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Título: Cosmopolis

Año 2012

Duración 108 min.

País Canada

Director David Cronenberg 

Guión David Cronenberg (Novela: Don DeLillo)

Música  Howard Shore

Fotografía Peter Suschitzky

Reparto Robert Pattinson, Sarah Gadon, Paul Giamatti, Samantha Morton, Juliette Binoche, Kevin Durand, Emily Hampshire, Patricia McKenzie, Mathieu Amalric, Jay Baruchel, Abdul Ayoola, Gouchy Boy, George Touliatos, Philip Nozuka, K'Naan

Productora Coproducción Canadá-Francia-Portugal-Italia; Prospero Pictures / Alfama Films

Valoración 8.5

Las ganas de David Cronenberg por reinventarse, por jugar al quiebro y por autoimponerse retos de muy difícil resolución siguen intactas. Al autor de PROMESAS DEL ESTE, dado el inclasificable caudal de territorios, humedales y pantanos por los que transita, le podremos catalogar de muy diversa forma. Eso sí, el único calificativo que jamás debiere ser empleado para  referirnos a su larga trayectoria cinematográfica es el de cómodo. 

El canadiense se complace en renovar, a cada entrega, el colirio de alfileres que le dispone a la atención espectadora de quienes acuden a lamer el gélido sudor afilado pacientemente dentro de  ellas. Cronenberg es propenso al salto en el vacío y, por lo tanto, exige que el espectador en su butaca respire, desazonado, el riesgo de esa extraña geometría en el abismo que siempre propone. 

 Tras el insano y tajante clasicismo que acumulaba su inflexible UN MÉTODO PELIGROSO, el creador de UNA HISTORIA DE VIOLENCIA se zambulle de pleno en el terreno de la alegoría a bocajarro, de la fabulación sobre la rabia universal presente. Partiendo de una novela escrita por Tom DiCillo (que colabora también en el guión del film), COSMOPOLIS nos propone el acompañamiento de un extraño itinerario. 

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La cámara de Cronenberg será absorto e indagador testigo de la ruta emprendida por un joven magnate empresarial, a quien el horizonte inmediato parece empeñado en reportarle muy malas noticias financieras y personales. A bordo de su impoluta y blanca limusina blanca de lujo, el film visualiza el trayecto urbano que Eric Packer emprende dentro de ella para salvaguardarse de una más que segura amenaza de muerte. El paseo le permitirá darse de bruces con las protestas ciudadanas surgidas ante la gravedad del estado de las cosas,  ante la epidemia de carestía, depauperación y ultraje consiguiente. En la escena de apertura, el aún todopoderoso capitalista le confiesa a su guardaespaldas que siempre ha sentido curiosidad por conocer el lugar al que las limusinas son conducidas de noche. La película cubre el trayecto que va desde esa inquietud hasta que, finalmente, con sus propios ojos, accederá a la respuesta.

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COSMOPOLIS es una nueva muestra de la exigencia creadora de un cineasta que sólo saca su cámara a rodar si su objetivo se adecua a esa fascinante, tácita e inviolable premisa. La película es un Cronenberg en estado puro, duro y milimétricamente simbólico. El itinerario del protagonista condensa una ácida, brutal y desconcertante mirada crítica sobre la crisis económica actual. Lo difícil de esta propuesta anida en la propia naturaleza de la praxis cronenbergniana. Como era de esperar, este mensaje no se sostiene sobre el más mínimo de los pasajes previsibles a este discurso severamente agrio, contestatario y político. Ni muchísimo menos. El realizador lleva esta soflama hacia el perverso, acuoso e inquietante universo de sus particulares querencias. 

 El texto de Dicillo le permite zambullirse de pleno en el terreno de lo deslizadamente irreal y metafórico. El joven protagonista simboliza la consciente putridez de los estamentos económicos que han ocasionado el desastre presente. La limusina, la burbuja de marfil en la que han instalado ostentosamente el capricho oneroso, secreto y protegido de sus privilegios. Y el cúmulo de personajes que irán apareciendo a bordo de ella o siendo atisbados desde sus confortables asientos de piel, el reflejo espectral de la desazón que le ocasiona saber que su imperio y su seguridad son mucho menos impenetrables y potentes de lo que él creía. 

