Título original: Gone Girl
Año: 2014
Duración: 149 min.
País: Estados Unidos
Director: David Fincher
Guión: Gillian Flynn (Libro: Gillian Flynn)
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Fotografía: Jeff Cronenweth
Reparto: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris, Tyler Perry, Kim Dickens, Patrick Fugit, Carrie Coon, Missi Pyle, Kathleen Rose Perkins, Scoot McNairy, Sela Ward, Emily Ratajkowski, Lee Norris, Casey Wilson, Lyn Quinn, Lola Kirke, David Clennon, Lola Kirke
Productora: 20th Century Fox / New Regency
Nota: 9.2
Para David Fincher la transparencia expositiva es una encrucijada convertida en obsesión. Desde ese obcecado mandamiento parte todo su diestro protocolo de puras impurezas. El autor de ZODIAC prestidigita sobre el filo de esa ambigua nitidez que es siempre el lado opaco de toda apariencia, la fragilidad tangible de toda certeza, el abismo concreto de la superficie de las cosas y de los cuerpos. El norteamericano, sin lugar a dudas, se ha convertido en el mejor pergeñador de apariencias que posee la industria hollywoodiense. Su filmografía es la continua resolución que se plantea a un creador sometido al dictado de una severa maquinaria industrial, que, a partir de esa afiliación, se encarga abrasivamente de incinerar el más mínimo atisbo de obediencia servil. PERDIDA es otra soberbia muestra de esa callada e inmisericorde indocilidad.
Partiendo de un texto nada fácil de aquilatar, y de un magnífico guión escrito por la misma autora de la novela, PERDIDA tarda bien poco en aparentar que su entramado argumental va a acatar los imperativos del cine policíaco. La esposa del propietario de un bar de copas desaparece de su hogar. Es este mismo quien alerta a las autoridades policiales de la población. Los primeros indicios revelan que hay restos de sangre intentados ocultar, además de un extraño orden en el salón en el que hay una mesita de cristal destrozada. Muy pronto, los medios de comunicación comenzarán una encarnizada condena colectiva basada en la suposición de que el culpable de los hechos es el marido de la desaparecida.
Como siempre en Fincher, una cosa es lo previsto y otra el camino menos indicado para recorrerlo; una cosa es lo establecido y otra bien distinta el apetito para quebrantarlo sin que se inmute ese acuerdo. PERDIDA, como no podía ser de otra forma, e, incluso, mucho más que otras veces, viene a postularse como una prueba maestra de cómo el autor de ZODIAC sabe nadar con la ropa planchada sin que se arrugue un centímetro de la rectitud algodonosa de la raya de su pantalón. Puro almidón a prueba de aguas. No importa la hondura, ni la turbiedad, ni la temperatura. Fincher es capaz de la línea recta pasando por tres puntos. Su cine es perpendicular en tanto que él se las ingenia siempre para demostrar todo lo contrario.
Así tenemos que lo que en principio es un relato policíaco tarda bien poco en proclamar varios perfiles distintos. El plano de apertura alerta sobre ello. Una mano acaricia el rubio cabello de una mujer que, de pronto, se gira hacia el rosto que, fuera de plano, la está observando. La voz en off de ese rostro que el espectador no ve formula varias cuestiones; una de ellas es esencial “¿Qué piensa esa mujer?”. Con semejante prólogo, Fincher apercibe de la importancia de lo que anida dentro del cerebro de ese personaje; sin embargo, lo que se incorpora a continuación es un largo flash-back en el que será relatado todo lo que le ocurre al personaje no visto, cuando esa mujer, Amy, su esposa, haya desaparecido misteriosamente de su casa y las pistas de ese percance apunten a que ha podido ser asesinada por aquel.
Éste arranque tan sencillo como inquietante (¿qué no lo es en el universo fincheriano?) es tan habilidoso como alertador y pertinente. El relato al que va a ser invitado el espectador no va a transcurrir plegándose a los imperativos categóricos del género policial, sino que va a ir deslizándose poco a poco por una vertiente mucho más áspera, íntima, desgarrante y opaca: la resultante de la disección de la vida en pareja de los dos protagonistas. El hallazgo magistral gracias al cual este periplo de la relación afectiva va a ser expuesto lo articula la certera imbricación de un objeto gracias al cual la voz de la desaparecida cobra protagonismo relatatorio: un diario de Amy. Su voz cobra vida leyendo un texto escrito por ella al que Fincher brinda vida escénica visualizándolo mediante una majestuosa urdimbre de escenas pretéritas (el encuentro en una fiesta, la lluvia de azúcar en la noche, la entrevista en la que él le muestra el anillo de compromiso).
El talento del cineasta se vislumbra en la facilidad con la que incorpora una voz que no se sabe desde dónde está hablando. El relato no se inmuta, sino que se enriquece de esclarecimientos y de tenebrosidades, de certidumbres y de entresijos secretos; es más, la polifonía, la complejidad de puntos de vista, en tanto que elementos apuntaladores de la sagrada nitidez expositiva, no sólo no entorpecen la densa fluidez del desarrollo argumental en calidad de gratuito elemento retórico, sino que parecen ser exigidas, demandadas. De alguna forma, se responde así al interrogante antes establecido: ese libro viene a desvelar lo que piensa la cabeza que acaricia la mano. A la detectivesca peripecia central, se le adjunta por tanto una sorpresiva inercia dramática dirimida desde una subjetividad que interviene en el relato desde su propia desaparición.
No contento con convocar semejante madeja de turbulencias y de afilamientos, el portentoso guión prestado para el film propone, además, un jugoso emplazamiento argumental que gira en torno a la magnitud mediática que va a adquirir la desaparición de Amy. Al agobio que el acorralamiento policial va a imponer contra la figura de Nick, se le va a superponer el que los medios de comunicación –en especial los televisivos- va a desarrollar por su cuenta. El veneno, la ponzoña, la manipulación, el uso tendencioso de las informaciones deja de pertenecer a los personajes enredados en la trama para pasar a ser recurso implacable de una sociedad tan enrevesada como los individuos utilizados para rellenar el fagocitante discurso y enjuiciamientos mediáticos.
Hecho el listado de postulaciones de partida(thriller policial, disección pormenorizada del infierno afectivo de una pareja condenada a su destrucción, radiografía del pudibundo y pernicioso estado de los medios de comunicación), sólo cabe calificar de asombroso el perfecto ejercicio de modestia escénica que ejecuta David Fincher en esta memorable PERDIDA. Qué placer comprobar cómo toma la decisión de cocer a baja temperatura, reservando para ocasiones posteriores su virtuosismo realizador, los muchos riesgos del potente guión gestado por la autora de la novela, y, cómo, gracias a la invisible ferocidad con la que mantiene la coherencia y la necesidad de esa postura, sabe atender escrupulosamente a los muchos intereses narrativos convocados por aquella; todo ello, además, sin dejar de exhibir la suficiencia, el sarcasmo y la paciencia para explosionar de su enérgica mirada ejecutora sobre el hecho observado.