Título original: Il buco
Dirección: Michelangelo Frammartino
Guion: Michelangelo Frammartino, Giovanna Giuliani
Fotografía: Renato Berta
Reparto:Leonardo Larocca, Claudia Candusso, Mila Costi, Carlos José Crespo, Antonio Lanza, Nicola Lanza
Nota: 9
Comentario Crítico:
2021 ha supuesto el retorno a la pantalla grande de un indispensable del cine documental europeo contemporáneo. Once años después de su inolvidable LE QUATTRO VOLTE, Michelangelo Frammartino vuelve a depararnos una obra en la que, de nuevo, toma la arriesgada decisión de que se note en ella el peso de la ingente meditación reflexiva sobre la que está remachado su sincero resultado final. Más allá del recóndito conocimiento sobre el espacio dentro del que proponía su hosca, etnográfica, elegiaca escrutación, aquel film de 2010 se sustentaba en una vasta paciencia contemplativa a partir de la cual la película adquiría la inaprensible condición de poema filosófico entonado a ras de roca, muerte, raíz y fuego.
IL BUCO reclama esa misma sinceridad, pero parte de una consideración escénica bien distinta de aquella, pues Frammartino, sí, claro, insiste en su metodología documentalista, pero en esta ocasión, dando un significativo paso adelante formal dentro de su trayectoria, la dispone para ponerla al servicio de una recreación histórica. Nos hallamos, por tanto, frente a un ejercicio fílmico que lleva consigo implícito un atrevimiento que podría plantear algún problema de índole teórica y conceptual. ¿Resulta lícito plantear una mixtura entre el documental y la ficción, dado que desde el mismo momento que se tolera que el objeto encuadrado sea producto de una preparación, un ensayo, una puesta en escena propia de un film histórico debiere quedar anulada la tentativa documental? Frammartino parece no tener ninguna duda. Su film es la resolución de ese dilema.
La película propone un viaje al pasado, en concreto a un recóndito espacio de la Calabria más desconocida, durante 1961. Aquel año un grupo de jóvenes espeleólogos piamonteses descendieron a las profundidades del Pollino en el Abismo de Bifurto, un enclave montañoso situado entre Calabria y Basilicata. El resultado de la aventura fue el descubrimiento de la que en ese momento se convirtió en la tercera cueva más honda conocida en nuestro planeta. El seguimiento a tan arrojada experiencia no es unilateral. Frammartino lo entremezcla con la observación a un pastor de la zona que cuida su rebaño muy cerca de donde los espeleólogos sitúan su centro de trabajo, junto a la boca del pozo que quieren investigar.
Como ya hemos referido, no nos hallamos frente a un documental en el sentido más puro y tradicional del término. La intentona es mucho más compleja, por cuanto la sensación que se pretende transmitir es la de un cámara que en los días de la bajada a la cueva hubiera tenido la oportunidad del seguir a los jóvenes aventureros. El trabajo que se hubiera podido hacer de haberse dado la oportunidad de contar con esa figura. Frammartino emplaza los protocolos documentales para recuperar los esfuerzos de ese periplo hacia el fondo de la tierra. Lo asombroso de la tesitura es que al hacerlo imbrica una suerte de simbiosis interpretativa y significacional que excede la mera exhibición de un trabajo de arqueología, cuyo insospechado resultado final fue el de convertirse en un hito de la historia de esa disciplina.
Por un lado, IL BUCO propone reconvenir la utilización de la cámara cinematográfica, reclamando para ella la primitiva utilización de los pioneros del cine mudo, en concreto la de aquellos camarógrafos que, siendo asalariados de las primeras productoras, fueron los encargados de trasladarse con sus aparatos de grabación a muchos lugares del planeta para que los espectadores de las urbes en los que estos filmes eran distribuidos pudieran conocerlos. Frammartino, obviando las reglas del género documental, sin embargo es capaz de convocar de forma tan elemental como abismada de empecinamiento y lúcido sentido de una deslumbrante fisicidad filosófica (las luces, los destellos, los huecos, las sombras en el interior no cesan de convocar el fantasma de Platón y su caverna) una estimulante apariencia de simultaneidad con el tiempo evocado.
Por otro, la película, que evita cualquier artificio retórico, que prescinde de diálogos, de caracterizaciones concretas de los personajes, que incluso pudiere darle a alguien la sensación de que es demasiado ruda y exigua en sus concreciones y en su desarrollo, se mantiene muy férrea en una exigencia que acompaña al realizador italiano desde sus inicios: la invitación al espectador a que acrisole sus retinas, a que renazca de entre toda la contaminación audiovisual a las que estas son obligadas en la actualidad.
IL BUCO reclama una miranda aventurera, una mirada atónita (como la del pastor que persiste su veterana habitualidad en los aledaños de esa búsqueda: él es en sí mismo una caverna humana, pero llamada a extinguirse, no a perpetuarse en una mapa) , una mirada dificultada (como la de los personajes en el interior de la gruta), una mirada desprovista de estruendos, una mirada, en definitiva, curiosa y nueva. Esencialmente stevensoniana, románticamente oculta, IL BUCO sabe escarbar hasta convertirse en sabia cartografía cinematográfica.