Silence 1

Título original: Silence

Año: 2016

Duración: 159 min.

País:  Estados Unidos

Director:  Martin Scorsese

Guión:  Jay Cocks, Martin Scorsese (Novela: Shusaku Endo)

Música:  Kim Allen Kluge, Kathryn Kluge

Fotografía:  Rodrigo Prieto

Reparto: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Ciarán Hinds, Issei Ogata, Tadanobu Asano, Shin'ya Tsukamoto, Ryô Kase, Sabu (AKA Hiroyuki Tanaka), Nana Komatsu, Yôsuke Kubozuka, Yoshi Oida, Ten Miyazawa

Productora: Coproducción EEUU-Italia-México-Japón; Cappa Defina Productions / Cecchi Gori Pictures / Fábrica de Cine / SharpSword Films / Sikelia Productions / Verdi Productions / Waypoint Entertainment

Nota: 8.2

A vueltas con la fe, un cineasta afirmado en la férrea convicción de su veterana experiencia creativa, se interroga sobre la experiencia de esa virtud teologal. ¿Qué es la fe? ¿La imagen licuada de Dios que todo sujeto bebe para saciar la sed de su existencia? ¿La respuesta resignada al viaje interior del interrogante que es uno mismo? ¿Un vigor lógico a nuestro existir o un engaño consecuente a esta perentoriedad? ¿Un manantial de inaprehensibles certezas íntimas y universales o una trampa dispuesta por esta congoja transversal? SILENCIO elucubra dolorosa y calmamente sobre este cúmulo de cuestiones asentadas sobre un único misterio: la fe como réplica refutable a la existencia de un ente superior que, desde el instante germinal hasta el hombre y sus milenarias circunstancias, todo  lo ha creado. Silence 2Scorsese, arrebatado de depurada racionalidad escrutativa, afirmado de consistente voracidad involucrante, antes ávido de obscurecer y enzarzar titubeos que de testificar infalibilidades, tiene la intrincada honestidad de entregarse a esta elucubración,  pertrechado de todo el profuso arsenal de posibilidades que acumula su sabiduría cinematográfica, pero sometiéndolo con incontestable austeridad y exigencia, con absorbente denuedo enrarecedor, a esa espinosa proclama de intenciones.

La acción del film nos traslada al feudal Japón de mediados del siglo XVII. De forma clandestina, se atreven a llegar hasta ese confín en el que es perseguida cualquier muestra de práctica o veneración cristiana, dos jóvenes  jesuitas portugueses. Son Rodrigues y Garrupe. Sabedores del enorme riesgo que conlleva ese traslado, ambos se ha empeñado en enrolarse en la iniciativa de tratar de ponerse en contacto con el religioso que involucró a ambos en su entrega espiritual: el padre Ferreira, un religioso de quien se tiene conocimiento que sufrió persecución y ajusticiamiento por parte de las autoridades locales hasta que renegó públicamente de su práctica religiosa para casarse y, consecuente, del afán evangelizador de la iglesia cristiana en ese confín. La llegada a Japón les dará de bruces con un calvario de muy consternador alcance: el físico, propiciado por las condiciones a las que les obliga la clandestinidad; y, mucho más importante, el íntimo, motivado por la zozobra de la firmeza en su fe tras verse inmersos en una furibunda espiral de barbarie, saña y laceración de entrañas.

Como ya ha quedado referido en el primer párrafo de este análisis, lo que más llama la atención de este adentramiento en la perplejidad y en la solidez del sentimiento religioso, en la creencia de un todopoderoso que circunscribe nuestro devenir, en la ira incomprensible que ha ocasionado la discrepancias entre fervores de disímil protocolo aleccionador, en el afán de estos por tratar de convencer al discrepante,Silence 3 en la religión como mecánica y cebo impelidos al servicio de opacos intereses es la implacable fluidez con la que el autor de TORO SALVAJE sabe imbricar en el relato ese doble itinerario propuesto: por un lado, el físico, el que refiere las terribles peripecias a las que tanto la persistencia en su empeño, como la angustiosa salvaguarda de su propia integridad, les va a obligar a enfrentarse; de otro, el entrañado, el personal, aquel que los abocará a la contumacia o a la quiebra de su, hasta ese momento, inquebrantable convicción en la palabra de Dios. ¿Cabe renegar de él cuando entra en juego la vida de otros, el dolor colectivo de quienes necesitan de tu perseverancia? ¿Cuál es la frontera que separa la cobardía de la disciplina de la conciencia? ¿Es la fe un mero recurso de nuestro coraje, un diálogo con el retrato mejor y falso que cada uno  estimula con respecto a la utopía de una constancia redentora?

