Título original: El olivo
Año: 2016
Duración: 100 min.
País: España
Director: Icíar Bollaín
Guión: Paul Laverty
Música: Pascal Gaigne
Fotografía: Sergi Gallardo
Reparto: Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambrós, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladrén
Productora: Morena Films / Match Factory Productions
Nota: 5
Definitivamente la trayectoria de Iciar Bollaín parece empeñada en no salir de un decepcionante estancamiento creativo, que la está condenando a, cada vez más, alejarse de los tiempos en los que fue capaz de brindar sus mejores obras. Por desgracia, EL OLIVO no está a la altura de FLORES DE OTRO MUNDO o TE DOY MIS OJOS. La exigencia escrutativa mediante la que lograba ahondar en las contradicciones de sus personajes ha dejado paso a una relajación descriptiva, en la que prima, mucho más que la persistencia en aquella tarea, la apabullante explicitación del mensaje nada sutil pretendido.
La autora de KATMANDÚ, UN ESPEJO EN EL CIELO parece haber renunciado a la solidez indagadora gracias a la que, por ejemplo, fue capaz de abordar el personaje masculino principal de TE DOY MIS OJOS, conformándose con aventuras cinematográficas de marcado carácter denunciativo, de fuerte intención emocional, en las que, sin embargo, el peso del asunto central es emplazado como única coartada que enunciar. Ha desaparecido el paciente afán analizador y complejizante que emplazó en la figura del vidrioso maltratador interpretado por Luis Tosar y, por lo tanto, la solvente mirada considerativa ha visto muy menguada tanto su tenacidad como su benevolencia.
Como preclaro ejemplo de esta desmejorante inercia iniciada tras los dudosos resultados de la en exceso aparatosa TAMBIÉN LA LLUVIA, sólo cabe ser espectador de ésta su última propuesta. EL OLIVO cumple a rajatabla con este protocolo claramente aliviador de dificultades, empeñado en espetar de modo escasamente delicado la nítida intencionalidad que lo genera. En este caso, nos hallamos frente a una fábula empeñada en la ejemplificación de algunos de los (más que trillados) males de la sociedad contemporánea: la depredación capitalista, el sometimiento del individuo a los caprichos del mercado, la pérdida de valores éticos, morales, de compromiso, consecuentes a esta jungla de intereses económicos en las que sus moradores hemos quedado reducidos a escombros ajenos a todo ideal.
La historia narra los esfuerzos de una joven granjera por tratar de devolverle las ganas de vivir a su abuelo, un anciano agricultor que, sumido en un silencioso letargo, en una circunspecta cerrazón comunicativa, acude día a día a poner una piedra al hueco en el que debería hallarse un olivo milenario de su huerto, que contra su voluntad se empeñó en vender su hijo, el padre de la primera. Durante la primera parte del film (de lejos , la más interesante), gracias a un ágil manejos de una serie de explicativos flash-back, queda perfectamente delimitado el conflicto principal sobre el que va a sustentarse el andamiaje narrativo: la fortaleza del vínculo entre el abuelo y Alma, la nieta, corre pareja al enfrentamiento que ésta mantiene con su padre. Alma sabe que esa cerrazón del anciano es debida a que le resulta imposible superar el luto producido por el arranque del preciado árbol. No le perdona a su padre, por tanto, la venta. La decisión del patriarca de negarse a comer provocará que Alma comience a gestar un plan que principia tras averiguar que el olivo está trasplantado en el interior del edificio que alberga las oficinas centrales de una gran empresa alemana sita en Düsseldorf.
Como ya ha quedado referido, EL OLIVO, durante la primera parte del film, una vez queda definido el posicionamiento de los principales personajes, esto es, se les ha permitido a cada uno de ellos expresar el porqué, la justificación de su postura, trata de que la evidencia del alegato de cariz ecológico, reivindicativo, idealista, comprometido no anegue de simplicidad esperable el designio deparado. En ese tramo, este riesgo queda muy bien resuelto cuando la realizadora impone algunas decisiones vigilativas en principio muy interesantes: por una lado, la descripción del carácter pertinaz, impulsivo, un tanto indómito y algo inmaduro e irresponsable de la protagonista; por otro, el espacio prestado para la figura sobre la que converge el peso de los argumentos más criticables, el elemento dramático sobre el que cae el peso de la crueldad (el padre de Alma, principal promotor de la venta del olivo). Con mucha diferencia, la mejor escena del film es la que encuadra el enfrentamiento entre él y Alma: el padre expone razonables, inesperadas amarguras con respecto a la figura del patriarca silente, que contribuyen a que el conflicto se enriquezca de fisuras, sinceridades y juicios.
Sin embargo, desde el momento que se pone en conocimiento del espectador que el olivo se halla en Düsseldorf, la película hunde por completo sus, hasta ese momento, dignamente trabadas expectativas. El film desprecia de modo palmario, nocivo e inusitado todas y cada una de las asperezas generadas, zambulléndose en una linealidad propiciada por un trayecto viajero que solo cabe tildar de caprichoso, exagerado y empobrecedor. La mostración unívoca de los tres personajes envueltos en el periplo camionero obliga a una redefinición dramática completamente injustificada a esas alturas. De un drama familiar bien definido pasamos a una improbable road movie articulada, además, de modo facilón y con elementos tan sonrojantemente imbricados como las jóvenes alemanas seguidoras de la escapada a través de internet. El idealismo de manual trasnochado se apodera del devenir narrativo, provocando que la película confunda ingenuidad con simplismo recauchutado. Una pena. Bollaín sigue siendo excesivamente tolerante con esa elemental confusión.