Título original: Un monstruo viene a verme (A Monster Calls)
Año: 2016
Duración: 108 min.
País: España
Director: J.A. Bayona
Guión: Patrick Ness (Novela: Patrick Ness)
Música: Fernando Velázquez
Fotografía: Óscar Faura
Reparto: Lewis MacDougall, Sigourney Weaver, Felicity Jones, Liam Neeson, Toby Kebbell, Geraldine Chaplin, James Melville, Garry Marriott, Joe Curtis, Kai Arnthal, Max Gabbay
Productora: Apaches Entertainment / Telecinco Cinema / Participant Media / RiverRoad Entertainment / Lionsgate
Nota: 3.4
Por desgracia, el tercer largometraje de J. A. Bayona viene a exagerar todos y cada uno de los defectos acumulados en su irregular y exitosa LO IMPOSIBLE. A una insatisfactoria noción del melodrama, le prosigue una pauperizante y letal tolerancia para con una abyecta desmesura con lo previsible. De ahí que toda la (teórica) brillantez deparada en el apartado técnico de sus obras quede cuestionada por el permiso otorgado a un material escrito celosísimamente calculado para conmover a la platea de muy fullera, condescendiente y manida forma. UN MONSTRUO VIENE A VERME cumple todos los requisitos del melodrama tramposo, del melodrama convertido en máscara evidente de sí mismo. Cuando todos pensábamos en que Bayona venía a postularse como el Spielberg hispano, como el sucesor de Amenábar en el trono del cine comercial patrio, resulta que el monstruo a quien quiere ver es al González Iñárritu de los peores tiempos; esto es, el de la estridencia y la parálisis indecorosamente trágicas de BIUTIFUL.
El nuevo film del creador de EL ORFANATO viene a proponerse como una fábula luctuosa, en la que el espectador es testigo de la desesperada encrucijada vital que asola a Connor, un niño de doce años, cuya madre está sucumbiendo dolorosamente a los efectos de un cáncer en fase ya muy avanzada. El universo del adolescente se hace añicos: a la tragedia materna, se le une la ausencia del padre (separado de aquella y con el nuevo domicilio muy alejado desuyo), una conflictiva relación con su abuela y el acoso violento de unos compañeros de colegio. Connor se aferrará a su fantasía para reclamar la ayuda de un monstruo surgido de un tejo que puede contemplar desde su ventana. El monstruo acudirá a él con el propósito de contarle tres historias, asegurándole de que, al concluirlas, él deberá relatarle una cuarta: la de su verdad.
Basada en el conocido texto de Patrick Ness, que también oficia como guionista único del film, la nueva peripecia cinematográfica de Bayona, tal y como ha quedado referido, se zambulle de pleno en esa temerosa modalidad melodramática que es una historia fundamentada en la presencia de un personaje enfermo, con inminencia de muerte. Suele ser terreno abonado para el exceso y para la alharaca compasiva. En UN MOSTRUO VIENE A VERME, que tarda bien poco en presentar ese núcleo narrativo, hay que reconocer la intentona de aligerar el peso de esa gravosa contundencia. Bayona no retrasa la irrupción en el relato del monstruo y, por lo tanto, la especial relación que éste va a gestar con el protagonista, imponiendo una solución escénica (en principio) muy interesante: la de solucionar mediante imágenes de animación los relatos expuestos por el primero, tratando así de aligerar al entramado argumental central del altísimo voltaje oscurecedor desde el que ha partido. Sin embargo, este empeño en el aligeramiento angustioso, poco a poco, se vuelve en contra de la hondura (y la nobleza) trágica que debiere ser reclamada.
El problema de UN MOSTRUO VIENE A VERME es precisamente la palmaria evidencia de ese cálculo. En todo momento, a cada secuencia, a cada avance narrativo se le nota ese sometimiento al celo matemático, a la pauta recetada por el protocolo maquinador. Como consecuencia de ello, un film que demanda desde el inicio la beneficencia del espectador sin ningún tipo de ambages se queda frío, timorato, sin asombro. La sorpresa de los dibujos animados (bellísimos, pero acaso un poco monótonos, toda vez que concluye el primer relato) se agota en la exposición del segundo y, fundamentalmente, la historia central (la solución íntima que debe alumbrar Connor para asimilar un dolor insufrible) queda estancada en su mero planteamiento. Casi se diría que posee las desequilibradas hechuras de un cortometraje alargado. La irreprochable factura técnica dirimida por Bayona nada puede hacer por avivar un fuego ya sofocado de partida. Si fuera cocinero, el autor de LO IMPOSIBLE sería de los que creen que la culminación de un buen plato sólo depende de la vajilla en la que éste ha de ser presentado.
Aquí ocurre, además, que, tal y como ocurriese en el referido film protagonizado por Naomi Watts, la lujosa porcelana se resquebraja en el último tercio. La permisividad para el abandono al delirio lacrimógeno alcanza cotas intolerables. No se atisba recato ensordecedor y profundizador, sino exhibicionismo de telefilm dramaticoide. Eso sí, sólo la impresionante aportación de Lewis MacDougall, el joven actor protagonista, salva a Bayona de la debacle total. Si para el film, el realizador hubiera tenido el mismo tacto que para con la difícil dirección del intérprete, ahora estaríamos loando un auténtico cúmulo de verdad dramática, y de sincera apropiación emotiva. Un drama no se prorrumpe, ni se notifica, sino que se fragua en las complejas sombras de la entereza fosca y la vidriosa tenebrosidad inherentes al lóbrego itinerario que perfila. Esto es, no se exige, se obtiene sin atender a manipulaciones, sólo canalizando, convenciendo al relato de su escrupulosa verosimilitud. UN MOSTRUO VIENE A VERME carece por completo de esa frágil mesura combativa que es el escrúpulo.