Deseo Peligro

Título: Se Jie (Lust, Caution)

Año 2007

Duración 156  min.

País Taiwán

Director Ang Lee

Guión James Schamus, Wang Hui-Ling (Historia: Eileen Chang)

Música Alexandre Desplat

Fotografía Rodrigo Prieto

Reparto Tony Leung Chiu Wai, Tang Wei, Leehom Wang, Joan Chen, Johnson Yuen, Chu Chih-ying, Anupam Kher

Productora Haishang Films / Focus Features / River Road Entertainment

Valoración 9

La versatilidad genérica demostrada por Ang Lee a lo largo de su impecable trayectoria ya no da lugar a sorpresa alguna. Sí la causa, en cambio, la constancia en la belleza insondable con la que sabe gratificar a todo el que se arrima a contemplar el devenir sereno de sus imágenes. El creador de LA VIDA DE PI parece instalado confortantemente en el sosiego de la destreza, en la apariencia de desenvoltura, en la calma firme que ostenta quien se sabe capaz de ejecutar con limpieza y precisión la magnitud nueva del envite propuesto. 

El taiwanés acaricia ya la categoría de clásico: DESEO, PELIGRO confirmó la sabiduría eficaz de un maestro capaz de la transparencia más subyugante y desobediente del cine contemporáneo. Su última propuesta lo consagra como estimulador de un clasicismo herido en las entrañas de su contención mostrativa. Un clasicismo osado al infringir la norma de la puerta cerrada, de la acción entre sombras, de la sugerencia como respuesta o hallazgo insinuante a la imposición del hecho imposibilitado de ser visto. DESEO, PELIGRO es al cine clásico lo que la manzana fue a los primeros habitantes del paraíso: la licencia de la tentación. 

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El director asiático retorna a su continente y nos adentra en la turbulencia bélica de la ocupación nipona sobre territorio chino habida entre 1938 y 1945. Una elegante mujer con sombrero entra en un distinguido café de Shangai. Tras hacer su demanda al camarero, pide permiso para hacer una llamada. Se levanta, camina hacia la barra, se apropia del aparato telefónico y mantiene una extraña conversación en actitud reservada. DESEO, PELIGRO, a excepción del episodio final que, cronológicamente, habría que situarlo inmediatamente después de la escena descrita, narra las claves del secretismo que tamiza la presencia apuesta y solitaria de esa figura femenina. 

Mediante un largo flash-back, el espectador, cual fotógrafo en su cuarto oscuro de cuidadoso trabajo, asistirá al proceso de revelado verdadero de la imagen-mujer que inicia el relato. El film es una ondulante indagación doble. El proceso inquiriente se salda con el hallazgo de una ocultación inesperada, que precipita la película hacia lo inaudito, hacia la esfera de lo ignoto, hallado en el ámbito cercado y estrecho de la privacidad extenuada de dos cuerpos entregados a una pasión límite, depredadora, combativa. Por un lado, DESEO, PELIGRO recorre con detalle la trayectoria vital de Wong Chia Chi durante los tres años anteriores a su reservada presentación en la primera secuencia, y, por otro, o, mejor dicho, hallado tras éste, el film se adentra en el terreno de su intimidad sobrecogida por la desconcertada rendición que su cuerpo y su alma deparan al enemigo-amante.

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La nueva propuesta de este taiwanés impelido por virulencias embozadas en reposo se adscribe, en su primera parte, a un clasicismo narrativo que le permite enmarcar a sus personajes en un espacio determinado por agitaciones de carácter migratorio y en un tiempo muy preciso: el revuelto e incierto de una nación sitiada en guerra. Durante todo este minuciosamente descrito pasaje, Lee se limita a exponer una serie de hechos que, sobre todo, cumplen la misión de encuadrar a su personaje central en la vorágine histórica que está viviendo. Al realizador le conviene aportar datos, atender a su biografía: la vemos huyendo en camión del ejército enemigo e ingresando en una compañía de teatro amateur universitario de teatro, emocionando –escena fundamental para la credibilidad de su crucial representación a puerta cerrada en el último acto ante un solo espectador- con sus embelesadoras dotes interpretativas. La linealidad expresa de todo ese tramo enfatiza el retrato somero, acumulativo, delineador.

Ahora bien, como viene siendo habitual en el autor de TIGRE Y DRAGÓN, la elegancia expositiva va escurriéndose entre la presunta nitidez que la dispone. Lee comienza a inquietarnos cuando permite al relato traspasarse, transgredir los límites establecidos de antemano por su propia claridad. El film se precipita por su propia herejía de forma casi inconsciente. El realizador chino comienza a dar rienda callada al sacrílego que lleva dentro. 

