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Título 4 luni, 3 saptamini si 2 zile (4 Months, 3 Weeks & 2 Days)

Año 2007

Duración 113 min.

País Rumanía

Director Cristian Mungiu

Guión Cristian Mungiu

Música Sin música

Fotografía Oleg Mutu

Reparto Anamaria Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alexandru Potoceanu

Productora Coproducción Rumanía-Bélgica;

Valoración 9.5

Hace pocos días, gracias a un fallo en la web del certamen, se ha filtrado un listado de las películas que podrían formar parte de la sección oficial a concurso del Festival de cine de Cannes de este año.

Entre ellas,  se halla BEYOND THE HILLS, la esperadísima nueva obra de Cristian Mungiu, el joven director rumano que, hace cinco años, asombró al mundo entero con una obra maestra titulada CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS. Sirva este suceso como excusa para volver a ella.

CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS nos depara el deleite de la consternación urgente que la radicaliza. Pocas muestras del último cine contemporáneo han alcanzado como ella un grado tan agudo de tensión dramática. El film descerraja un ejercicio de milimétrica voracidad emocional, de vehemente opacidad violenta, de vigilada mostración contenida.

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Nos hallamos ante una obra que zarandea la atención del espectador con una lúgubre honestidad  del todo consternante, perspicaz, atemorizadora. No sólo por la gravedad apremiante del acontecimiento que la da inicio; ni por la desolación temible del marco espacio-temporal en la que se haya inscrito el relato; ni por el verismo que anega cada uno de sus calculadísimos planos, sino por las excelencias de un despliegue formal y narrativo tan contundente como fuera de lo común en estos tiempos que corren tan abonados al desencuadre, al desenfoque, y al desentendimiento escenográfico.

El film de Cristian Mungiu es, ante todo, una lección de cine. De cine puro, duro y abismado. De ese cuya intensidad corroe en la conciencia, cuando la proyección en la sala oscura ya se ha terminado.

Siglo XX. Años ochenta. Mungiu nos traslada a la ominosa lobreguez de la Rumanía putrefacta del dictador Ceauçescu, para convocarnos a la historia de un seguimiento, de un acecho, de una persecución.

No es su film un relato tradicional, ni despliega una trama al uso. CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS somete todo su devenir a la captación directa de una dramática emergencia a la que se ven obligadas dos estudiantes, Otilia y Gabita, que viven en una residencia universitaria de la capital del país. Gabita está a punto de someterse a la práctica de un aborto ilegal.

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El film se pliega por completo al rastreo de esta incidencia, pero lo hace atendiendo de forma sobrecogedoramente tensionada al posicionamiento en la historia que impone la implicación abnegada del personaje en principio secundario, auxiliador. Mungiu apuesta por la mirada coraje de la amiga. El film es Otilia y el apremio de su leal riesgo.

El realizador rumano se pone a rebujo del itinerario angustioso de una joven atrapada en el fango de su propia lealtad. Otilia pertenece a esa estirpe de personajes, cuya generosa nobleza el relato se encarga de poner a prueba, de zaherir, de acabar convirtiéndolo en nocivo ahínco exhaustador.

Mungiu se apresta raudamente a definir visual y escenográficamente esta radical deferencia por la versatilidad geográfica, emocional y remediadora que le presta Otilia. La primera escena se revela muy pronto como una rotunda declaración de principios formales y capturativos del director.

El film se abre con un plano de detalle de una mesa. Una mesa grande, llena de objetos, arrimada, bajo una ventana, contra la pared de una estancia iluminada por la luz diurna que se deja vislumbrar a través de los cristales descubiertos. El plano fijo retrocede un poco y descubrimos a una joven morena sentada, ostensivamente inquieta, en una silla. El plano sigue retrocediendo. La joven lanza una mirada al fuera de campo que sugiere la parte de la habitación negada a la visión del espectador, e inquiere: “¿Me puedes echar una mano?”.

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Tras la interpelación entra en escena un personaje oculto. Una joven rubia que se dispone, presurosamente, a ayudarla en el recuento de los enseres y requerimientos necesarios para disponerse a concluir un preparativo que, en un principio, no queda clarificado. CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS queda sintetizada en este inaugural plano-secuencia.

