45 AnOS POSTER

 

Título original: 45 Years

Año: 2015

Duración: 93 min.

País: Reino Unido

Director: Andrew Haigh

Guión: Andrew Haigh (Relato: David Constantine)

Fotografía: Lol Crawley

Reparto: Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James, Dolly Wells, David Sibley, Sam Alexander, Richard Cunningham, Rufus Wright, Hannah Chalmers, Camille Ucan

Productora: The Bureau

Nota: 9.5

Hace tres años, el panorama cinematográfico internacional vio como entre el listado de espléndidos debuts en pantalla grande se incluía el nombre del británico Andrew Haigh. Mediante la soberbia WEEKEND, el joven realizador supo imponer una severa lección de humilde captación dramática. La historia de un amor irrumpido de súbito entre dos hombres , durante un fin de semana, tras el cual ambos saben que esa pasión sobrevenida va a tener que quedar zanjada, dejaba bien certificadas las dotes para la indagación honda y áspera de la vertiginosa intimidad definitoria de los dos personajes convocados.

Por fortuna, en una historia de similar calado intimista, aunque diametralmente opuesta en contenido, esa facultad para inferir austera y recónditamente en la quietud acuciada de sus elementos protagónicos vuelve a manifestarse con toda su severísima contención en esta sobrecogedoramente esquiva 45 AÑOS. Haigh proclama aquí una impecable capacidad para el apremio cortés, para la zozobra titilante, para el centelleo resquebrajador, para, en definitiva, trascender la sencillez expositiva, induciendo al plano, siempre limpio, siempre fulminante, a exponerse a las sombríos balbuceos del alma pulcramente temerosa, imprecisa, lesa y rabiada de las criaturas emplazadas a esta sutil radiografía de la aflicción y la duda.

El film arranca con los preparativos de una celebración. Faltan menos de siete días para que familiares y amigos acudan a una cena organizada por Kate, con motivo del 45º aniversario de su boda con Geoff. Ella se muestra completamente entusiasmada ante la inminente cita. Sin embargo, la llegada de una carta al domicilio va a convertirse en una traba inesperada. En ella, Geoff recibe la noticia del hallazgo en los Alpes suizos del cuerpo congelado de una antigua novia suya desaparecida cincuenta años atrás. Kate no le da importancia en un principio. Pero Geoff entra en una especie de shock nervioso: un cúmulo de recuerdos aparcados asaltan su apacibilidad. Kate comprueba esa agitación y comenzará a tener que bregar con un desazonador cúmulo de dudas y agitaciones completamente insospechadas.

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Al igual que ya ocurriera con WEEKEND, la máxima incriminada por el realizador en su puesta en escena es la sencillez mostrativa, acompañada de una paciencia observadora, gracias a la cual cada plano se convierte en el instrumento quirúrgico mediante el cual se opera con naturalidad en las inquietudes, en las sospechas, en las destemplanzas y en las presunciones de los personajes observados. La cámara de Haigh se muestra tan atenta para inquirir en la zozobra de éstos como desapacible y sediciosa, esforzándose sobremanera con firmeza, consideración y clarividencia para que en ningún momento su reacción caiga en la convicción más nocivamente esclarecedora.

La transparencia del avistamiento de los protagonistas no deviene en definición aclaratoria sino en aliado ventanal con vistas a la vacilación, a la molestia, a la dolosa suma de todas las agitaciones disimuladas. La vigilancia dirimida por el británico a estos dos seres abocados a la convivencia con una silente desconfianza repentina gasta sus esfuerzos en atisbarlos con el denso sosiego de un impenetrable celador a distancia, huyendo de la frontalidad explicatoria, condenando a los protagonistas a vérselas con una cautela siempre cortés y siempre, también, expectantemente ardua, rígida, tan lacerante como el inmisericorde recorrido que se establece desde la pétrea ternura sempiternamente cálida, consabida y necesitada hasta la silente deflagración de los cimientos de esa fortificada complicidad.

El resultado de la operación es una obra delicada, respirable y, al tiempo, avasallada de impía turbación, en la que Haigh sabe extraer oro en crudo del regalo que le brinda la magistral lección de contención y connivencia interpretativa impuesta por unos sencillamente antológicos Charlotte Rampling y Tom Courtenay. Éste, sin inmutarse lo más mínimo, sabe esculpir la desazón de quien ve asaltada su memoria amante por el retorno al pretérito fantasmal de un afecto jamás extinto, jamás olvidado, que, súbitamente, se torna vivo, presente, asaltador: Geoff no podrá hacer lo más mínimo por reprimir la vida que hubiera debido ser vivida de no haber mediado un fatal accidente en la montaña.

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Por su parte, la memorable intérprete de PORTERO DE NOCHE y tantos otros cara a cara con la complejidad y las aristas de lo no convencional ejecuta una interpretación sencillamente perfecta, única, inalcanzable, que, quizás sea la cima de su valiente intuición actoral. Charlotte Rampling regala la preclara cincelación de la duda irrumpida en calidad de inesperada devastación existencial. Su trabajo deviene una impresionante pieza de orfebrería gestual, capaz de, mediante una apasionante lección de prudencia y abnegación dramáticas, dirimir con vidriosa verosimilitud la compleja afrenta emocional con la que debe apechugar su magnífico personaje: esa mujer, con la vida amueblada a golpe de un cariño cuarenta y cinco años entregadamente cultivado, no tendrá más remedio que acatar la sentencia del claroscuro adivinado tras la lectura de una carta; ha estado suplantando el lugar de otra; su amado es un espejismo a quien debe festejar el dolor de saber que ha estado queriendo a alguien que está por ella gracias a una fatalidad. Su amor ha sido una fantasmagoría lejanamente rechazada, una obligación impuesta por el destino, un remedo afectivo impelido por un quiebro en el destino.

Resulta del todo gratificante ser testigo de esta frágil, despojada función a dos voces zaheridas. La noticia de ese amor antiguo se convierte en una fisura, en un escollo, en una inhabilidad capaz de hacer tambalear la fiera imperturbabilidad sobre la que ambos han asentado su relación durante más de cuatro décadas. Geoff comenzará a presentir lo que hubiera sido de su vida si aquel enfervorecido amor no se hubiera zanjado de tan inesperada forma. Kate, por su parte, atentada por la reacción de su esposo, empezará a intuir el peso de una insoslayable amargura: la de sentir que ocupa un espacio vital que no le ha pertenecido nunca. Nos hallamos frente a dos personajes aguijoneados por la irrupción de un doloroso espectro, de una atormentada nitidez: el de la vida que no hemos sido, el de los sentimientos que no sabemos si hemos ofrecido (o sido agasajados) con sinceridad, el de la desconfianza ante la certeza de que no conocemos al otro, de que el otro ha sido un extraño a quien hemos creído querer. 45 AÑOS nos da de bruces con la mentira del amor, con la insignificancia de lo que uno cree ser, con la torpeza del querer, con la necesidad de ese engaño. Una obra maestra sobre ese ínclito dilema que es el ser humano y las razones que todo sentimiento esconde.

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