In Time Portada

 


Título Original  In Time

Año 2011

Duración 109 min.

País USA

Director Andrew Nicco

Guión Andrew Nicco

Música Craig Armstrong

Fotografía Roger Deakins

Reparto Justin Timberlake, Amanda Seyfried, Vincent Kartheiser, Cillian Murphy, Johnny Galecki, Olivia Wilde, Alex Pettyfer, Matt Bomer, Rachel Roberts, Elena Satine, Yaya DaCosta

Productora New Regency / Strike Entertainment

Valoración 2


Hay películas malas de muchas clases. Las hay malas de partida (Toda la saga CREPÚSCULO). Las hay malas a conciencia (La saga TORRENTE, menos la primera). Las hay malas por error (LINTERNA VERDE y todas las que hubieran podido conformar su saga). Las hay malas por lo suicida de su riesgo  (LA PIEL QUE HABITO, que agota su propia saga). Y, finalmente, está Nicholas Cage, que tiene más de soga que de saga.

Digamos que en todas ellas la maldad casi es un ingrediente constitutivo. Sin embargo, existe todavía un último grupo de nulidades,  que es el más reprobable de todas ellas: el de las que producen vergüenza ajena por desperdicio. Esto es, aquellos films que tienen a bien configurar un imprevisto vertedero a una interesante idea generatriz. Brutalidades indignantes, que parecen complacidas en desahogar por inodoro una buena idea de partida, para la que no saben construir un desarrollo enérgico, capaz de exprimir al máximo ese potencial.

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IN TIME  es una nítida muestra de esta sonrojante desvergüenza: cumple con precisión todo el catálogo de cobardías propias de productos agotados en su válido planteamiento. La primera de ellas,  la de dar categoría de aval “todoconsentidor” a la brillantez original del asunto que pone en marcha. Esto es, abandonarse a los réditos  expectantes que funda en su inicio, sin preocuparse jamás de encauzarlos con la altura que exige la excelencia  originaria.Y no sólo eso, sino que mucho peor: el de parecer  empeñada  en vulgarizarla con urgencia.

IN TIME no es que se tire a la Bartola, es que la Bartola le pide daños y perjuicios.  Duele contemplar de qué modo tan burdamente despilfarrador tira por el sumidero de la trivialidad un motivo argumental tan sugestivo como el que propone al espectador en su arranque. El film tiene hechuras de fábula futurista, que podría haber funcionado perfectamente como relato de ciencia ficción, maquinado intencionadamente como espejo esclarecedor de ciertas injusticias sociales que padece nuestra sociedad contemporánea.

La película plantea una sociedad futura en la que sus habitantes son seres humanos que trabajan por ganar tiempo. Literalmente. El tiempo es la única moneda de cambio existente. Los sometidos moradores de ese futuro poseen inoculado en la parte inferior del brazo un reloj que va descontando los segundos de su existencia. El final de ésta es el cero de aquel.  La remuneración de su trabajo diario es, precisamente, una escasa cantidad de segundos,introyectados en su organismo para que la fatal nulidad no llegue nunca. 

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Por causa de una azarosa ayuda a un hombre que está a punto de ser víctima de la violencia de unos desalmados ladrones de segundos, el protagonista del film ve recompensada su acción defensora con una ingente suma de años en su reloj. Inesperado donativo que, sin embargo, no puede evitar el fallecimiento de su madre por causa del agotamiento de la angustiosa cifra temporal. El joven decidirá, entonces,  emplear la abultadísima cantidad de segundos de la que dispone,  para introducirse en el sector de los privilegiados que tiene sometida al resto de la población.

El problema principal que malogra la atrayente premisa argumental es lo prontito que Andrew Niccol  decide cortarle el vuelo a la parábola. Da la impresión de que,  a conciencia, se impone la máxima de descarrilarla por la única vía que debiere estar vetada a una propuesta que se germina de forma tan atrayente: la de la insubstancialidad, la del derrumbe hacia lo tópico y la del desdén por trabajarle ocurrentemente el seguimiento.

Una vez el personaje principal decide poner en marcha su causa liberadora, el film desparece de la faz de su ocurrencia. La película se adscribe sin complejo alguno a un descaro ninguneador de las posibles aristas significantes, apenas sí pinceladas de partida. Resulta del todo imperdonable asistir a la poda de posibilidades. La ley de la mínima ocurrencia se frota las manos. La negación de complejidades  no es que sea evidente, es que tiene magnitud de morrocotuda tomadura de pelo. El suculento ardid sanguíneo-temporal ve repudiada su motivación reflexiva.

IN TIME se convierte, básicamente, en un rutinario devenir de persecuciones afrentosas, memas, baratas e inverosímiles, mal corridas por el socorrido dúo galvanizador de la cochambre post-temporal:  el monolítico salvador de los segundos universales y lapijita caprichosa con tacones, renacida para la causaliberante. Justin Timberlake y Amanda Seyfried, dada la desgana con la que acometen su implicación, merecen billete eterno sin vuelta para ese regreso al futuro.  Lástima de oportunidad perdida para una atractiva intentona futurista,  que más parece anuncio de colonias para olores presentes.

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