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Siempre he sentido una envidia insana, contra ese tipo de personas que alardean de haber tenido la suerte de disfrutar de  grupos geniales en sala pequeña en contada compañía. Después de ver a The Walkmen en Becool, nunca más tendré esa sensación.

Foto: Raquel Calvo

La sala barcelonesa es una de esas que no cuentan con la última tecnología, tampoco tienen una capacidad de público apabullante, pero sí que te dejan ese regusto a la verdadera esencia de música en directo. Un lugar en el que, mientras esperas, puedes ver cómo llegan los músicos, seguramente del bar de al lado, e imaginas que les deben invitar a cuenta de la sala y al camarero plim si estos son austrialianos o neoyorkinos, ignorando completamente que hay gente esperando en los alrededores de la sala para estar cuanto más cerca mejor; gente que lleva mucho tiempo esperando poder comprobar si ese video de The Rat es tan perfecto en directo como apunta ese tubo; gente que todavía disfruta de ese precioso You & Me de 2008 y que ha renovado con la banda al enorme “Lisbon” que vienen a presentarnos. El camarero servirá la cena y un buen número de cervezas y se irá camino a casa como un día cualquiera, mientras Hamilton Leithauser y los suyos se suben a uno de esos escenarios cercanos en los que puedes sentir la pasión impresa de los artistas que lo dan todo. Y por suerte, The Walkmen, son de los que no se dejan nada para luego.

Un grupo de los que no tienen la “suerte” de forrarse con su primer disco para vivir de rentas. Por el contrario aspiran a trabajos dotados de un espíritu particular, como su maravilloso You & Me o su más reciente Lisbon, discos que se ven relegados a un segundo plano en el olimpo del éxito independiente. Y yo desde aquí que lo agradezco. Y doy gracias porque sin esta cruz que llevan, hubiera sido imposible un bolo tan intimista y sublime como el del otro día. Presentando su sexto disco, los neoyorkinos se encontraron una sala pequeña y a tres cuartos de aforo, pero con hambre de esa comunión que se da sólo en ocasiones excepcionales.

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Foto: Raquel Calvo

Así se presentaron, decididos a demostrar que ese sonido tan peculiar es magistralmente llevado al directo, pero sobre todo, a convencernos de que su último largo es un compendio de cortes sobresaliente.  Arrancaron deslumbraron con  “Angela surf city” y su inconfundible etiqueta de hit del disco que traen desde “The Rat”, con quien comparte ese brutal riff de guitarra capaz de enloquecer a cualquiera.  Ritmo propio en la batería y voz a todo trapo para engrasar todo un temazo made in The Walkmen. Inconfundible, desde luego.

Para rebajar la intensidad intercalan con algunas de las más las pausadas como ”Victory”, “New country” pero sobretodo, otro de los momentazos de su último disco, Juveniles, que consigue trasladarte a un día cualquiera de verano en esas películas en blanco y negro en los que todo se mueve a cámara lenta. “Canadian girl”, de su clandestinamente adorado “You & Me”, nos lleva de nuevo a esos filmes antiguos en las que alguien toca uno de esos destartalados pianos altos, mientras el público hipnotizado, mueve la pierna al ritmo marcado. De nuevo, esa guitarra cristalina de Paul Maroon no deja lugar a dudas, pocos grupos tienen un sonido tan definido, no sólo por la magnética voz, si no por un conjunto distintivo realmente impresionante.

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Foto: Raquel Calvo

“Louisiana” y “Woe is me” comenzaban a cerrar una noche de montaña rusa, por aquello de las subidas y bajadas de intensidad de las que erizan la piel. Por supuesto, los chicos se reservaban el descenso de más envergadura para el final con “The Rat” y ese empacho de energía. Uno de esos temazos que definen el estilo de una banda por sí mismos. Hamilton desgañitándose sobre el escenario, vena del cuello a punto de estallar y la muñeca del guitarrista echando humo para regalarnos ese momento que todo fan presente estaba deseando.

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