Título original: Espíritu sagrado
Dirección: Chema García Ibarra
Guion: Chema García Ibarra
Fotografía: Ion De Sosa
Reparto: Nacho Fernández, Llum Arques, Joanna Valverde, Rocío Ibáñez
Nota: 9
Comentario Crítico:
Mucho más acá de la España Profunda de lo que nos pudiéramos pensar, permanece, habita, sucede la España que hace de España un Más Allá aguardado por peluqueras para muñecas chochonas y por profesores de autoescuela para perritos pilotos. Ronca un limbo entre cañí e iguana de mesa camilla. Resopla un entresuelo de vaivenes humanos tropezando autómatamente dentro del mismo metro cuadrado, esperando a que las pilas dejen de durar. Suda, pasodoblera y absorta, una verbena emplazada en el patio de un psiquiátrico clandestino, prepirenaico, peninsular a mucha honra y dentro de lo que cabe.
La España cansada de no cansarse, la España indígena y, aún, a expensas de que llegue un Cristobal Colón que la descubra de una vez; la España sonámbula, eterna como el zumbido de la mosca que siempre le ha revoloteado una siesta de siglos y siglos. Esa España que está sin ser vista y que ve sin estar para que la vean tiene por fin notario con chándal que le dé su fe de vida. Se llama Chema Gª Ibarra. ESPÍRITU SAGRADO es el nombre del testamento a punto de firmar con un canuto que no tiene forma de “o”.
Primer largometraje de este reputado director de cortos, ESPÍRITU SAGRADO no es sino el impagable colofón a una trayectoria empeñada en rebuscarle pesetas oxidadas en los cajones a esta Celtiberia nuestra, tan llena de aparadores de comedor colmados de recuerdos de bautizos y fotos de muertos, y ajuares de boda bordados aplazando almidonadamente su uso dentro de ellos. Ibarra hace de la cotidianeidad un dogma enmascarado, un suspense de mondadientes recién utilizados, una conformidad habitada de dispersiones, un axioma unívoco con las apariencias esforzándose en aprender a no engañar, un evangelio según quien lo cuente. España, a sus ojos vista, es el décimo de lotería fijo que aún no ha tocado nunca.
ESPÍRITU SAGRADO es otro número que Ibarra echa a ese opulento bombo de observaciones que sigue empeñado en hacer con el perejil a San Pancracio puesto. Falta no le hace, pero por si acaso. Para debutar en el campo de la larga duración, por fortuna, no ha decidido aprovechar este salto profesional tan importante para escapar de su particular universo creativo, ni tampoco ha intentado echar mano de forma evidente de un material previo y alargarlo haciendo que se pusiera en evidencia este tipo de artimaña tan común.
Su largometraje pertenece por entero a ese oasis de cruento, pasmado surrealismo hiperrealista en el que conviven plácidamente, convertidas en gazpacho de tetrabrik, influencias de Berlanga y Ulrich Seidl, todas ellas pasadas por el mazo y el mortero de su irrefutable autenticidad observadora. Más que un film, ESPÍRITU SAGRADO parece un majado de naturalidades empeñadas en una ruta del tesoro extraterrestre, una papilla grumosa de la que todo Cristo pringa tropezón y desvarío a palo seco.
En este deslumbrador y expatrio debut vuelve a hacer de lo chiflado virtud. Partimos y nos quedamos en ese Elche en el que el absurdo muta en carne mortal y en neuronas abducidas. Una inmobiliaria ilicitana tiene la clave de todo. Es el nido de un grupo de penitentes empeñados en una devoción alienígena que, creen, no va a tardar en corporeizarse sobre la Tierra. El propietario del negocio, Julio, de modo clandestino, alberga allí, insistimos, la sede de una asociación de aficionados a la ufología, Ovni Levante, que el comanda.
Julio fallece repentinamente y deja a su corte de extraviados huérfana de líder y, lo que es peor, con la gran misión cósmico-invasora en la que todos estaban involucrados a medio planificar, sin asesoramiento dirigente, con el remate a meses de investigación pendiendo del hilo del fracaso. Para que esto no ocurra, uno de los integrantes de Ovni Levante, da un paso adelante y decide implicarse por entero. Se llama Jose Manuel, es propietario de un bar de barrio, y tiene una hermana que anda buscando a la mayor de sus dos hijas pequeñas, desaparecida en misteriosas circunstancias.
La película se pliega por entero al punto de vista parco, absorto, impenetrable y escaso de Jose Manuel. Ibarra escudriña en la suspensión de respuestas que resulta del distanciamiento con el que encuadra y acorrala a sus personajes. Lo bizarro causa, exige y dispone de hondo respeto. Ni burla, ni acentuación, ni estruendo. Calma chicha a fuego lento y constante. Ensañamiento cortés y circunspecto. No hay descontrol capaz de desestabilizar la quietud atmosférica y cerebral que teje los hilos de este empeño. La hermética terquedad que muestran los personajes halla su correlato en la adusta predisposición escénica.
Desde la cámara hasta la impertérrita disposición del rostro encuadrado, se solidifica un espacio en el que se apretujan los silenciosos enigmas irresolubles que plantea esa siempre callada por respuesta. Dada esa fecunda anomalía llena de hierático sinsentido aguardador al espectador no le queda otra más que seguirle al realizador por los alrededores de ese catálogo de seres vivos y ausentes.
En esos alrededores, en esos fondos de plano, en esos espacios dentro de los cuales aquellos exhiben su crónica perplejidad, su rígida resignación, permanecen los objetos y los aperos de cotidianeidad que los define en tanto que fauna dentro de un hábitat. Emerge la monotonía de barras de bar con los clientes de siempre, de vecinas cotorreando lo mismo, de mercadillos atiborrados del baratillo ofertón semanal, de extrarradio con plantas bajas ya solo para locales del todo a chino de cien, de bodas, bautizos y comuniones convertidas en fotos con juventudes ya periféricas, de programas de televisión local hechos para un público difunto, de vidas paralelas confluidas en ese punto preciso que define el anonimato sabido. ESPÍRITU SAGRADO es una procesión de marcianos que no han salido nunca de aquí. La cacofonía genial de un segundo ombligo. Cine magistral y grasoso, empeñado en seguirle el rastro a la pelusa del cine.