Título original Thor
Año 2011
Duración 13 min.
País USA
Director Kenneth Branagh
Guión Mark Protosevich (Personajes: Stan Lee, Jack Kirby)
Música Patrick Doyle
Fotografía Haris Zambarloukos
Reparto Chris Hemsworth, Natalie Portman, Anthony Hopkins, Idris Elba, Colm Feore, Stellan Skarsgård, Rene Russo, Ray Stevenson, Jamie Alexander, Kat Dennings, Tom Hiddleston, Tadanobu Asano, Josh Dallas, Clark Gregg
Productora Marvel Studios / Paramount Pictures
Valoración 4
La trayectoria, como cineasta, del actor Kenneth Branagh define el itinerario de un creador empeñado, tozudamente, en convertirse una y otra vez, él mismo, en la zancadilla de su andadura. El británico parece encantado con el continuo traspiés que le ocasiona la involucración en proyectos que desbaratan la credibilidad acumulada cuando se pone al frente de lo que mejor sabe hacer. Un somero repaso a su filmografía sirve para constatar esta aseveración. Branagh, no descubro nada nuevo, sólo ha sido pez feliz cuando las aguas en las que ha nadado pertenecían a ese vasto continente oceánico llamado William Shakespeare.
Así tenemos que, a continuación de su sobrevalorado, aunque nada desdeñable debut, con Enrique V, le siguió una calamidad erradísima llamada Morir Todavía. Y que a su deliciosa Mucho Ruido y Pocas Nueces la continuó un dislate pretencioso, burdo y envanecido, cometido en torno a uno de los personajes más formidables que ha surgido de la literatura del terror. Los herederos universales de la gran literata británica Mary Shelley debieren haberle incoado expediente perpetuo tras contemplar lo dantesco de su disparatada apropiación de Frankenstein. Si exceptuamos a la sensible y meritoria Los Amigos de Peter, su trayectoria al margen del autor de Romeo y Julieta se puede calificar de muy deficiente manera. Da la impresión de que lejos del amparo de tan eminente sombra dramatúrgica, el realizador de Trabajos de Amor Perdidos no hace sino estrellarse contra ese empeño por huir del célebre escritor de teatro.
Ahora lo vuelve a intentar, enrolándose en un proyecto que, en principio, parece situarse en las antípodas de lo que podría entenderse como su natural tendencia filmográfica. Brannangh vuelve a intentarlo lejos, lejísimos de Sir William, situándose a los mandos de una adaptación cinematográfica facturada en torno a uno de los héroes más carismáticos que ha dado la inagotable factoría Marvel: Thor, el impulsivo guerrero del remoto cosmos llamado Asgard, e hijo de Odín, el señor de la sabiduría, la guerra y la muerte. Sorpresa, sorpresa. La Marvel Enterteinment y la Paramount Pictures llamando a las puertas de un británico, versado en tragedias y comedias escritas hace más de tres siglos, para sacarle las castañas de este fuego, ya fatigoso y repetido, que consiste en diseñar una megaproducción cinematográfica a rebujo de un reputado éxito editorial proveniente del cómic. En esta ocasión, el magnífico personaje rubio y con martillo, salido del talento para la viñeta y el grafismo de Stan Lee y Jack Kirby, allá por el año 1962.
Así pues, tenemos que el muy irregular realizador, especialista en jugosas relecturas fílmicas “shakespearianas”, ha decidido implicarse en la apuesta más descaradamente comercial de toda su carrera. El lógico morbo lleva a plantearse el visionado con tanta prevención como curiosidad. El valor hay que reconocérselo. Éste tipo de presupuestadísimas empresas, casi siempre muy poco dadas a veleidades aurorales que pudieren poner en riesgo el volumen de beneficios esperado, para quien firma el contrato de su confección lleva el riesgo de un sometimiento arrollador. Una vez vista, cabe concluir que, siendo, como es, un producto que muy pocos se hubieren atrevido a pronosticarle semejante involucración directriz, parece estar resuelta a modo de radiografía autoral demoledoramente explícita de las luces y de las muchas sombras que ha aglutinado Brannagh a lo largo de su dilatada trayectoria. Thor es un film que bien podría valer como resumen de la bipolaridad antes detallada.
