Dirección: Ridley Scott
Nota: 3
Comentario crítico:
Ejemplo perfecto de la desidia facturativa en la que, tristemente, se hallan instalados los equipos de producción situados en los órganos de poder del Hollywood actual, GLADIATOR II ni se inmuta -casi se diría que se vanagloria- en mostrar su prepotente apología de la nada.
GLADIATOR II es pura celebración del calco. Panegírico de la simpleza reiterada, asumida esta como virtud esgrimida con mustia arrogancia. Lo mismo hecho finalidad. No es que no faculte un mínimo esfuerzo por escapar a la explotación milimétrica de lo ya visto, es que fundamenta su altilocuente engreimiento en el veto a la más mínima posibilidad de un desvío, una variación, un subterfugio sorpresivo. Aquí prima el triple mortal con la red situada a medio palmo del trapecio. El cinturón de seguridad hasta para el sillón de leer un premio Planeta.
Nada debe de extrañarnos. A los mandos de la xerocopia se halla ese conductor de velocidades y tocino llamado Ridley Scott. El creador de BLADE RUNNER lleva varias décadas convirtiendo en piloto automático todo lo que rueda. Ya sean biopics (LA CASA GUCCI), films historicistas (NAPOLEÓN, EXODUS: DIOSES Y REYES), cine negro (EL CONSEJERO, TODO EL DINERO DEL MUNDO), género fantástico (sus retornos al universo ALIEN) o dramas medievales (EL GRAN DUELO, EL REINO DE LOS CIELOS).
Sea cual sea el embolado, el autor de LOS DUELISTAS aplica la misma metodología superficializadora. El afán por apostar todo a un supuesto apabullamiento audiovisual es inversamente proporcional al descuido en cuanto a la complejidad dramática de los conflictos abordados.
GLADIATOR II podría considerarse como la cumbre de este desequilibrio, de esta desidia. En cuanto que ejemplo de péplum contemporáneo no deja de ser una consciente (y desabrida) imitación de su precedesora (luto personal del héroe, caída en desgracia, proceso de su encumbramiento heroico, consecución de este y desenlace: mismo patrón conflictivo). Los atrevimientos de los combates con monitos roedores o la batalla naval en un Coliseo convertido en puerto deportivo con tiburones, a tal efecto modernizador, solo pueden ser tildados de esperpento máximus.
En cuanto a nuevo ejemplo de la característica concepción de la puesta en escena de Scott, GLADIATOR II vuelve a incidir en esa obsesión por aparentar una transcendencia, una intensidad y un ritmo que se quieren vigorosos, pero que no tardan en evidenciar un exceso todoterreno que escora la verosimilitud de los hechos escenificados hacia el descalabro de la inconsistencia, de la concatenación anodina, de la insustancialidad lujosa y consentida. El modo en el que se despacha la interesante rivalidad entre Acacio y Lucio, la inconsistencia del medular personaje de Connie Nielsen o lo grotesco del perfil adjudicado a los emperadores validan esta impresión de barateo generalizado.
Comparar GLADIATOR II con, por ejemplo, BEN HUR o ESPARTACO, en términos de originalidad, es como afirmar que Bisbal es el autor de EL BURRITO SABANERO. La primera ya era floja, pero estaba Russell Crowne para disimular carencias. Aquí tenemos a Paul Mescal, que no sabemos si hace de romano o de ceda el paso en la vía Apia. Y así le va a la película. Nunca desenreda la contradicción de saberse repetida y, al mismo tiempo, moverse pasmada, desvaída, con la orientación menguada de brújula.