Un personaje reclama la cooperación de un segundo que no duda en concedérsela. No es casual, ni mucho menos, que Otilia haga aparición tras ser pronunciada esa primera expresión demandante de ayuda. La escena posterior describe el recorrido de ésta por el interior de la residencia, satisfaciendo una serie de peticiones mínimas que Gabita le ha rogado. Mungiu se desentiende de la demandadora para perseguir el valioso acatamiento de la buena sierva.

En torno a este desplazamiento sobre el sujeto avasallado, gravita medularmente la férrea, estricta, mínima estructura dramática que solidifica el angustioso devenir de la película. CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS incide hasta sus últimas, tortuosas consecuencias en este basculamiento que define la solicitud de una necia irresponsable y la bondad arriesgada de una honrada fiel.

Este arranque sirve también para patentizar el sometimiento del realizador a las posibilidades claustrofóbicas que le permite su pertinaz insistencia en la elección del plano-secuencia como recipiente formal. El énfasis iterativo con el que está ejecutada esta insistida segmentación planificatoria transpira ambientación carcelaria, asfixia sacudiente, negación de propia voluntad.

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Mungiu no tolera la más mínima licencia compositiva. Su mirada instaura un orden tan severo como el marco histórico-social en el que se dilapida inmutablemente el calvario de su sacrificada protagonista. La atención que se autoexige en la vigilancia de las consternadas criaturas es la misma que la de los nada condescendientes, coaccionadores inspectores de autobús, policias y recepcionistas de hotel que hacen corrupta aparición en el filme.

El plano-secuencia fijo atosiga, acosa, flagela el albedrío desasistido y frágil de quien enmarca. Dentro de él, además, Mungiu privilegia asfixiantemente el off visual, el contracampo  que cada posicionamiento del eje de la cámara escatima al espectador, pero que, sin embargo, amenaza, condiciona, apremia a quien está siendo contemplado.

Las escenas de interior son el escalofriante ejemplo de esa fiereza impositivamente austera con la que el realizador fustiga la narración. En CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS los planos poseen rugosidad capturativa, sofocadora, como de soga en el cuello. Lacera la duración de cada encuadre.

La angustia caminante de la pertinaz protagonista permite la contemplación de un panorama humano gris, turbio, desolador. Otilia se muestra tan presa de su magnánimo empeño como del acorralamiento corrompido y celador que ha de ir sorteando para lograr concluirlo. Mediante apuntes concisos y calculadísimamente ubicados, el espectador, detrás de la joven, accede a un fidedigno retrato geográfico-social de una época dominada por el horror y el sometimiento.

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Ese autobús en el que dos adustas funcionarias se encargan de pedir el billete a todos los ocupantes, esa recepcionista corrupta y antipática que niega la reserva, la exigencia de dejar en recepción el carné de identidad a toda persona que entra en el hotel, o la disposición al soborno constante que esgrime la propia Otilia, dan buena cuenta del arraigo de la citada miserabilidad imperante en aquel paraje despótico, engendrador de caudillos anónimos y sátrapas ocasionales: como el personaje más despreciable y virtuoso que aparece en el filme, el médico que, sin apenas referencias, contrata Gabita para que lleve a cabo la intervención ilegal.

Éste hombre aviesamente lúcido ejercerá de cacique caprichoso e innoble al aprovecharse de su superioridad circunstancial. El cuerpo de las jóvenes quedará reducido a antojo postrado frente ese poder que instaura la emergencia que deben solucionar. Ésta contingencia las convierte en fáciles presas de ese cazador furtivo, en un coto con permiso ilimitado para la caza, la captura y la humillación.

El film lo construye la espiral creciente de un encadenado de ruegos perniciosos. Precisamente concluye con un desobedecimiento. Otilia decide en el último momento no cumplir con el deseo estúpido y caprichoso de Gabita. Quizás, porque en ese tubo de deshechos y basuras con el que logra concluir su misión, quien precipita sus entrañas sea ella.

CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS, cine grande para no olvidar, cine maestro por el que vale la pena dejarse hostigar las retinas.

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