Título: Blancanieves
Año 2012
Duración 104 min.
Director Pablo Berger
Guión Pablo Berger
Música Alfonso de Vilallonga
Fotografía Kiko de la Rica (B&W)
Reparto Macarena García, Maribel Verdú, Sofía Oria, Daniel Giménez Cacho, Ángela Molina, Pere Ponce, Josep María Pou, Inma Cuesta, Ramón Barea, Emilio Gavira, Sergio Donado, Oriol Vila
Productora Arcadia Motion Pictures
Valoración 9.2
El riesgo es siempre una cualidad que vale la pena valorar. En tiempos de tanta desidia prefacturada resulta obligado ponderar la irrupción de un hecho artístico que se jacte de caminar sobre el filo de esa navaja. Ahora bien, no sólo de osadías se pertrecha un hallazgo de fuste. La valentía de un determinado proyecto no garantiza que éste consolide su calidad. De ahí que asistir a un empeño en el que el resultado final esté a la portentosa altura de su aventurada premisa inicial cause ese placer espectador que sólo sobreviene cuando lo contemplado cautiva, estremece e inventa los ojos de nuevo.
BLANCANIEVES, de Pablo Berger, pertenece a esta cara categoría de regalos que consigue aprisionar, desde el primer instante de su inusitado magisterio, la concentración contemplativa de quien acude a la sala y accede a dejarla arrastrar, cual barquito de papel en el caudal imprevisto de un torrente de evocaciones nuevas, hacia la hipnosis recóndita de su magnificencia. El cine español de esta década alcanza en este espejismo revolucionario una cumbre impensada de surrealismo cabal, arrebatado y buscador.
La densa maraña de investigaciones, desvíos, requisas, alumbramientos, visiones y relecturas propuesta da como resultado un ejercicio gallardamente apuesto, preñado de sana y meditada excentricidad, tan arriesgado de salida como sobrecogedor en su llegada a la meta. Éste, pese al cúmulo de manantiales vertidos, impone una hermosa andadura autónoma, que no se parece en nada a la suma de sus componentes.
El recordado creador de TORREMOLINOS 73 nos propone una auténtica aventura cinematográfica. En aquella notable y agridulce comedia el bilbaíno ya demostraba su querencia por la implicación en retos de no escasa conflictividad. Aquel film le exigía una compleja pericia escenográfica, pues se veía obligado a armonizar un buen número de texturas fílmicas muy distintas entre sí, que iban desde el porno doméstico en Super 8 de los años 70 hasta el hálito tragicómico de la mejor comedia berlanguiana.
BLANCANIEVES supera con creces los parámetros generatrices de aquella. La segunda obra del bilbaíno se atreve a indagar en el universo de los hermanos Grimm, proponiendo una libérrima adaptación del cuento originario, toda ella vislumbrada desde unos sorprendentes parámetros formales: el film de Berger impone el cine mudo pionero como metodología mediante la que versionar el precedente literario. BLANCANIEVES es una obra fotografiada en blanco y negro, y exhibida sin diálogos, que, además, traslada la acción de los hechos a la Andalucía de los años 20 para encauzarlo en una historia genuinamente española que supera cualquier tentación folklórica gracias al vigoroso combate escénico que argumenta su director. La pugna entre la intención y los peligros aledaños depara una muy laboriosa victoria a los puntos de la primera.
El argumento del film convoca un buen puñado de clichés, que el uso del silente blanco y negro logra domesticar al objetivo reinventador de quien se halla tras la cámara. La trama dirimida convoca al universo taurino como marco enmarcativo de los acontecimientos. Toros, copla, pasión, muerte, venganza, dolor y farándula se dan la mano en una historia en la que Blancanieves se llama Carmencita, la bruja es una enfermera/madrastra, morenaza perversa y voraz homicida, y el príncipe Azul quisiera serlo un enano torero, de nombre Rafita. Resulta del todo placentero contemplar cómo el vapuleo estético-quirúrgico –más que de una adaptación, en puridad, debiéremos hablar de un trasplante- efectuado sobre el cuento deviene en un superlativo desafío autoral, alumbrador de un prodigio cinematográfico de máximo orden.
La arrojada mutación que sufre el famoso mito infantil invocado en el título corre pareja a la forma emplazada para acometerla. La dramática concatenación de acontecimientos invoca al cuento cribándolo mediante una fértil irreverencia traslativa, en la que, pese a lo fulminante de su labor, una vez ha sido presentada, no aparece asomo alguno de gratuidad o de capricho degradante. BLANCANIEVES parte de una brillante investigación tanto literaria como fílmica.
