Título original: Nightcrawler
Año: 2014
Duración: 113 min.
País: Estados Unidos
Director: Dan Gilroy
Guión: Dan Gilroy
Música: James Newton Howard
Fotografía: Robert Elswit
Reparto: Jake Gyllenhaal, Rene Russo, Riz Ahmed, Bill Paxton, Kevin Rahm, Ann Cusack, Eric Lange, Anne McDaniels, Kathleen York, Michael Hyatt
Nota: 8
Magnífico debut cinematográfico el que depara esta vibrante NIGHTCRAWLER. Dan Gilroy, su gestador, en modo alguno parece amedrentarse ante la progresiva acumulación de ponzoñas y perversiones trazada dentro de una historia también urdida por él. La firmeza en mantenerse inasequible a la más mínima tentación acomodaticia no parece, ni mucho menos, propia de un primerizo en el terreno del largometraje: nos hallamos ante un ejercicio que seduce por la incombustible persistencia en la fiereza contemplativa mediante la que está ejecutado. Semejante grado de implicación, insistimos, no hace pensar jamás que quien la está exponiendo sea un recién llegado al oficio.
La película arranca con la presentación del personaje central, Lou Bloom, un tipo a quien vemos arrancando una valla metálica, pelear con un guardia jurado que le reprende, y, finalmente, tratando de vender el material usurpado. Pronto nos apercibimos de su singularidad verbal, de su talento para la expresión de palabra y, sobre todo, del carácter inmutable, pasmosamente frío y calculador del que hace gala: la limpieza de su estudiada retórica se adecua perfectamente a lo estoico de sus reacciones, a la ausencia de contrariedad que se desprende de sus gestos.
Tras la presentación, el meollo central del punzante itinerario narrativo organizado en torno a esta ambiciosa figura comenzará a desarrollarse cuando, por una casualidad, se aperciba de las posibilidades de una profesión bien alejada de la de alevoso chatarrero delincuente: un accidente de tráfico le pone en contacto con un reportero de televisión especializado en la grabación de sucesos violentos, a los que acude nada más ha acaecido el percance gracias a la información que le depara el pirateo de la línea de radio de la policía de la ciudad de Los Angeles.
Bloom, rápidamente, se comprará una cámara, se hará con la ayuda de un emigrante al que mal paga y se empeñará en seducir a la jefa de los servicios informativos de una televisión local gracias a la cual comienza a sentirse absorbido por esa profesión. Dicha entrega por esa labor deparará una toma de decisiones de dudosísima moralidad, que propiciará un periplo personal tan atractivo para él como peligroso para todo aquel a quien perciba como obstáculo, como rival, como elemento entorpecedor para el elevado objetivo personal marcado.
NIGHTCRAWLER cuece su bregada valía sabiendo imponer férrea intensidad a la prolija suma de intereses narrativos e intencionales desde los que origina su puesta en marcha. En primer lugar, escrutando impíamente en la sólida villanía inconmovible manifestada por su asombroso personaje central. Caracterizado físicamente mediante una apariencia de rostro y un comportamiento de clarísima definición vampírica (ojeras pronunciadas, movimientos nocturnos, voluntad inasequiblemente seductiva, tentadora, segura, arrogante, terca), Lou Bloom queda definido como un perfecto afanoso sin compasión, que irá embarcando su vasto arsenal de querencias a lomos de una insaciable, destructora, absorbente escalada de exigencias, todas ellas despachadas a su más estricta conveniencia, aunque para ello sea necesario cometer no pocas, atroces vilezas improvisadas sobre la acuciante marcha de los hechos. Un sencillamente asombroso Jake Gyllenhaal impone con pasmosa suficiencia todas las lúcidas aristas inmisericordes de este auténtico crápula convencido de su severa pujanza efectiva.
En segundo lugar, el film se concreta como una atractiva (aunque no original) diatriba empeñada en radiografiar el estado de los medios de comunicación actuales, concebidos éstos como auténticas maquinarias obsesionadas por la audiencia, sin atender a ningún tipo de acatamiento deontológico profesional. La cadena televisiva en la que el protagonista trata de colocar sus reportajes aparece configurada mucho más como un nido de agobiantes intereses particulares, publicitarios y económicos que como un foco de transparencia y honradez audiovisuales, incapaz no sólo de desechar el acercamiento de tramposos con la decencia extirpada como Bloom, sino que de preconizarlos, de acogerlos, de nutrirse sin reparo de la abyecta avaricia manipuladora por ellos facturada.
Y, finalmente, NIGHTCROWLER propone un pesimista retrato de la sociedad contemporánea: la nocturnidad del ámbito desoladoramente turbio impuesta por el modo en el que queda encuadrado el perfil urbanita de Los Angeles, la suficiencia con la que maneja el personaje central su propio veneno, el disciplinado contenido perverso de su protocolario discurso, la ausencia casi total de algún personaje inocente (únicamente el ayudante de Bloom), el escrupuloso afán cercenador de cualquier tentación valorativa, enjuiciante del comportamiento del protagonista: la realidad, quedando sometida al triste imperativo de su maniobrada apariencia. Nada es lo que parece sino que se construye para ser caldo de cultivo de los ignorantes que aún creen en la posibilidad de que la realidad exista.
Un guión magnífico en el que la progresión de las vicisitudes situadas en el camino triunfal del héroe manipulador culmina con un par de secuencias atrozmente intachables en su concreción (la del accidente del cámara y la del percance en la cafetería), al que, quizás, le sobre arrogancia en la pirueta final, una fotografía magníficamente empapada de lobreguez e insanía y, sobre todo, la rabiosa, fluida contundencia vislumbrativa dirimida por Gilroy tanto en el ritmo de la narración como en el tempo interno de cada una de las secuencias convierten a NICHTCROWLER en el endiablado y vitriólico thriller dramático que pretende y logra ser.