Tambien La Lluvia Cartel

 

 

Título Original También la lluvia

Año 2010

Duración 104 min.

País España

Director Icíar Bollaín

Guión Paul Laverty

Música Alberto Iglesias

Fotografía Alex Catalán

Reparto Luis Tosar, Gael García Bernal, KarraElejalde, Raúl Arévalo.

Productora  Morena Films

Valoración 5.0

 

 

 

 

 

Precioso título el que IciarBollaín ha elegido para nombrar a su última obra. La autora de la excelente Flores de otro mundo nos brinda la que hasta ahora, quizás, sea su producción más ambiciosa. La realizadora demuestra en ella poseer una admirable voluntad de riesgo, al inmiscuirse en  un proyecto de las características del presente. También la lluvia presenta, de partida, dificultad a nivel productivo  como, sobre todo, en su apartado estructural e interno.  El film se configura como una importante producción, dentro de un panorama con los presupuestos tan modestos como los pergeñados por nuestra cinematografía. Hay que reconocer que el film luce impecablemente los esfuerzos aunados para su confección.

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Sin embargo, no podemos decir lo mismo de la materia prima escrita que se apresta a trasladar a imágenes. El guión facilitado por Paul Laverty, el afamado colaborador de Ken Loach, autor, por tanto, de partituras tan notables como las de Mi nombre es Joe  o Sweet Sixteen, en esta ocasión origina no pocos problemas a la voluntariosa capacidad acreditada por su directora. También la lluvia adolece de una evidente -y lastrativa-  permisividad para con esa peligrosa premisa configurativa que es el exceso de ambiciones.

La nueva cita con la creadora de ese film modélico y estremecedor que fue Te doy mis ojos  nos propone una mirada contemporánea sobre los ancestrales, onerosos ecos, irresolubles aún, de la colonización española en Hispanoamérica. También la Lluvia parte con loable intencionalidad combativa y relexionante.  Su adscripción a lo que podríamos llamar cine político queda reivindicada nítidamente en seguida. La excusa argumental que da origen a su discurso es el rodaje,  en la Bolivia del año 2000, de una película española que intenta, por un lado, recrear las atrocidades cometidas por Cristóbal Colón y sus secuaces, mientras se atenían a cumplir con el mandato encomendado por la capital del reino, y, por otro, trazar una impulsiva  reivindicación de la figura del teólogo y obispo Fray Bartolomé de las Casas y de su conversor a la causa india, Fray Antón Montesino.

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Hasta aquel país llega todo el equipo técnico y artístico, dispuestos a rodar en escenarios naturales  los pasajes centrales de la historia, cuando, al poco de iniciarse, estalla un violento conflicto social: la llamada guerra del agua; la sublevación popular de un numeroso grupo de humildísimos ciudadanos a los que las autoridades les ha subido el precio del agua de forma desorbitada.

La película, pues, bascula entre dos márgenes temporales bien distintos: el del presente, que atiende a las dificultades del rodaje de la película, y el del pasado, que presta la visualización de las imágenes de ésta. Bollaín soluciona con profesionalidad la dificultad de los continuados saltos en el tiempo. Donde pierde, no obstante, buena parte de su virulencia  es en la labor de dotar de verosimilitud dramática a los múltiples mimbres argumentales, encaminados a patentizar un análisis, un pensamiento que, lamentablemente, quedan evidenciados mediante tosco cacareo.

El problema principal que padece el film es la excesiva confluencia de intereses narrativos. Toca demasiados palos candentes: la miserable situación actual padecida por la población más desheredada, el paralelismo entre los tiempos de la Conquista y los presentes –la permanencia de una continuada explotación-, los problemas morales que genera la toma de contacto con un problema  de esa enjundia, la conciencia individual como refugio de la ética, los problemas del rodaje de una película, la hipocresía de algunas actitudes, en teoría, muy comprometidas, el desencanto que produce en el hombre contemporáneo el estado injusto de las cosas. La película se resiente continuamente de esa dispersión de intereses, de objetivos, de núcleos dramáticos, y, de resultas,  ve mermada, así, la potencia del impacto emocional y reflexivo que intenta concretar.

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También la lluvia  ve menoscabada la sinceridad con la que está conducida, pues esa confusa suma de charcos ilustrativos, dada su evidente demasía, obliga al  sometimiento ante  esa siempre enojosa tentación que es el maniqueísmo. Esto se hace evidente en la resolución final de todos los acontecimientos. El giro personal que debe sacudir a las decisiones personales de los dos protagonistas centrales está impuesto, sin que el espectador haya manejado las claves de esa evolución. También la lluvia  amaga con una gran obra cinematográfica, que, desafortunadamente, sólo brilla de modo esporádico (sobre todo siempre que aparece en plano un arrollador Karra Elejalde, justo ganador del Goya 2010 al actor de reparto). Necesaria, ambiciosa, perovacilante y subrayada en exceso. Las buenas intenciones no son razones que generen, por sí solas, nobleza en el conocimiento.

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