Scorsese filma el recorrido de sus protagonistas, emplazando una observación más severa hacia la figura de Rodrigues, de un modo completamente alejado, por ejemplo, a la delirante, justificada torrencialidad zozobrante, excesiva, engreída y visceral, exhibida en la notable EL LOBO DE WAL STREET.Silence 4 En SILENCIO asistimos a un agrio, próvido, obstinado proceso de depuración retórica consistente en asimilar toda la excepcional puesta en escena al servicio de la progresiva deflagración subjetiva irrumpida en aquel, en concreto a  esa abismal carestía emocional y espiritual que es el silencio de dios, la crisis de la convicción, la tortura de la encrucijada pulsional elevada a rango de ascesis estallada, rota, apedreada de sufrimiento moral.

Visualmente, por ejemplo, en el prólogo, cuando los propósitos de los protagonistas  están equiparados a sus convencidas persuasiones, Scorsese dispone dos antológicos planos aéreos, uno sobre los tres religiosos bajando por las escaleras de la iglesia, otro sobre la nave en la que los dos protagonistas viajan a Japón. Se significa una mirada elevada, celestial, que bien podría ser la del Dios que ellos suponen que les acompaña en su intentona. Sin embargo, cuando tiene que filmar las escenas de tortura que tiene lugar a ojos de Rodrigues, el realizador impone el punto de vista de éste casi en calidad de eje único desde el que se emplaza al espectador a contemplar las tropelías que tienen lugar ante sus ojos.Silence 5 La mirada superior ha dado paso a la mirada del hombre sufriente, convulso, destrozado, obligado a ser testigo de una injusticia que una traición a sus mandamientos podría impedir.

El creador de UNO DE LOS NUESTROS emplaza toda una serie de suculentas estrategias significantes, que enriquecen, complejizan, obstinan los hechos narrados: la evocación en determinadas escenas a ciertos recursos clásicos del cine bíblico ceñido a la vida de Jesucristo (la apariencia de Rodrigues –su cabello, su barba, su delgadez-, los paseos entre el populacho increpador a lomos de un caballo, el apedreamiento de su figura) abundan en la identificación personal con Jesús que éste siente, de ahí su predisposición a un sufrimiento personal, que, a diferencia de su referente, dará paso a una enfermiza desesperación cuando tome conciencia de que su tozudez origina muerte innecesaria. Scorsese pulveriza así cualquier el peso de esa tradición cinematográfica, atrincherando, constriñendo la tentación hagiográfica a una intransigente terquedad religiosa, que los enriquecedores datos que se ponen en boca del déspota mandatario nipón, acerca del cristianismo y su evangelización, concebidos como estrategia de asalto de las potencias europeas que las preconizan, termina por apuntalar hacia la narración obstinadamente humana, física, carnal, creíble, Silence 6como de acercamiento naturalista a unos determinados hechos históricos. El relato desprecia con sumo cuidado y mesura cualquier exceso de raquitizador maniqueísmo. Vamos directos a las dudas y las convulsiones de un hombre condenado a padecer el calvario de la cruz íntima.

Con todo, el recurso más demoledor y más osado es la ausencia de banda sonora convencional. El veterano cineasta opta por esta no presencia. El título del film no es gratuito. El SILENCIO atañe a la inclemente falta de verbo por parte del Dios al que se aclama el protagonista; a las lógicas perplejidades, a las cruentas incertidumbres, al doloroso conflicto del interrogante sin respuesta. El silencio es la nada de ese desamparo, la lóbrega infinitud de ese abismo. La falta de pasajes musicales hace que ese mutismo densifique su presencia. Pero el silencio también concreta la exigente premisa autocontrolativa, medular, artesanal desde la que Scorsese se predispone a acometer esta soberbia aventuraSilence 8 cinematográfica que, por desgracia, no culmina la excelencia que clama, modela y dispone por culpa de dos contrariedades.

La primera, la rémora que supone el desequilibrio complejizador que padecen los dos protagonistas: la figura de Garrupe apenas se eleva por encima de la condición de acompañante, con lo que acaso debiera haberse intentado su supresión. La segunda, más grave, la, por desgracia, evidente nula idoneidad de los dos intérpretes principales para soportar el peso de un esfuerzo tan abrumador como el demandado por ambos roles. Ni Adam Garfield, ni Adam Driver terminan por aportar la responsabilidad interpretativa instada, de ahí que siempre desfallezcan ante el perfecto acomodo del aplomo de Liam Neeson, Yosuke Kobukuza, Yoshi Oida o un sencillamente desgarrador Shinya Tsukamoto en la larga, sensacional escena que culmina con la trágica marea. A pesar de todo, insistimos, SILENCIO es la nueva constatación de que al arte cinematográfico actual le quedad pocos maestros igualables a la estirpe del gran Martin Scorsese.

 

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