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A partir del adiestramiento sexual de la protagonista, DESEO, PELIGRO se abandona a la inercia de una oscuridad ingobernable: la que descubre la heroína en el fuero interno de una pasión por ella desconocida. La instrucción amatoria a la que se ve obligada la humilla, la fractura y la transforma. Las prácticas en la cama con el compañero que se presta a iniciarla condensan gelidez de trámite inmolatorio. No ha de extrañarnos, a tal efecto, que Lee sitúe en ese marco quebrador la virulencia explícita de la violentísima escena que tiene lugar en el apartamento de los jóvenes e inexpertos miembros del grupo revolucionario. 

Tras la contemplación de ese cuerpo acuchillado, sangrante, de interminable agonía, a Wong Chia Chi no le queda otra solución más que la huida, el escape, la desaparición, la renuncia a una existencia indeseada por la nula consideración que merece su cuerpo convertido en despojo no querido, mercantilizado. Pero también la asunción de una mujer nueva que, sobrecogedoramente, decidirá no salir de ese camino negro, cuando descubra en él la gratificadora, extasiada, culminante sensación de habitar en el más puro arrebato. 

El último acto de la obra nos depara cine, sencillamente, antológico. DESEO, PELIGRO se sublima en forma de combate de cuerpos desconfiados, expuestos, y reconocidos. Lee se concentra en el espacio clausurado y secreto de dos rivales desnudos escrutándose las entrañas y los misterios. La pulsión sexual queda inscrita cual campo de batalla en el que ambos contendientes deben neutralizar la debilidad del otro. La trasgresión del realizador permite acceder al fragor de esa lucha entre apetencias y exploraciones, al filo incisivo de esa reyerta de angustiados alumbrando placeres postergados e ignotos, al abatimiento de las respectivas estrategias cuando ambos descubren la verdad de su mutua dependencia amante. 

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La intensidad de lo explícito de las escenas sexuales le sirve para, en primer lugar, remitirse al crudelísimo, dilatado asesinato de la primera parte. Lee vuelve a imponer una intencionada ausencia de recato mostrativo para describir una acción que no le interesa omitir. Pasión y muerte simétricamente vigorizadas, incididas, dilatadas. El crimen como solución, el sexo como recurso. 

En segundo lugar, para concretar el retrato de sus dos protagonistas; respecto a ella, la contemplación extenuada del progresivo abandono de su estratégica escenificación viene a definirse en cuanto reverso gozoso, carnal y cómplice de las escenas en las que se describía su obligado aprendizaje: el maniquí-cebo de aquellas da paso a la pericia incontrolada de una mujer consternada por el placer total que la sacude en brazos de su presa. 

Respecto a él, no cuesta nada reconocer en cada una de sus arremetidas, en cada uno de sus excesos, los modos y maneras del efectivo, implacable torturador-verdugo que es. Jamás lo vemos empleándose a fondo cumpliendo con los imperativos propios de su cargo. Su fiereza permanece oculta tras los modos elegantes de un caballero-esposo reservado y cumplido. De ahí que la brutalidad, el retorcimiento, la perversión de sus acometidas adquieran virulencia de interrogatorio, de acoso indagador, y, finalmente, de convulsión angustiosa y rendida de un sujeto atormentado por las exigencias de su consciente rol de sanguinario sin alma. Ambos se despojan de los atuendos asignados. El tanteo receloso lo disipa la verdad de los cuerpos desnudos y buscadores. Las tácticas sucumben a la sinceridad de la piel conquistada en penumbra.

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Lee se apropia de ese hallazgo proponiendo su destreza al servicio de esa intimidad con apartadas dimensiones de fuga. La exhibición explícita de los encontronazos sexuales no está consentida con afán pornográfico. Ni siquiera voyeurístico. DESEO, PELIGRO la necesita, confluye, se eleva desde ella. De la misma forma que los dos protagonistas se exigen en silencio el compromiso de la entrega total como cauce hacia el éxtasis redentor y calmo, el espectador precisa la contemplación nítida de ese irrenunciable alumbramiento para poder asimilar la decisión final de ella. 

Deseo en el peligro, peligro en el deseo, martirio y ganas, voracidad y tormento, dolor y gozo, inmolación y sexo, el film duele. Su último plano exhibe una cama vacía, un fenecido evocador sentado al borde de ella, y la sombra de una ausencia evidenciada en las arrugas de una sábana blanca. Lee esculpe así los rescoldos de una historia apasionada. Y también el dolor del espectador ante la conclusión de tanta belleza. Hay veces en las que salir de una sala de proyección aflige, adquiere visos de renuncia. DESEO, PELIGRO entumece como un lamento. Como un milagro.

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