Berlinale 2013 Promised Lend

El austriaco Ulrich Seidl convence con la tercera parte de su trilogía PARADISE. 

 

PROMISED LAND, de Gus Van Sant

Nota: 8

Inesperado Gus Van Sant. De repente, el creador de relatos demoledoramente modernos en los que el vacío existencial que corroe a sus personajes principales  queda configurado como el punto de vista evitador de cualquier atisbo de convencionalismo  dramático (PARANOID PARK, GERRY) decide darse un auténtico baño de clasicismo mediante esta depurada, sentida y lúcida PROMISED LAND. El autor de TODO POR UN SUEÑO ha ido más lejos en ese empeño que en cualquiera de sus obras menos experimentales (EL INDOMABLE WILL HUNTING, MILK). Se diría que en ella ha intentado el mismo viraje personal retrospectivo que en su día David Lynch dejó zanjado con la memorable UNA HISTORIA VERDADERA.

El film narra los esfuerzos que Steve Butler, un empleado de una multinacional de la extracción de gas natural debe de hacer para convencer a los habitantes de un pequeño pueblo agrícola de que firmen un muy beneficioso contrato con su empresa, mediante el que autorizan a que en sus parcelas aquella comience a hacer unas perforaciones extractoras. Hasta allí acude con su fiel compañera de trabajo. El joven vendedor, no obstante, se encontrará con la negativa de un buen número de posibles contratados, todos ellos adoctrinados por el mensaje de un viejo activista ecológico que vive allí: ciertas informaciones sobre los peligros consecuentes al método de extracción empleado por la multinacional (conocido como “fracking”) se volverán en contra de la misión laboral que Steve debe cumplir.

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PROMISED LAND deviene un ejercicio clásico en el que el director tiene la virtud de someter a su cámara a la encrucijada moral que le sobreviene al protagonista, escrutando de forma admirable en el perfil personal de éste. El ardid de guión que establece la estancia en el pueblo de Steve y su compañera de trabajo hasta que se produzca la votación en la que los vecinos van a decidir si aceptar de forma colectiva su propuesta sirve para que se nos muestre de forma sutilísima una serie de aspectos descriptivos que van a ir adquiriendo una significativa importancia argumental.

La película no oculta su carácter denunciativo, pero, por fortuna, tanto el guión escrito por Matt Damon y John Krasinski –actores protagonistas del film- como el ejercicio de dirección impuesto por Van Sant combaten con calma elegancia observadora el peligro de la caída en toda la sarta de tópicos inherentes a este tipo de films. El punto de vista del realizador no enjuicia en ningún momento el posicionamiento de cada uno de los personajes, por lo que la película evita la caída en ese molesto comodín de incapaces que es el maniqueísmo.

El film es un ejercicio que reivindica la pureza reposada del cine clásico. Los sanos apuntes humorísticos, el tacto en la imbricación de la escueta relación amorosa, la cómplice serenidad con la que están dirimidos todos los encuentros entre contrarios, el disfrutable compadreo establecido entre Steve y Sue, la cortesía con la que el espacio físico en el que se desarrollan los hechos se apodera, condicionándola, de la inercia nada estruendosa dirimida para encuadrarlos y  otros atentos factores escénicos permiten que PROMISED LAND conforme un reconfortante perfil humanista, hoy en día del todo evitado. 

La cautela con la que Van Sant se acerca a la historia de un regresado al origen (ese detalle del calzado de su abuelo), la sabiduría escénica con la que lo salvaguarda, el mimo con el que escruta en la verdad de los rostros de sus personajes abundan en que esa afable reivindicación sentimental sobre el respeto por la tierra que pisamos no tenga que pedir perdón por postularse.

PARADISE: HOPE, de Ulrich Seidl

Nota: 8

Asiduo a los certámenes cinematográficos más importantes del panorama contemporáneo, el austriaco Ulrich Seidl es, sin ninguna duda, uno de los cineastas más controvertidos de la actualidad. El descarnado realismo que adopta como rigurosa, inquebrantable marca estilística le reporta tantas consideraciones como descréditos. Quien esto escribe confiesa que sentía una enorme curiosidad por visionar un ejercicio suyo. PARADISE: HOPE ha servido de primera toma de contacto. Cabe decir que el resultado de la experiencia no puede ser más que calificado de estimulante.

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PARADISE: HOPE es el tercer capítulo de una trilogía en la que le han precedido PARADISE: LOVE y PARADISE: FAITH. El centroeuropeo, por lo tanto, ha querido trazar una suerte de personalísima panorámica moral mediante la que analizar el estado actual de categorías existenciales tan determinantes como el amor, la fe y, ahora, la esperanza. Como ha quedado dicho, el hecho de no haber podido contemplar ninguna de las dos primeras imposibilita el análisis comparativo. Sin embargo, la clarísima autonomía narrativa que se ha dispuesto entre todas permite que analicemos el cierre de la trilogía con total pertinencia.

El film narra la estancia de Melanie, una adolescente rubia y obesa, en un campamento de verano al que sólo acuden personas que padecen obesidad. El elemento argumental en el que se va a centrar la observación de la cámara es la comprometida atracción que Melanie sentirá por el doctor del centro. En el desarrollo de ésta será determinante la respuesta recíproca con la que el médico, un hombre maduro que cuadriplica en edad a la enamorada paciente, corresponderá a su entregado, impulsivo, sincero acercamiento.

PARADISE: HOPE responde coherentemente a los parámetros del cine de autor más aguerrido, opresivo e inclemente. El espectador tarda muy pocos segundos en advertir que nos hallamos ante ese tipo de films en el que lo más importante no es el qué, sino el cómo; esto es, ese tipo de ejercicios en el que la personal vocación desconcertante de quien los impele trasciende el material elegido para exhibirla.

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En ese sentido, este nueva entrega de Seidl supone la confirmación de un realizador que se muestra muy capaz de penetrar en la idiosincrasia de los personajes que retrata a fuerza de mantenerse mórbidamente estricto en la premisa de no apiadarse de ellos, ni enjuiciarlos, ni arroparlos éticamente, ni de hacerlos accesibles a quien los contempla. El uso de planos largos fijos, la contemplación nada complaciente ni estilizada de los cuerpos de los actores, el sorpresivo devenir narrativo de algunas situaciones expuestas, la crudeza expositiva que, en esta ocasión, parece que no alcanza la provocativa magnitud desestabilizadora que le ha dado fama, urden una puesta en escena verista, despojada, frontal, aséptica, abundante en reiteración de acciones rutinarias  y espacios semivacíos. 

Pese a este severo catalogo de condicionamientos formales, contra pronóstico, cabe constatar que la relación amorosa descrita –desmenuzada- en PARADISE: HOPE llega a conmover al espectador. La sinceridad y el tesón irreprimible que no cesa de evidenciar el comportamiento de Melanie, la respuesta igualmente noble, tensa y balbuceante del doctor, las magníficas escenas en la que la joven expresa sus sentimientos a su compañera de cuarto, sin conseguir quebrar los más mínimo la adusta impenetrabilidad organizada por el director, quizás incluso a su pesar, logran que aflore una cierta conmiseración para con la torrencialidad afectiva primeriza que sanciona la actitud de la protagonista.

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