10.000 NOCHES EN NINGUNA PARTE, personal y fallida obra del malagueño Ramón Salazar
10.000 NOCHES EN NINGUNA PARTE, de Ramón Salazar
Nota: 4.5
Autor de dos películas francamente decepcionantes, el malagueño Ramón Salazar, aunque quizás con menos estruendo, como tratando de evitar idénticos resultados, vuelve a reincidir en los mismos errores cometidos en las anteriores PIEDRAS y 20 CENTÍMETROS: los delirios, el ímpetu y la voluntad de una impronta visual obsesivamente recalcada, puesta por encima de una historia que sólo parece servir de soporte a ese ansia por reivindicar una presunta originalidad tras la cámara.
10.000 NOCHES EN NINGUNA PARTE, hay que reconocerlo, supone una arriesgada intentona creativa, mediante la cual el realizador se propone dar un paso hacia adelante que, de alguna manera, viene a querer proponerse como una certificación de madurez profesional con la que soltar el lastre “almodovariano” con el que fue, en el peor sentido del calificativo, enjuiciado por cierta parte de la crítica. El film ha tardado casi tres años en concluirse y, se nota, la implicación de Salazar en él es muy manifiesta.
La película nos narra la particular encrucijada personal en la que se halla un personaje apocado, tímido, solitario: un joven empleado en un parking privado que, debido a lo taciturno de su carácter y a la influencia que ejerce en su vida la incómoda e incontrolable presencia de una madre alcohólica, de comportamiento desnortado, con claros síntomas de padecer un imparable desarreglo mental, se ve en la obligación de trasladarse, mediante su fantasía, a la involucración en dos vidas paralelas a la grisura de la suya.
El film es un continuo salto espacio-temporal que propone al espectador un enrarecido itinerario subjetivo, principiado en las ansias del protagonista por huir de la mediocre e infeliz existencia, a la que no sabe escapar, poner remedio, contrarrestar. Así, vamos saltando desde la problemática que le sobreviene de forma incesante por culpa del cuidado de su madre, a un Berlín en el que se inmiscuye dentro un trío de amigos que viven en casa de una pintora por la cual él siente una pronta atracción, y al París en el que mantiene una volátil relación amorosa con una joven española con la que no cesa de corretear por algunos de los lugares más reconocibles de la capital parisina.
10.000 NOCHES EN NINGUNA PARTE, es una lástima, pero deviene un ejercicio lastrado por el dilema que plantea la naturaleza de su objetivo. De un lado, nos apercibimos de los evidentes esfuerzos del realizador por reforzar el origen ficcional, intuitivo, mental o fantasioso que es la esencia del film, imponiendo una puesta en escena ambiciosa, estetizante, atiborrada de atractivos hallazgos visuales, y, de otro, pronto comprobamos como el riesgo de galimatías gratuito, vacuo, grandilocuente, postizamente visceral aquel no sabe solucionarlo.
Salazar somete el guión a la brillantez de su estilo, la historia se convierte en mera excusa para esa exhibición. De ahí que en ningún momento le interese hacer progresar el desarrollo dramático del viaje interior que nos propone y, por ende, que la película se quede varada en su propio planteamiento.
BORGMAN, de Alex van Wanderman
Nota: 8.5
Ganadora indiscutible del último Festival de Cine de Sitges, BORGMAN, la cinta holandesa dirigida por Alex van Wanderman, supone una formidable sorpresa en muchos y gratificantes sentidos. Causa un enorme placer asistir al encuentro de un realizador capaz de aunar riesgo creativo y altura realizativa para saber amarrarlo, sojuzgarlo y exprimirlo en pantalla. La cinta que va a representar a Holanda en la próxima entrega de los Oscar convoca en su interior una morrocotuda cantidad de contingencias que, acreditando una pasmosa solvencia observativa, no se convierten en lastre alguno, sino en elemento inexcusable del atractivo global urdido por el film.
