Título original: Leviafan (Leviathan)
Año: 2014
Duración: 141 min.
País: Rusia
Director: Andrei Zvyaguintsev
Guión: Oleg Negin, Andrey Zvyaguintsev
Fotografía: Mikhail Krichman
Reparto: Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman Madyanov, Lesya Kudryashova
Nota: 9
Implacable francotirador de la sociedad que le rodea, agudo analista de la gangrena totalitaria que apolilla y determina al poder imperante, severo retratista de la complejidad del comportamiento del ser humano consecuente a esa despótica devastación invisible, el ruso Andrey Zvyaguintsev vuelve a demostrar con LEVIATHAN que posee una de las miradas más imprescindibles del panorama cinematográfico contemporáneo europeo. Afortunadamente, tras disfrutar hace tres años de ELENA, vuelven nuestras carteleras, tras su paso por el último Festival de Cine de Sevilla, a hacerle un hueco a la serena, adusta complejidad de su posicionamiento atisbador.
Zvyaguintsev sigue firmísimamente emplazado en la agria magnitud de su capacidad para la paciencia avizor y fulminante. El autor de EL REGRESO mantiene constante el grado de densidad expositiva con el que ha sabido forjar su inquebrantable filmografía: sigue apostando obcecada y lucidísimamente por escudriñar en la tortura de sus personajes, asaetándolos con esa característica e inmisericorde fuerza observativa mediante la cual encorseta, afila, carcome la fiereza ambiental del encuadre espacial dentro del que aquellos tratan de asimilar una asfixia, una inclemencia, una oreada destemplanza de alfileres tan acompasados como tóxicos.
LEVIATHAN nos traslada a un recóndito paraje a orillas del mar de Barent. En una pequeña población que vive fundamentalmente de la industria pesquera vive Kolia, el propietario de un taller de reparación de automóviles. Kolia, junto a su segunda mujer y el hijo adolescente habido de un primer matrimonio, vive en una casa, sita en un bellísimo promontorio con espléndidas vistas de la omnipresente costa. Ese privilegio le acareará problemas, por cuanto el corrupto alcalde de la población está empeñado en hacer que la familia se vaya de allí para derrumbar la casa y disponer el terreno para unos secretos intereses suyos. Kolia no se amedranta y llama a un viejo amigo de juventud: un batallador abogado de Moscú junto al que no cesará de plantar batalla. La llegada de éste personaje, no obstante, acarreará una serie de tesituras que afectarán al orden familiar de Kolia.
Dentro de la obra del autor de EL DESTIERRO, quizás sea LEVIATHAN una de las propuestas más complejas, pues quedan convocados en ella no escasos intereses de partida. Además de dirimir con prontitud esa contundencia vislumbrativa antes citada –el despejado, bravío, categórico paisaje prestado por la costa rusa se postra solícito a que el realizador succione con su habitual sugestión esa desazonante imponencia marítima-, el autor impone una doble indagación sociológica a su relato, que, bien diferenciada entre sí, concluye por abocarse una sobre la otra con sin que la consideración global vea afligida su trascendencia.
La primera, la más evidente, tiene que ver con el conflicto de choque de poderes (el que ejerce la autoridad sobrepasando la legalidad y el que ejerce el individuo que decido plantar cara a esa injusticia) sobre el que bascula el desarrollo argumental del film, esto es, la explicitación de ese estado corrupto que ansía la consecución de unos privilegios a disfrutar por los estamentos (político, policial y religioso) más poderosos del estado, y que, para ello, no duda en avasallar, de cualquier forma, sin miramiento, arrollando hasta las más pútridas consecuencias, a quien considera su impedimento para conseguirlo, pasando por encima de los preceptos básicos sobre lo que se asienta un estado moderno. El acta sobre el estado de las cosas en la Rusia contemporánea, obviamente, no puede ser más desalentador: cuesta poco adivinar de qué muerte, de qué depravación consumada e imposible de reponer habla Zvyaguintsev cuando enfoca ese enorme esqueleto varado en la playa.
Y segunda, la que más tarda en revelarse, la que, sin duda, termina por revelarse como el desconcertante, crudo verdadero meollo dramático del film: la somatización por parte del individuo de todos esos malestares superiores en forma de irresoluble acumulación de determinados vicios, inercias y comportamientos absolutamente nocivos para la propia ética personal. La relación entre los distintos personajes apenas sí deja un ápice para la esperanza. Los recelos del hijo, el penetrante silencio de la esposa, la inconsciencia de Kolia… el núcleo familiar zaherido, desguazado, inhóspito, cual osamenta imposibilitada para la reciprocidad y la cercanía.
LEVIATHAN, sin explicitaciones desaforadas, con el punzante mimo desolador propio de la aviesa mirada del cineasta, concluye dirimiendo una drástica decepción existencialista: los personajes que giran en torno al núcleo familiar de Kolia mimetizan su callada decepción vital contra ese paisaje lleno de gigantescos huesos de ballenas varadas en la orilla del mar: la colérica vastedad del paisaje marino humedece los restos de vidas pasadas de la misma forma que el mal bate sus olas contra la integridad del individuo. La constante presencia del alcohol, la incomunicación entre ellos, la represión de una libertad personal zaherida en silencio, la imposibilidad de un futuro distinto al soportado… Zvyaguintsev o la absorta capacidad maestra para perfilar la degradación moral del hombre moderno mediante la calmada liturgia de un ingeniero de almas.