The Tourist

Título Original The Tourist

Año 2010

Duración 103 min.

País EEUU

Director Florian Henckel-Donnersmarck

Guión Julian Fellowes, Christopher McQuarrie, Jeffrey Nachmanoff

Música James Newton Howard

Fotografía John Seale

Reparto Angelina Jolie, Johnny Deep, Paul Bettany, Timothy Dalton

Productora Sony Pictures / GK Films

Valoración 2.0

 

 

 

 

 

 

La historia de Hollywood ha estado, desde sus inicios,  intrínsecamente ligada a la de genios, que, por muy diferentes motivos, han ido arrivando hasta la Meca del cine, provenientes de muy distintos lares. No podemos entender, por ejemplo, el esplendor al que el arte cinematográfico llegó en los años treinta y cuarenta sin la aportación emigrante y europea de John Ford, de Alfred Hitchcock, de  Billy Wilder, de Fritz Lang, de Ernst Lubistch, de Robert Siodmak o de Otto Preminger. Ahora bien, la particularidad biográfica de una determinada tesitura histórica no siempre ha sido la causa de la captación laboral que la potente industria ha logrado granjearse.

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Muchas veces, el traslado a la otra orilla del Atlántico ha sido originado mediante el tentador ofrecimiento de una de las grandes productoras. Las garras escrutadoras, de pronto, atisban  el fulgor de un saber hacer acreditado fuera de su ámbito de control y se lanzan tras él para conminarlo a realizar el siempre apetecible trayecto.  Esas garras no son bobas. Saben muy bien olfatear  el talento de quien lo ha verificado.  Nombres propios como los de los veteranos Paul Verhoeven y Stephen Frears, como el  más reciente de Gabrielle Muccino, e, incluso, para sorpresa de incrédulos, el de Michael Haneke, con muy distinta suerte, han sido llamados a filas. Nada que objetar a la operación. Esto es tan antiguo como las atracciones del deseo y el placer haciendo mediar carterita con billetes.

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Valga este vasto prolegómeno para que el lector comprenda el alcance de mi furia ante el despropósito de The Tourist: éste  es muy superior al de la mera constatación de un anodino producto  “star-mediático”, del que apenas hubiéramos hecho cabreada mención, de no ser porque su visionado encrespa, estupefactamente,  escociendo con esa rabia cabizbaja que evacúa  toda inesperada decepción.

A los mandos del descalabro se halla, ni más ni menos, que Florian Henckel von Donnesmarck, el autor de la mejor cinta histórico-política de los últimos cinco años: aquel  soberbio debut en el que recreaba espléndidamente los estertores de la perversa  dictadura comunista, implantada en la, por entonces, República Democrática Alemana: La vida de los otros, un prodigio de cine virulento, reflexionante,  roedor, en el que el germano demostraba un saber escénico y melodramático  realmente portentoso.

Para desgracia convulsa de quienes disfrutamos con el hallazgo, el alemán nos obsequia con una segunda obra que da al traste con las esperanzas regaladasen forma de cheque en blanco. The Tourist es pura bancarrota fílmica. Cine en números rojos, que revela la calamidad creativa de un realizador que ha empeñado su credibilidad en beneficio de una operación burdamente especulativa.

The Tourist, por no ser, no es ni original. Nos hallamos ante el “remake” de una anodina película francesa, titulada El Secreto de Anthony Zimmer, del galo Jerome Salle. Resulta pavoroso advertir cómo el esbozo  de la cabal escritura sobre la que caminaba La vida de los otros se ha podido prestar a acometer semejante minucia delirante, delirada para la ocasión.

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El film se quiere ejercicio de suspense alambicado, trufado de giros, sorpresas y falsas identidades,  a la forma de la –da verdadero apuro mentarla aquí- maravillosa Charada del gran Stanley Donen, pero queda convertido en estúpido juego al escondite, entablado entre idiotas con inteligencia de alquiler.

Un pobre hombre se cruza en el camino de una misteriosa mujer y, a partir de aquí, su prometida estancia relajante en Venecia se torna una carrera de lobos en la que el asume el rol de conejito. Sobre esta premisa, en principio interesante, se hilvana una serie de infortunadas necedades chuscas, que jamás adquieren ni probabilidad, ni tensión, ni argumento válido sobre la que irse enredando.

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Sus ínfulas elegantes, paródicas, apasionadas, jeroglíficas y policiales son saldo de rebajas con la etiqueta mentirosa. Hecha a mayor gloria del dúo de celebridades que la protagonizan, Angelina Jolie pasea su enigma “pret a porter” con subyugancia de pasarela y credibilidad de acelga con escote de barco. Por su parte, Johnny Deep confirma que lo suyo es pura parafernalia bucanera memo-actoral. No vale ni para despistado. Un dislate monumental del que no quedan ganas de esperar a la tercera. No sea que la vencida sea aún peor. Hay encargos que matan y uno no tiene ganas de apuñalamientos de tan estúpida categoría. Sólo se salva el temazo final de Muse.

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