Título original: Carmen y Lola
Año: 2018
Duración: 103 min.
País: España
Dirección: Arantxa Echevarria
Guion: Arantxa Echevarria
Música: Nina Aranda
Fotografía: Pilar Sánchez Díaz
Reparto: Zaira Morales, Rosy Rodriguez, Moreno Borja, Carolina Yuste, Rafaela León
Productora: Tvtec servicios audiovisuales / ICAA
Nota: 6
El debut en el terreno del largometraje de ficción de Arantxa Echevarría no puede por menos que dejarse mecer en los parámetros del que ha sido el eje fundamental de su trayectoria hasta la fecha, esto es, los preceptos del cine documental clásico. CARMEN Y LOLA narra una historia de amor. Sí, es cierto, pero más allá de este precepto, el interés de la realizadora es atisbar esa evolución afectiva principal, enmarcándola fielmente dentro del ámbito sociológico y geográfico que define y vigila el devenir de los personajes escogidos.
CARMEN Y LOLA acumula, por lo tanto, una abigarrada cuantía de presupuestos intencionales: una historia de amor entre dos mujeres, inscrita en un entorno particularmente problemático en cuanto que universo en el que esta particularidad afectiva está considerada una lacra poco menos que tabú, todo ello atisbado y reconducido escenográficamente desde un punto de vista voluntariamente documental. CARMEN Y LOLA traslada este relato urdido en torno a una irreprimible atracción lésbica hasta el reconocible, mal conocido y complejo paisanaje de la comunidad gitana de nuestro país.
Desde sus primeros fotogramas, el film no tarda en evidenciar la seriedad con la que Echevarría se acerca a la cultura gitana. Sus dotes de documentalista bregada en este género amparan, ciñen y se alían en favor de un naturalismo ambiental que, con mucha diferencia, concluye encumbrándose como el mayor aliciente del largometraje. El posicionamiento de la cámara definido por la realizadora convierten a aquella en testigo privilegiado y respetuoso de la habitualidad en la que han sabido inmiscuirse.
En este sentido, CARMEN Y LOLA respira una una verdad incuestionable. Espacios cerrados (interiores de las moradas, el centro en donde practican el culto), espacios abiertos (los mercados, el extrarradio urbano por el que transitan las dos protagonistas), rituales (ceremonia de pedida) y multitud de detalles cotidianos alcanzan el plano que los encuadra con llaneza, prontitud y luminosidad, sin caer jamás en un folklorismo superficial, evidenciando siempre un sincero apego por la realidad que le ha permitido llevar a cabo su indagación.
Sin embargo, ese afán por tratar de posicionar con temple y credibilidad esa pátina realista tan perseguida (y lograda) quizás sea la causa del lastre que mengua en demasía la verosimilitud y el atractivo final del producto. El cuidado escénico no tiene su correlato en el material escrito de partida. El guión de CARMEN Y LOLA está muy por debajo del trabajo tras la cámara de Echevarría. Aquel muy pronto queda evidenciado como esquemático en su avance, simplista de contenido y escorado en exceso hacia el cliché más consabido. Todo lo que tiene que ver con el relato creado para desarrollar la historia de amor parece despachado con una condescendencia fotonovelizante que en modo alguno armoniza con el sincero tesón que impele la observación de los acontecimientos. El fluir de estos es abrupto y destemplado.
De resultas, el film ve herida la radical transparencia que anhela. La complejidad de su planteamiento de fondo sólo se materializa en pantalla cuando la acción encuadrada se desentiende del lastradoramente lineal periplo narrativo adjudicado a las dos jóvenes. Chirría, no acopla con soltura lo forzado de ciertas soluciones argumentales con la nitidez que brota con honestidad dentro del plano. Consecuentemente, se explicita ese desequilibrio y CARMEN Y LOLA se distancia de la obra de impoluta plenitud que pudiere haber sido. Bienintencionada, sensible y genuina, pero desajustada en el núcleo de su consonancia.