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El canadiense despliega su taimado saber escenográfico explotando al máximo el cerrado, casi claustrofóbico espacio que presta el lujoso e impoluto interior la limusina. Los asientos del mismo servirán de escenario en el que irán luciendo su relación con el protagonista un buen número de personajes. La insistencia en esa cerrazón hace que el interior del automóvil adquiera categoría de cavidad secreta, de gruta a la medida, de útero controlador, de despacho personal itinerante,  en el que cumplir con sus necesidades profesionales y personales: consultas profesionales, contactos sexuales, consejeros personales,  consultas médicas y algún cara a cara más tendrán su hueco en la improvisada agenda sobre la marcha.

Esto condiciona la percepción del exterior que tiene el personaje. Resulta  fascinante comprobar cómo soluciona escénicamente la importancia de esta relación dificultosa con el exterior. Los planos de la calle tomados desde dentro –travellings de acompañamiento en paralelo casi siempre- están insertados mediante una férrea voluntad de no acercamiento, de tal modo que el exterior asume asépticamente  rasgos de escenario ajeno, de realidad pareja no confluyente. 

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Las repentinas salidas a la calle tienen un sesgo de irreal inmediatez que abunda en esta teatralización de las afueras. No resulta baladí que, pese a hallarse en un continuo atasco ocasionado por diferentes acontecimientos masivos (las protestas callejeras, la visita a la ciudad del presidente, el entierro de un cantante, líder de masas), acceda a ellos mediante la pantalla de televisión allí instalada. COSMÓPOLIS propone una frialdad humanista, rayana en la misantropía. Casi todos los personajes parecen esculpidos con la piel fría, áspera, vetada al contacto por necesidad.

Además de esta lección de pulcritud escénica significante, Cronenberg echa mano de dos estrategias bien distintas para visualizar sibilinamente, sin caer en tópico alguno,  la bajada a los infiernos  que va recorriendo Packer. De un lado, la sutil vejación física que sufre el personaje y. de otro, la impagable utilización que hace del actor escogido para interpretarlo. La primera va de la impecable presentación primera hasta la visita final al peluquero que, por causa de una urgencia, deja a mitad su labor, pasando por una escena morbosamente perfecta como la del tacto rectal en presencia de una consejera excitada ante la tensión física que a Eric le  produce la auscultación anal del médico.  De estar sentado en una limusina de lujo a concluir en la astrosa letrina del piso de un desahuciado. 

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En cuanto a Robert Pattison, no deja de ser perversamente astuto que para  incorporar a un vacío todopoderoso,  venido a menos,  el autor de INSEPARABLES eche mano del rostro más inexpresivo y exitoso del panorama actual. La elección no deja de ser atinadísima por cuanto la economía gestual del actor de AMANECER se adecua perfectamente a la parálisis emocional que padece el personaje. Además, Eric Packer, a su forma, no deja de ser otra cosa sino un vampiro paseado en su lujoso ataúd andante. De algo más que irónico también hay que calificar a detalles como la presentación del personaje con gafas de sol o como el momento en que una guardaespaldas le enfoca directamente con un chorro de luz al personaje.

Cronenberg filma su obra más exasperantemente mordaz. Espesa, incómoda, cáustica, elegante y embarrada de portentosos hallazgos textuales, COSMOPOLIS defraudará a quienes esperen un panfleto asimilable. Lo cerebralmente opuesto a semejante desidia encontrarán quienes se atrevan a acompañar al maestro en este viaje. Ésta fábula surrealista, impenetrable hasta la exasperación, críptica, difícil de asimilar, en la que se veta cualquier atisbo de indulgencia para quienes la habitan por dentro y para quienes la contemplan desde afuera, dice verdades que duelen como el puño que tiene ganas de pómulos ajenos.

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