JONATHAN RICHMAN
ONLY FROZEN SKY ANYWAY
Blue Arrow Records
Nota: 6
Comentario:
Cuentan los que han seguido más de cerca la carrera de Jonathan Richman que el estadounidense se ha desmarcado ya de sus influencias musicales. Lo cierto es que al oír este Only frozen sky anyway da la sensación de que es cierto. Hay algo único y genuino en los llamativos temas que conforman el disco. Aun así, tal hallazgo parecería hallarse en una forma embrionaria, sin pulir. Y es que, a lo largo del álbum, encontramos temas de relleno, variaciones armónicas e instrumentales escasas, partes melódicas mejorables y absurdeces en lo referente a las temáticas de las pistas. No obstante, la ironía de su lírica y lo exótico de su música salvan a este trabajo del desastre.
I was just a piece of frozen sky anyway habla de la mortalidad, de una transición serena entre la vida y su inherente ocaso. Suenan una guitarra acústica, de cuerdas de probable nylon, percusión y un teclado. A pesar del exiguo cambio estructural, las armonías balcánicas enriquecen este corte. But we may try weird stuff es la primera muestra cómica de este “Al fin y al cabo, sólo un cielo helado”. La letra hace referencia a la experimentación de... bueno, ya se hacen una idea, nos limitaremos al título, “cosas raras”. Está compuesta de coros, guitarra y percusión. Los arreglos sugieren una atmósfera gospel en la que la voz parece hacer un guiño al registro teatral de David Bowie. Pasamos ahora a una osada versión del clásico de los Bee Gees, Night fever. A la guitarra, batería y percusión adicional se le suma la voz de Jonathan, que oscila entre lo declamado y lo cantado, tal como hacía Lou Reed.
You need me too aborda temáticas como la espiritualidad y la conexión universal. A los elementos musicales mencionados anteriormente se le suma el tambura o tanpura, instrumento de cuerda pulsada de origen indio. El oyente occidental, sin duda, la habrá escuchado en composiciones de los Beatles como Across the universe, Within you, without you o Tomorrow never knows, interpretada por el miembro más ecléctico (si es que es posible destacar tan sólo a uno en ese sentido), George Harrison. The dog star es una simbólica oda a la constelación Sirius, según sugieren sus versos. La batería marca un beat animado y se le añade, posteriormente, la guitarra, que suena en los silencios del ritmo. La voz, doblada únicamente en el estribillo, recuerda a la de Mick Jagger en Far away eyes.
Se va pa’ volver es una simpática y breve incursión en el idioma español por parte del cantautor. Ha rimado lo justo para no arriesgarse, aunque no creo que esto último impida el despertar de la simpatía del oyente hispanohablante. That older girl, por su parte, narra una historia amorosa entre dos personas cuya diferencia de edad es considerable. Se constituye, únicamente, de guitarra y percusión. Little black bat supone un absurdo divertimento acerca de, efectivamente, un murciélago. Sin comentarios. O guitar rinde tributo a la guitarra. Oímos aquí el instrumento homenajeado, que ejecuta arpegios y un teclado. Sin ser desdeñable, uno prefiere la sentida y elegíaca ofrenda que hace el portorriqueño Andy Montáñez en Guitarra mía. La pueden encontrar en el formidable álbum que grabó al alimón con el incomparable Pablo Milanés: Líneas paralelas.
David & Goliath es una celebración de lo que los anglosajones llaman el underdog, es decir, ese individuo débil que tiene las de perder. Los instrumentos presentes son el teclado, la guitarra y la percusión. Las armonías, por otro lado, son simples y desenfadadas. En The wavelet se aboga por el recogimiento y la contemplación. El tanpura ejecuta una nota pedal, sobre la que se desarrolla el rol de la guitarra. Nada nuevo bajo el sol. Aunque el principal defecto de la canción es que es prescindible, de relleno. Además, la voz, a estas alturas, empieza a cansar. Finalmente, I am the sky funciona como cíclica coda; musicalmente, se sirve de lo escuchado en la anterior pista. En el plano lírico, retoma la idea del primer tema.
En definitiva, Only frozen sky anyway contiene momentos estimables, sin embargo, está lejos de ser extraordinario. La escasa variedad instrumental y armónica, unido a los desatinos vocales de Richman, merman las ocurrencias de las letras. En los pasajes más melódicos, su voz, que no parece ser su mejor atributo, naufraga. De todas formas, es preciso reconocer lo insólito de sus versos y sus aciertos instrumentales.