La propuesta de Wanderman es muy curiosa, pues merodean dentro de ella una atractiva miscelánea de referencias, tonos y trazados genéricos. El holandés sortea admirablemente, desde el primer momento, el peligro de que la tentación de adentrarse en un terreno en el que la mezcla de ópticas y la premeditada desorientación concluyan conformándose con la mera concatenación de caprichos surrealistas o estrategias incatalogables. BORGMAN propone un curioso universo narrativo y, a partir de él, establece la férrea coherencia que provoca que la operación no desbarre en momento alguno.
La primera secuencia del film ya nos alerta de que el producto va a ser difícil de enjuiciar. Un grupo de hombres armados, entre los cuales hay un cura, se adentran en un bosque con los rostros y las intenciones de buscar presa. Pronto descubrimos que ésta es un mendigo que se halla oculto en el interior de un habitáculo excavado en el suelo. La persecución no logra su propósito pues éste sale indemne del acoso, logrando, además, alertar a otros tantos conocidos suyos que también permanecen agazapados en esos extraños habitáculos.
El mendigo llega hasta el hogar de unos vecinos del bosque y ruega que le dejen entrar a ducharse. El propietario de la casa le da una paliza ante la propia sorpresa de la esposa, que no esperaba semejante reacción de su marido. Sin que lo sepa éste, aquella lo ocultará en una estancia del jardín, permitiéndole que se duche, dándole alimento y curando las heridas consecuentes a los golpes infringidos por el marido.
A partir de ese momento, el hogar del matrimonio, integrado también por tres vástagos y una niñera, se verá aviesamente amenazado por una serie de extraños acontecimientos, todos ellos provocados por la influencia inquietante, manipuladora e irresistible de Borgman, el extraño mendigo que va a ir apropiándose de las voluntades de todos los miembros de la acomodada familia.
El principal atractivo de BORGMAN es la naturaleza turbiamente desconcertante que logra cuajar convocando universos tan difíciles de amalgamar con firmeza como el fantástico, el realista, el terrorífico y el melodramático. La película es una formidable fábula cinematográfica contemporánea en la que los elementos propios de este universo fabulatorio (bosque, criaturas extrañas, la casa, la hipnosis invisible, brebajes, apariciones, etc.) están convocados sin la apariencia clásica a la que el espectador está acostumbrado.
El film observa con elegancia, pasmo, cautela, brío e ironía como la llegada de Borgman al hogar va orillando lo que de casual pudiere tener en un principio para ir evidenciando, mucho más, lo que de calculada planificación posee la infiltración en ese núcleo familiar estable, feliz, completo. Borgman es un interrogante seductor, un misterio empeñado en un objetivo desconocido, una naturaleza desasosegante que no cesa de resquebrajar el orden a través de la fisura que provoca su tolerada intrusión.
Wanderman propone una puesta en escena sobria, pautada, en la que sabe extraer un máximo partido a la yuxtaposición de la frialdad que depara el modernísimo hogar en el que se suceden todos los acontecimientos (el diseño de estancias, muebles y ornamentos permite una sugestiva riqueza de ángulos y recovecos) junto con la anómala fisicidad que aporta el comportamiento de Borgman (las ensoñaciones de la esposa con él desnudo sobre ella en la cama, su cambio de apariencia tras cortarse el pelo) y el de sus ayudantes (las cicatrices en el cuerpo, los utensilios quirúrgicos, los cadáveres en el fondo del estanque).
El film desconcierta con nobleza haciendo de la extravagancia virtud, y, de la originalidad, bizarría concentrada, astuta y tensa. BORGMAN se postula como un artefacto irónico, mordaz y valiente en el que el elemento fantástico sabe ir emergiendo aprovechando el soterrado humor de su osadía y mostrándose absolutamente inclemente con la paradoja de su apariencia. La sorpresa del espectador corre pareja a la succión ambiental que comanda su inconmensurable protagonista. Soberbia, no admite otra valoración.