EDFY

Sección: Perspectivas

Dirección: Ernesto Martínez Bucio

Reparto: Mariapau Bravo Aviña, Rafael Nieto Martínez, Regina Alejandra, Donovan Said, Laura Uribe Rojas

Nota: 8.5

Si hay un llanto que ha definido el devenir del acercamiento del cine contemporáneo al universo de la infancia, concebida esta como espacio en el que hurgar dramáticamente de modo no estilizado ni blandido como cliché, es, sin duda, con el que, clausurando el film, evidenciaba su inasumible malestar secreto la pequeña protagonista de ESTIU 1993, el inolvidable debut de la catalana Carla Simón.

También hay lágrimas en el cierre de la extraordinaria primera obra de el mejicano Ernesto Martínez Bucio. Lágrimas de unos niños que, frente a una hoguera, acaso lloren también el peso de una terrible certeza doble: la que es presentida por el espectador durante todo el metraje; y la que irrumpe en ellos en tanto que seres que, de pronto, sienten el peso de una madurez tan pronta como sobrevenida a destiempo y como doliente cercenadora.

Martínez Bucio abre el largometraje con unas imágenes que anticipan las claves de una puesta en escena fundamentada en el escorzo, el temblor, el tintineo, la inquietud de la imagen. Ni un solo plano fijo acompaña a la mostración cercanísima de unas manos que pintan, corrigen, vacilan, borran, rematan un dibujo/collage en el que aparecen todos los miembros de la familia. Esta abolición de la fijeza mostrativa no resulta ni mucho menos baladí.

EL DIABLO FUMA se sostiene sobre esa permanente escrutación (móvil, nerviosa) y sobre otra decisión encuadrativa fundamental: la de apenas salir del interior de ese hogar en el que tiene lugar la observación de los cinco niños protagonistas. Ellos y su abuela materna deben hacer frente a la ausencia de una madre que ha decidido irse y a la del padre, que se va de casa a intentar encontrarla. La convivencia entre las cinco criaturas y la mujer mayor comenzará a teñirse de inhóspita perturbación cuando esta última comience a realizar una serie de determinadas acciones, imposibles de ser asimiladas por sus nietos sin que los atenace un punzante temor.

El realizador le aplica a la contemplación de esa angustiosa estancia juntos ese nerviosismo de la cámara al principio. Primeros planos impacientes, fondos de imagen desenfocados, búsquedas de rostros ajenos a la mirada que los requiere. La temblorosa cercanía de la punta del lapicero, la goma de borrar o la cera de color del prólogo abandona el folio y su creación para acudir a los habitantes encerrados en la casa.

La desaparición de la madre convierte al espacio familiar en un espacio acechado de amagados riesgos, desprotegido sin alerta. El ámbito domestico tambalea, pierde su condición de salvaguarda. Los niños quedan impelidos a una búsqueda, a una espera para la que no están preparados. La tutela de la abuela, sus relatos y suposiciones, se tornan intimidación. Unas grabaciones de vídeo hechas por la madre, en la que les pregunta lo que quieren ser de mayor confirman el porqué de esta puesta en escena entrecortada, sincera, espontánea. Su ausencia se convierte en prisma contemplador. Martínez Bucio merodea a esos párvulos desvalidos tal y como la prueba del recuerdo de la madre impone. Su vacío los acaricia, mas los desampara. EL DIABLO FUMA se afirma como imperiosa fábula cotidiana sobre unos niños sin padres expuestos a un miedo fugado que germina dentro de unas paredes en las que ya no hallan cobijo.

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