La película condensa la afrentosa irregularidad, pues dibuja clarísimamente esas dos líneas constitutivas, notorias desigualdades marca de la casa: la del interesante adaptador de Shakespeare, de las unas, y la del vulgar realizador de las otras. Thor es un film que no solo sucumbe a esa fractura, sino que la exhibe consecutivamente. A unos primeros cuarenta y cinco minutos sensacionales les prosigue la anodina visualización de un desarrollo argumental que, ni en forma, modo e intensidad, nada tiene que ver con esa primera parte. En estos dos tramos, por desgracia no de la misma duración, definen, con claridad, tanto la validez de un realizador en la narración de un conflicto familiar de clarísima adscripción “shakespeariana”, como la incapacidad para mantener esa solvencia cuando la luz protectora del recuerdo del clásico deja de alumbrar.
Thor arranca con el héroe lanzado a la tierra. Una efectiva secuencia nos presenta a los personajes sobre los que recaerá el peso de la acción en la Tierrra: una entusiasta física y sus acompañantes, que, mientras están estudiando sobre el terreno el comportamiento de unos tornados, son testigos de la llegada del extraño personaje a los exteriores desérticos de una pequeña población de Nueva California. A continuación, se nos revelará la causa de ese lanzamiento que, pronto sabremos, no es sino una condena que se le ha impuesto al engreído y excesivamente expuesto Dios del Trueno. En este largo flash-back situado en el deslumbrante paraje mítico de Asgard, Brannagh vuelca toda su acreditada sapiencia para hurgar en territorios tan convulsos como la traición y el desentendimiento dentro del núcleo familiar.
Esa pasaje de la narración en el que se explica el origen de los males que acucian a Thor está preclaramente empapado del aroma trágico, conspiratorio, enfermizo y fatal de las más reputadas tragedias del autor de Hamlet. Branagh se mueve muy a gusto indagando en las entretelas que van definiendo las relaciones entre Thor, Odin, su padre, y Loki, su hermano, con diferencia el mejor elemento de toda la trama. El arrojo alabancioso y arrojado de Thor contrasta con la sinuosa frialdad manipuladora y sagaz de la que hace gala aquel. La descripción de ambos caracteres está muy cuidada, sin que se haga mediar ninguna facilona tendenciosidad. Además, muy sorpresivamente, el director se descabalga con una espectacular escena de acción, en la que demuestra un magnífico pulso para ese menester: toda la secuencia de la batalla que tiene lugar en el paraje donde moran los oscuros Hombres de Hielo está escenificada con una impecable utilización escenográfica del excelente poderío ambiental y técnico puesto a su servicio.
Sin embargo, concluida ésta y dictada la orden de expulsión a Thor, la película se abandona al mero visualizado de un cúmulo de nimios conflictos terrestres, más propios de una pacata e impersonal exhibición de efectos especiales al uso, que de la digna continuación al interesante conflicto relatado con anterioridad. Las andanzas del dios obligado a la pena de una humanidad terráquea que lo deja sin poder alguno nunca alcanzan el grado de tensión dramática aventurera, vengativa y motivante lograda para con la exposición de los hechos en Asgard. El nudo legendario apabulla al resto del desarrollo “presente”. Brannagh parece no tener ningún interés en intentar equilibrar la balanza. Antes al contrario, da la impresión de que se complace en mostrar que está despachando el resto de la función, cuando ya ha finalizado el episodio en el que ha podido imponer su particular complacencia personal.
Sólo comparar la secuencia, ya citada, de la primera batalla con, por ejemplo, toda la ramplona intentona de recuperar el martillo dentro del espacio protegido por los investigadores policiales estatales da idea de esta descompensación. Thor es un film que agota muy pronto su brillantez, su garra, su interés. Se hace muy evidente la diferencia entre lo estimable y lo rutinario. Las dos caras de Brannagh así lo han querido. Lástima que la mala sea mucho más larga que la buena. El tamaño siempre importa.