La Voz Dormida Portada

Título original La voz dormida

Año 2011

Duración 128 min.

País España

Director Benito Zambrano

Guión Benito Zambrano, Carmen López-Areal, Ignacio del Moral (Novela: Dulce Chacón)

Música Magda Rosa Galván, Juan Antonio Leyva

Fotografía Javier Palacios

Reparto Inma Cuesta, María León, Marc Clotet, Daniel Holguín, Ana Wagener, Antonio Dechent, Javier Godino, Teresa Calo, Jesús Noguero, Miryam Gallegos, Begoña Maestre, Fermi Reixach

Productora Maestranza Films

Valoración 4

Supongo que no son formas de comenzar a analizar un estreno cinematográfico, pero no me resisto a iniciarlo, si no es reconociendo abiertamente que me duele hablar de LA VOZ DORMIDA en los términos en los que voy a hacerlo. El tercer largometraje de Benito Zambrano concluye dejando ese resabio amargo que supura toda dolosa decepción. Parece mentira que el realizador no haya sabido calibrar con más mesura la gravedad de un yerro, ya de partida, mucho más que evidente. El film está herido de un flagrante desconcierto generatriz: la confusión entre verdad histórica y verdad cinematográfica. Entre la autenticidad que ansía y la que languidece desconfigurada.

Ahí radica la causa del desagrado que produce abordar una obra como la presente: el más que loable rescate histórico de un determinado acaecimiento se da de bruces con el empobrecimiento ninguneador del afán que trata de exhibir con vehemencia ese hecho. LA VOZ DORMIDA es, con toda claridad, uno de esos naufragios creativos, que se originan la inundación gracias a la abrumadora persistencia del posicionamiento ideológico de quien lo construye. La premeditación, corruptora de alevosía. El abuso en el logro de un determinado objetivo final, amortiguando la verosimilitud interna del desarrollo dramático de la misma. La tesis del mensaje, autoproclamándose como único aval estructurador. La hecatombe anunciada, por lo tanto, de un trayecto que no prepara la ruta para su destino.

La_voz_dormida_1

LA VOZ DORMIDA es la adaptación cinematográfica de una novela homónima, escrita por la tristemente desaparecida escritora extremeña Dulce Chacón. En ella, la autora se proponía dar protagonismo reivindicativo a uno de los hechos más abominables, de entre todos los acaecidos nada más darse por concluida la Guerra Civil: la violentísima represión que el régimen franquista impuso a los perdedores; concretamente a las mujeres que, por motivos presuntamente ideológicos, fueron encarceladas en centros penitenciarios, muchos de los cuales, nocturnamente, convertían sus muros en paredón impertérrito, delante del cual eran cometidos fusilamientos continuados. La barbarie homicida del bando vencedor cebándose en la indefensión de unas mujeres ajusticiadas de muy vejante manera. Los días más fieros de esa España vengadora, que era forzada a levantar la mano de cara al sol oscurísimo de la postguerra.

El film, pues, narra los avatares de Pepita, una ingenua joven cordobesa, que llega a Madrid para intentar sacar de la cárcel a Tensi, su hermana, una mujer acusada de ser componente de un grupo militar republicano. Tensi está embarazada. De ahí que el cumplimiento de la sentencia de muerte que pesa sobre ella esté postergado hasta que ocurra el nacimiento. LA VERDAD DORMIDA narra paralelamente la doble situación vivida por sus dos protagonistas.

Por un lado, el seguimiento a Pepita dirime una mirada a la realidad social que impuso el nuevo orden mandatario (la casa de vencedores, en la que trabaja como sirvienta), incluyendo un acercamiento a los malogrados intentos republicanos por combatirlo (la búsqueda del marido de Tensi y su romance con el camarada de éste). De otro, el acercamiento a Tensi posibilita la intromisión en la cotidianeidad atemorizada, menesterosa e incierta de las mujeres aprisionadas, a la espera de una suerte casi siempre echada de camino al paredón.

