Y llegaron Blur
“Du bist sehr schön, but we haven’t been introduced”. ¿Quién necesita que lo hagan? Cuando uno va con la vitola de favorito y tras de sí aporta una larga –aunque no siempre regular- carrera, solo hace falta hacer sonar unos primeros acordes para garantizar el éxtasis esperado.
Blur nos tenía de antemano entregados. Con su aparición en el escenario lo confirmaron y los acordes de ‘Girls & Boys’ terminaron por rubricarlo. Y no es para menos. Su vuelta a los escenarios con un posible disco en ciernes hace de éste un regreso más que deseado, aunque sí hay que caminar con los pies en el suelo y darse cuenta de algo más que evidente: los (otros) chicos malos del britpop se han hecho mayores.
Damon Albarn parecía sentirse casi más cómodo a medida que avanzaba el concierto en los medios tiempos (‘Under the Westway’, ‘Trimm Trabb’ o la incombustible ‘End of the Century’) mientras que Coxon tardó en situarse y sus caras raras lo delataban. El aporte del coro en ‘Tender’ no terminó de arreglar el desaguisado en que se convirtió ese precioso tema. Quizás por eso, cuando dijeron de tirar de ‘hits’, cuando decidieron hacer vibrar, casi no se dejó títere con cabeza.
Es en temas como ‘Bettlebum’, ‘There’s No Other Way’ o ‘Coffee & TV’ donde uno se acuerda de aquellos momentos pasados, de la grandeza de esta banda y de qué narices le hizo moverse hasta allí pese a que la función de unos pocos imbéciles fuese el molestar. Pero para hacerse amigos de ellos –o simplemente, evadirse- no hay más que corear a pleno pulmón ‘Country House’ o ‘Parklife’, sin duda uno de los momentos álgidos que justifican que una banda sea considerada parte de la historia sin tapujos a pesar de la ausencia de ese punto gamberro que Phil Daniels aporta.
Hubo momentos para la nostalgia, para la emoción del propio Albarn tras el último acorde de ‘The Universal’ y para la comunión total con ‘For Tomorrow’; pero la última bala estaba guardada y bien guardada y fue directa al entrecejo, su fiel enemigo. ‘Song 2’ sacó lo “mejor” de cada uno, el hooligan que se tiene dentro y solo había que hacer una cosa: dejarse llevar como en los 90, saltar como si no hubiera mañana y destrozarse las cuerdas vocales en una maldita sílaba.
Puede que se echaran en falta temas como ‘M.O.R.’, ‘On your Own’ o ‘Tracy Jacks’, cierto. Pero tan cierto como eso es que la amalgama de sensaciones y recuerdos que sobrevolaron la explanada Llevant llegaron a ser sublimes.
Uno aún se regocija en ese placer que da volver a sentirse adolescente. En esos minutos que devuelven a la edad donde no importaba nada, donde se vivía sin preocupaciones y con la clara idea de poder comerte el mundo. Cabe preguntarse si un disco nuevo será necesario, pero siempre quedará ese momento para volver la vista atrás, rememorar lo vivido y poder afirmar, un años más, aquello que ahora se llega a comprender: “Juventud, divino tesoro”.