzó a verse muy mermada, pues era un mandatario militar de marcado carácter despótico, que, entre otras cosas, estableció dictámenes muy injustos contra la población plebeya –llegando a prohibir la distribución de trigo para ser sembrado-, mientras, por el contrario, no hacía sino otorgar más favores a los poderosos patricios.
Tales decisiones provocaron que fuera condenado al exilio. En él, sorpresivamente, no hizo sino aliarse con los enemigos volscos y embarcar al ejército de éstos en una brutal marcha hacia Roma, con la intención de reconquistarla y consumar su venganza ante lo que él había considerado un menosprecio digno de tal consecuencia. Ya a las puertas de la ciudad, fue la intervención de Volumnia, su madre, la que pudo contener la derrota romana inminente.
Fiennes, frente a la magnitud beligerante del material narrativo que da soporte a la obra de teatro, opta por la mutación temporal de los tiempos históricos. Su versión de CORIOLANUS no es, pues, una adaptación epidérmicamente fiel a la dramaturgia desde la que parte. El CORIOLANUS del actor de LA LISTA DE SCHINDLER nos brinda esa siempre resbaladiza operación adaptativa que es la “contemporaneización” de un hecho literario. La puesta al día total, haciendo que la trama argumental tenga lugar en el presente histórico –u otro distinto al pergeñado por el creador- que la ha reclamado. Nada que objetar. Todo autor tiene derecho a reformular un corpus original, que, mediante una intervención ajena y subjetiva, puede correr la fortuna de ser iluminado de un modo lícitamente indagador.
El farragoso, reiterativo siempre, problema de las adaptaciones es tan viejo como el mismo hecho de crear. Quien esto escribe, lo único que reclama es que la obra emergente sepa hacer valer su propia osamenta estructural interna y justificada: que, en definitiva, el resultado de la obra resultante de esa voluntad transformadora no sea una mera –y, por lo tanto, empobrecedora- operación de pintura de fachada a un ilustre egregio, que, desde luego, no la ha pedido. Ese es, sin lugar a dudas, el lastre desvalorizador principal del presente debut cinematográfico. Fiennes, no sabemos bien por qué –esta es su segunda culpa – se ha enredado en una dudosísima, por extemporánea, puesta al día, que en ningún momento logra pertinencia cinematográfica alguna.
CORIOLANUS, el film, intenta una adaptación de la obra teatral, trasladándola a un marco espacio-temporal, cuyo referente inmediato es el reciente conflicto balcánico. Las tropas, las autoridades, los ciudadanos romanos quedan convertidos en hombres y mujeres inmersos en un miserable drama bélico del final del siglo XX: toda la iconografía (vestuario, armamento, emplazamientos geográficos, paisaje arquitectónico, etc.) así lo hace constatar desde el primer plano. El director incide en una casi omnipresencia de los medios de comunicación contemporáneos (telefonía móvil, televisiones, internet).
Sin embargo, fruto de una decisión casi suicida, el realizador opta por un rigurosísimo respeto textual , que se revuelve contra la innovación escénica privilegiada. Los personajes recitan el texto “shakespereano”, de tal forma que los escuchamos, por ejemplo, llamarse con nombres latinos, mientras visten ropaje de Rambo en las escenas de combate. De resultas, lo que advertimos, escena tras escena, es que la lógica teatral se da de bruces con la fílmica.
El material escrito dispuesto para la versión cinematográfica no es capaz de modificar la esencia dramática del original y, por lo tanto, la verosimilitud de la obra convertida al celuloide se pierde en el trayecto. Los personajes no adquieren la necesaria individualidad creíble y, por esa razón, casi todos ellos, principalmente el protagonista –un erradísimo, sobreactuado, Ralph Fiennes- devienen meros rostros parlantes, gélidas mascaras reproductoras de algo que no sienten, que solo declaman ridículamente, causando, en muchos pasajes, un irritante efecto distanciador.
Y digo casi todos ellos, porque, de ninguna forma se debe incluir a todos en ese decepcionante saco. Dentro de este caos gritón, vacilante, desorientado y huero, emerge una sola verdad apasionantemente sincera y honda: la que brinda la sapiencia interpretativa de la gran Vanessa Redgrave. Sus ojos imponen, inyectan, hacen que se estimule el “Shakespeare” que el ampuloso Fiennes hubiera querido perfilar, pero que no alcanza nada más que en el regio aplomo interpretativo de la gran dama británica. Redgrave, o no Redgrave, desde luego Fiennes no sabe de la cuestión