La_voz_dormida_2

El problema que hace inútil una propuesta tan necesaria como LA VERDAD DORMIDA es la falta de tacto dramático con la que está emplazada la historia. Ésta sucumbe a la vociferante, empobrecedora y maniquea disposición urdidora, mediante la que está arrinconada la fundamental complejidad de la situación. La tesis autoral agarrota, anula la verosimilitud de los acontecimientos. Los personajes no existen: solo hay voces cacareando posiciones ideológicas burdamente enfrentadas. El conflicto no es tal, pues el dictamen ha sido establecido de antemano. No hay tejido cinematográfico válido, cuando prepondera el mitin: la verdad histórica indiscutible se torna patética exhibición panfetlaria, dentro de un artefacto fílmico, todo él estallado de torpe manipulación y facilón desequilibrio.

No estoy diciendo, en modo alguno, que me oponga a que un cineasta reivindique un posicionamiento determinado. Nada más lejos. Es más, creo que no hay película que carezca de él. No hay hecho relatado que no esté impelido por una intención. A lo que me opongo es a que ésta sea la única estimulación que le dé sentido. En LA VERDAD DORMIDA está muy clarita la motivación de su autor: queda muy patente la intentona por saldar cuentas con la brutalidad de unos hechos que, ciertamente, merecen su loable esfuerzo creador.

Zambrano está en su derecho de dejar en evidencia, tanto a la sinrazón y a la barbarie de un poder establecido fascista ensañándose con su contrario, como el alineamiento vergonzante del poder militar y eclesiástico con la tortura consecuente. Sin embargo, una cosa es la intención y otra emplazarla como única coartada argumental. La diferencia entre lo claro y lo obvio. Entre unta tesis inoculada mediante gotero o chorreada a manguerazo policial disuasorio.

La fidelidad a una verdad histórica, por lo tanto, no garantiza la verdad de esa versión de los hechos, trasladada a celuloide. Zambrano torpedea la suya al abominar, desde el principio, cualquier amago de sutilidad. En LA VERDAD DORMIDA la oposición entre bandos no amaga jamás con una mínima fisura, que pudiera dirimir una posible contradicción. No hay el menor atisbo de conflicto personal. Todos los personajes están descritos con un monolitismo que aborta su desarrollo. La brocha gorda campa a sus anchas en un paraje narrativo, en el que todo hubiere debido estar cincelado con un esmero crítico muchísimo menos predeterminado. La película pretende un juicio, pero la origina una sentencia ya decidida. Al espectador no se le dan elementos para un dictamen, sino que es convocado en calidad de oyente de una resolución.

La_voz_dormida_3

No ha de extrañarnos, pues, que pese a la explícita voluntad del director por otorgar el papel protagonista a las dos hermanas y a sus respectivas luchas, al final, sea un personaje secundario, quien sea el único capaz de alumbrar la sinceridad que hubiere debido estimular todo el film. La celadora interpretada por una impresionante Ana Wagener se configura como el único reducto de credibilidad habitado dentro de él. Es un personaje no definido por lo que habla, sino por su actitud. No es casualidad que sea el único en solventar una encrucijada y quien sea parte emocionante de la mejor escena del film: la que acontece en la iglesia del penal.

Por suerte para Zambrano, Tensi y Pepita tienen detrás de ellas la indómita crudeza creíble de dos actrices que se dejan la piel en el loable -aunque baldío- intento de rescatar a las dos mujeres que incorporan. Tanto Inma Cuesta como María León exclaman una credibilidad que no está escrita, y que ellas cuajan a pesar de la elementalidad tendenciosa con la que están pergeñadas. Es una pena que Zambrano no haya sabido mimar sus andanzas con la misma astucia humilde, desde la que partía su ya inolvidable y, por desgracia para él, no superada SOLAS.

Publica tu comentario en Facebook

 

Lo más leído