Título: 20.000 ESPECIES DE ABEJAS
Año: 2023
Duración: 129 min.
País: España
Dirección: Estibaliz Urresola Solaguren
Guion: Estibaliz Urresola Solaguren
Reparto: Sofía Otero, Patricia López Arnaiz, Ane Gabaraín, Itziar Lazkano
Fotografía: Gina Ferrer
Sección: Oficial
Nota: 8.2
COMENTARIO CRÍTICO:
Permanece aún intacta la gozosa sensación de hallazgo que produjo asistir al estreno de ORLANDO, MY POLITICAL BIOGRAPHY, del filósofo Paul B. Preciado, cuando hoy ha llegado a la Berlinale 2023 el debut de Estíbaliz Urresola Solaguren, que, sin duda, podría definirse muy bien como una posible versión ficcionada de la problemática que con tan virulenta, documentada y poliédrica pertinencia convierte en denuncia cinematográfica el ensayista. 20.000 ESPECIES DE ABEJAS nos adentra en la confundida, inconforme, quebradiza intimidad de un niño de ocho años que no se siente a gusto con su nombre. Se llama Aitor, pero prefieren que le llamen Coco. Tardamos poco en advertir que la película propone una veraz tentativa a propósito de la problemática de la disforia de género, esa angustiosa sensación de no caber en la identidad normativa, asignada, hecha canon y, en tanto que no aceptada, convertida en cárcel. El mayor acierto de esta modélica reflexión fabulada creada por Estíbaliz Urreosola lo estimula la elaboración de un material escrito de partida que indaga en esa problemática, la explicita con un tacto tan crudo como delicado, pero no la acorrala narrativamente en calidad de interés unívoco. El personaje de Aitor está imbricado dentro de una nutrida red de conflictos aledaños que complejizan de modo positivo, escrutándolo, contraponiéndolo, el abordaje de la visicitud adherida al personaje central. Así pues, las problemáticas económicas, laborales y afectivas que sobrelleva la madre, la relación de esta con la suya, la remembranza de una figura paterna fallecida bastante controvertida, la faceta escultórico/profesional de la familia, la influencia liberadora y experta de ese soberbio personaje que es la Tía Lourdes, y, cómo no, gracias a esta, a su pasión por la apicultura, el partido sacado al entorno montañoso del paisaje vasco convocado como telón de fondo opresivo y, al tiempo, liberador, saben ser situados como elementos dramáticos engarzados al conflicto central sin que ninguno de ellos desoriente la contundente pujanza reflexiva que recorre este film, ante todo, lúcido, sensible, necesario. Los abiertos ojos intranquilos de Coco, una milagrosa Sofía Otero, han venido para abrir las retinas morales de quien tenga la suerte de mirarlos.