El universo del texto de los Grimm da pie a una personalísima adaptación, que recoge casi todos sus elementos primordiales (la belleza de Blancanieves, los celos de la bruja, el intento fallido de matarla, el rescate en el bosque, la convivencia con los enanitos, la manzana envenenada…), pero los vehicula hacia un gran melodrama folletinesco, ornamentado visceralmente de tejas, mantillas, plaza de toros, abanicos, monteras, esculturas de veneradas vírgenes, carromatos, gallos, trajes de comunión, ropa de luto, gramófonos con discos copleros, testas de reses disecadas y todo el imaginario ambiental que pudiere contemplarse en un film folklórico de la época.
Ahí radica una de las claves del empeño: la utilización del cine mudo en blanco y negro, además de valiente y radical, resulta de lo más pertinente: Berger la emplaza, pues es el modo en el que el arte cinematográfico de la época dentro del que transcurren los hechos -los años 20- forjaba sus manifestaciones. La película está rodada interpelando al modelo narrativo canónico que frecuentaron los primitivos maestros del cine anterior a la llegada del sonoro. La coherencia formal es máxima. El experimento escenográfico no puede más que ser catalogado de expresivamente perfecto, pues logra que el film trascienda el tópico medularmente inscrito en él para convertirlo en un ejercicio de una extraña e hipnótica pureza combativa, humedecido de una densidad emocional absorbente y corrosiva.
Resulta más que admirable asistir a la pericia escénica con la que Berger enviste el astado bravío que supone la intentona. El film es tan complejo por dentro como por fuera. La realización exhibe un virtuosismo formal impecable. Escenas magistrales como las corridas de toros de la apertura y del final –sobresaliente el vertiginoso flash-back de recuerdos sobrevenidos a Carmen-, como todas en las que hace aparición el personaje interpretado por una excepcional Ángela Molina, como las de la niña atendiendo a las explicaciones paternas sobre el uso del capote, como la del espectáculo taurino de los enanos toreros en un pueblo, como la cena de la niña y la madrastra (divertida, fantástica Maribel Verdú), o como la del mortuorio posado fotográfico exhiben las rotundas maneras profesionales de un realizador superdotado.
Berger imparte una lección magistral de solvencia histórica puesta al servicio de un empeño radicalmente personal, en la que se armonizan con severa congruencia efectos y recursos propios del cine mudo de principios del siglo XX, citas a maestros de aquel –Stroheim, Pabst, Murnau- (y también del sonoro: ese muerto en la piscina remite a EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES, de Wilder), junto con modos planificativos muchísimo más contemporáneos (la insistente y obsesiva cámara en mano). A nivel formal, BLANCANIEVES es un portentoso festín aislado, único e insolente, que se sitúa a años luz de THE ARTIST, el film francés de Hazanavicius, al que resulta inevitable comparar.
El empeño del bilbaíno es superior al del galo. El guión del primero es más osado y redondo que el del segundo. La validez de la apropiación del mito de Blancanieves parte de una escritura muchísimo más laboriosa. Al coraje de la mera traslación de espacios y tiempos disímiles, se le une, por ejemplo, una reflexión final del todo virulenta, que emplaza una afilada puesta al día del significado histórico del personaje. Esa Blancanieves yacida en su eterno despertar viene a ser la metáfora de lo que el abuso cometido por la sempiterna utilización artística del personaje ha infligido al verdadero significado primigenio, nacido de la leyenda que recogen los Grimm. La joven, reducida a espectáculo de masas, a explotación afrentosa, a imagen con la vida dormida, aprovechada para un beso mecánico, sabido, gastado.
BLANCANIEVES es un apasionante hallazgo que, henchido de multitud de referencias, sabe descararse para imponer su profunda personalidad artística. Un artefacto fílmico reproyectador, españolísimamente universal, emotivo, sugerente, sabio, suicida, testarudo y racial, que concluye evocando genialmente la naturaleza arqueológica de su retrotraído formato. Pablo Berger nos invita a que regresemos al barracón de ferias al que el cine perteneció en sus inicios. Érase una vez un cuento que quería ser un film. Éste es el film que le hubiera gustado soñar a ese cuento. Sobresaliente final feliz.