Título original: Benedetta
Año: 2021
Duración: 131 min.
País: Francia
Dirección: Paul Verhoeven
Guion: David Birke, Paul Verhoeven.
Música: Anne Dudley
Fotografía: Jeanne Lapoirie
Reparto: Virginie Efira, Charlotte Rampling, Daphne Patakia, Lambert Wilson, Olivier Rabourdin, Louise Chevillotte, Hervé Pierre, Clotilde Courau, David Clavel, Guilaine Londez, Gaëlle Jeantet, Justine Bachelet, Lauriane Riquet.
Nota: 8
Comentario Crítico:
A sus 82 años de edad, Paul Verhoeven sigue sin hacerle ascos a ningún estigma. Parece que le importa, menos que poco, asumir el riesgo de la escandalizable urticaria mediática siempre, por desgracia, consecuente a ese sano denuedo implícito en su terca iniciativa de enhebrar llagas y cilicios en el ojo ajeno. Tras décadas de mucho oficio, prestidigitador exquisito de la hendedura incorrecta, la pústula indisimulada y la alteración a punto de dejar de disimular, casi se diría que la maquinación provocadora de ese cacareo grimoso y represor se ha vuelto, de pronto, más que nunca, apetencia desde la que pergeñar la cáustica ponzoña sobre la que tupir su disfrute creativo.
El autor de ROBOCOP, en no pacas ocasiones, ha hecho de la provocación confeso mandamiento inquebrantable. Ahora, tras esa exquisita bocanada de aire ladino, vengador e interrogante que supo convertir en cabal chasquido de impurezas descaradas bajo el nombre de ELLE, da una vuelta de tuerca a ese irreprimible afán por instigar contra la confortabilidad de la mirada espectadora o, mejor dicho, contra lo que esta aún se empeña en sancionar como sacro, como horma de visibilidad vetada.
Para Verhoeven el hábito desmelena al monje. Se convierte en su licencia. Lo convierte en su envés. Le permite velar todas las contravenciones que a éste se le suponen ilícitas. Esa incorreción cautiva y encabritada, ese merodeo por lo clandestino y lo desgreñado con urgencia se antojan el manjar más preciado de su pícara voracidad escrudiñadora. La malicia, como arcilla llamada a ser esculpida con fruición, le pierde, le traspasa, le predispone. Convenida esta debilidad por el escarceo y la escisión, no cuesta nada advertir el goce elevadísimo que trastea, campa y estimula una obra chorreada con la empujona maldad sediciosa de BENEDETTA, su última entrega, un proyecto que, sin duda alguna, el holandés debió asumir en calidad de hábito hecho a su medida.
El film aborda la semblanza de un fascinante personaje real. Se trata de Benedetta Carlini, abadesa del convento de la Madre de Dios, en Pescia, que fue acusada de llevar a cabo prácticas lésbicas en el interior de aquel recinto religioso. Para ello, el guión del film se basa en INMODEST ACTS: THE LIFE OF A LESBIAN NUN IN RENAISSANCE ITALY (STUDIES IN THE HISTORY OF SEXUALITY, el estudio que sobre tan curiosa figura publicó la profesora de historia de la universidad de Stanford, Judith C. Brown. En él, la autora sirve, para deleite y satisfacción de los propósitos del creador de DESAFÍO TOTAL, un estudio muy detallado sobre el comportamiento y la personalidad de Carlini, del que se desprende el arrojo, la desmesura y la compleja singularidad de la religiosa.
La película, claro está, no escatima ni simula en ningún momento el tórrido deleite con el que Verhoeven acomete la misión de escarbarle a su personaje central las múltiples aristas que lo perfilan. La inusual religiosa muy pronto se convierte en idónea carne de cañón de la desmesura lúdica y carnal con la que el holandés le ha hecho el marcaje a la mayor parte de sus heroínas. La novedad más jugosa que Carlini propone dentro de esta atractiva galería de personajes femeninos por él explorados es, cómo no, la de contraponer la auscultación, la pesquisa de ese deseo ambicioso que las define a todas ellas, a la naturaleza devota y entregada a la fe religiosa de la protagonista escogida para la presente ocasión.
BENEDETTA se ciñe fervorosamente a ese empeño. A esta perseverancia el realizador se entrega con el mismo celo irracional que, desde la primera secuencia infantil, la protagonista impone al sincero propósito de dedicar su existencia a las servidumbres de la vida conventual. El acercamiento de Verhoeven a la visceralidad con la que la monja asume los mandatos de su fe, además de estar pergeñado desde la carnalidad esperable, desde el afán impertinente, desde la procacidad descomedida marcas de la casa, va desarrollando una jugosa tesitura analítica. La fe, sí, como ímpetu irreprimible, pero también como construcción no tan espontánea como debiere, como intriga, como discurso calibrado, como mecanismo de poder, en definitiva, como artimaña emplazada por quien se siente asaeteado por ella.
En una de las primeras escenas del film, asistimos a una representación teatral que tiene lugar en el convento donde Benedetta ha ingresado. Ella interpreta el papel principal. Verhoeven comienza a encuadrar la representación situando la cámara en el lugar de los asistentes a la función. El espectador ve el trabajo realizado por las religiosas. Sin embargo, cuando va a producirse el momento álgido de la acción escenificada, la cámara se traslada a la espalda de las intérpretes, esto es, a la parte trasera del escenario, por lo que el espectador es obligado a ver el andamiaje maquinado para el logro de lo que está aconteciendo.
Toda la película esta alimentada por esta suerte de reflexión sobre la religión como tramoya. El objetivo central será el de indagar en las bambalinas de Benedetta. Nos hallamos frente a un ser movido por una convicción verdadera o frente a una mujer sagaz, con una preclara vocación de poder y desenvoltura, que decide canalizar esa creencia en beneficio propio. Impostora o devota vehemente. Verhoeven juega todo lo borde que quiere a no aclararlo, alimentando el insolente atractivo de una propuesta que no la enjuicia jamás, sino que, blasfema y desatada a placer, lo que hace es apresurarse, plácida, a convertirse en luz de candil de su celda.
La escenificación de los arrebatos íntimos de la protagonista, tan sacrílegos y provocadores como solo el holandés podría atreverse a plasmar, nos muestran, por un lado, que la llamada de Jesucristo es violentamente franca. Por otro, la inmisericordia, la capacidad de manipulación y el apetito de poder mostrados procuran un envés lejano al limpio acatamiento de las normas de fe. De este cúmulo de contradicciones, el film hace grosera, frescales virtud.
El retrato emergente es el de una inteligencia libérrima y desfachatada, el de una petulante obediente a su deseo, el de una impúdica capaz de lamerle el pezón a la virgen dueña de sus genuflexiones, el de una experta en saberse procurar la ascesis bien con plegarias en la intimidad, bien con la lengua de una cómplice de su furor. Para Verhoeven, los caminos del señor, en tanto que inescrutables, son furor misterioso y, por tanto, uterino. Benedetta, modélica criatura emplazada en ese laberinto, solucionará la escisión de ese amén enfermizo acatando la palabra de Dios y la de su dildo.
No debe extrañarnos esta resolución cuando esta escritura voluntariamente no sagrada la escribe un tipo para quien, ya dejó bien escondido, Dios es un picador de hielo que hay que tener oculto debajo de la cama por si acaso.