El Ultimo Concierto 9

Título original: A Late Quartet

Año: 2012

Duración: 105 min.

País: Estados Unidos

Director: Yaron Zilberman

Guión: Seth Grossman, Yaron Zilberman

Música: Angelo Badalamenti

Fotografía: Frederick Elmes

Reparto: Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener, Christopher Walken, Mark Ivanir, Imogen Poots, Wallace Shawn, Madhur Jaffrey, Liraz Charhi, Megan McQuillan, Marty Krzywonos

Productora: RKO Pictures / Concept Entertainment / Unison Films

Nota: 6

Hay películas que huelen a papel de farmacia, a medicamento recién destapado. Son películas valerianas que se cuidan muy mucho de trastornar el sueño de quien las contempla. EL ÚLTIMO CONCIERTO es de ellas, pertenece a ese tipo de films que cumple a rajatabla el mandato de su prospecto. Sin ningún tipo de efecto secundario, sin más alivio que el que dictamina la fórmula tras la grajea.

Dirigida por Yaron Zilberman, debutante con ella en el terreno de la ficción dramática, la película narra las tesituras personales en las que van a enfrascarse los cuatro componentes de un prestigioso cuarteto de cámara, cuando uno de ellos, el violonchelista,  confiesa que tiene la intención de abandonar el grupo por motivos de salud. Las dudas sobre la opción de buscar un sustituto, sobre si continuar adelante como grupo y otra serie de disquisiciones provocará que surjan una serie de larvadas desavenencias.

EL ÚLTIMO CONCIERTO propone una reflexión sobre lo frágil de la estabilidad, sobre lo férreo de ese lazo común que es el afecto cultivado durante largo tiempo. El prestigioso grupo de músicos ha fundamentado su fama por la perfecta armonía establecida entre los cuatro componentes. La inercia de las muchas temporadas, conciertos, ensayos y discusiones juntos viene impuesta por la veneración y el culto a ese ente mayor que conforma la suma de los cuatro. El bienestar del colectivo los ha arrastrado gozosamente a una cierta anulación como individualidad.

No es casual por ello que el film arranque con un gran plano fijo en el interior de una sala de conciertos. Desde la platea, la posición de la cámara se une a la de un espectador del recital que está a punto de empezar. Los músicos salen desde una puerta del fondo recibiendo el aplauso de bienvenida por parte de los asistentes. Ellos toman cada uno su posición.el-ultimo-concierto-7 Se miran cómplicemente y comienzan a tocar la partitura. El inicio subraya la habitualidad exigente, profesional, entregada y exitosa de los cuatro músicos. Su vida es ese escenario.

EL ÚLTIMO CONCIERTO pretende  narrar, precisamente,  lo que ocurre cuando esa placentera, satisfactoria rutina artística alerta de una inminente resquebrajadura. De hecho se tarda bien poco en anunciar la renuncia comentada con anterioridad.  Un largo flashback –la entera duración del film, salvo un fundamental epílogo/desenlace- empieza precisamente con el violonchelista acudiendo a una especialista que le pronosticará que está sufriendo síntomas de un prematuro Parkinson. La concatenación de escenas irá dirimiendo el conflicto que estallará a continuación, hasta llegar finalmente al concierto que hemos visto empezar en la primera escena.

Esa presentación del prólogo –una de las pocas ideas escenográficas notables aportadas por la realización- sirve para que el espectador compruebe la exquisita compenetración habida entre los protagonistas. El cuarteto es en sí mismo un dispositivo armonioso, un artefacto afinado, un instrumento sonando al límite de su excelencia. El meollo dramático del film viene dado por el chirrido que supone la marcha de una de las piezas. La música sutil, entregada, depuradísima comienza a dar paso al ruido amortiguado durante muchos años. El resquicio a la imperfección provocará que los miembros del grupo comiencen a imponer su callada individualidad, a exclamar abiertamente exigencias que la armonía anterior no toleraba confesar.el-ultimo-concierto-4

Desde un punto de vista dramático, EL ÚLTIMO CONCIERTO apunta una turbulencia, un fragor, un análisis sobre la degradación de un colectivo en cuanto una pieza deja de cumplir con su función que, muy pronto lo advertimos, en manos del debutante director sólo en contados momentos alcanza esa potencialidad intuida.  Zilberman se comporta como un aplicado limador de asperezas, como un cortés testigo de la confrontación que asume severamente su tarea de ver, oír y callar. La suya es una ejemplar disposición boticaria.

Su disposición escénica no escapa nunca a la más de las discretas caligrafías. La cámara siempre en el sitio que debe, pero dejando escapar el fragor y la osadía de un acercamiento más hondo, brioso, áspero y apasionado del asunto que tiene entre manos. Da la impresión de que el director se contagia de la imagen más superficial que proyecta el grupo compacto, sin fisuras, imponiendo su veterana destreza intachable.

Además algunos flecos del guión (la hija, su relación amorosa, etc.) no pueden ser más que tildados de inútiles, folletinescos, de manual.el-ultimo-concierto-8 El relato se abandona a unas reacciones en las que no profundiza nunca, como si se manejara igual que los personajes fuera del virtuosismo acreditado encima de un escenario.

Sin embargo, pese a que esa impertinente neutralidad merma las posibilidades vislumbradas a la historia, sí que posibilita una solución que reporta a la cinta su atractivo: la pulcritud de la cámara permite que el peso de la función recaiga encima de los intérpretes; Zilberman, al menos, tiene la inteligencia de no entrometerse en el regalo actoral que supone la confluencia de los cuatro excelentes actores encargados de volcar su talento en la credibilidad que desprenden siempre, gracias a su implicación, sus personajes. Resulta impagable asistir al impecable, contenido, creíble y ajustado recital interpretativo. Los actores escapan al prospecto. El film adquiere en ellos la chispa hipertensa que escapa a la paz valeriana.

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