Insidious Portada

 

 

Título original Insidius

Año 2010

Duración 102 min.

País USA

Director James Wan

Guión James Wan, Leigh Whannell

Música Joseph Bishara

Fotografía David M. Brewer, John R. Leonetti

Reparto Rose Byrne, Patrick Wilson, Ty Simpkins, Barbara Hershey, Andrew Astor, Lin Shaye, Leigh Whannell, Angus Sampson

Productora Alliance Films / Blumhouse Productions

Valoración 7.5

Quien esto escribe hace constar, primero que todo, que no ha visto ninguna de las producciones del –malayo, afincado en Australia- realizador cinematográfico James Wan. Por lo tanto, me es del todo imposible dirimir la comparación que, por parte de toda la prensa crítica especializada, se está estableciendo entre este último trabajo y toda la producción anterior: hay plena coincidencia en advertir que Wan ha dado un contenido giro de tuerca a su afamada trayectoria especializada en el cine de terror. En Insidius se concreta una autoreformulación estilística en la que no se advierte rastro de lo ejecutado con anterioridad.

Para quien aún no lo sepa, hay que decir que Wan es el creador de una de las sagas más exitosas e influyentes del último pánico cinematográfico contemporáneo, sección corte al tajo, casquería fina, tripa al aire, recreación en la suerte del último aliento: la serie Saw. Él fue el director de la primera y, posteriormente, productor de las seis secuelas surgidas al amparo devoto del vasto número de seguidores que tiene la franquicia carnicera. Los amantes del suplicio encuadrado en celuloide han tenido dosis sangrienta en abundancia que inyectarse en vena ansiosa.

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Quede claro, pues, que el presente análisis no puede tener en cuenta el esfuerzo de su realizador por reconducir su propia inercia realizativa. Seguramente, si esto no fuera así, la valoración del film podría ser otra. No obstante, por fortuna, la entidad del producto no necesita que la avale aproximación comparativa alguna. Las virtudes de Insidius son suficientes como para que le sea reconocido su evidente atractivo. Nos hallamos ante un ejercicio perfilado con una aplastante voluntad, que no necesita saberse autonomía, ni deslinde ni huida de inercia alguna.

 

Analizada sin esa proyección retrospectivo-biográfica, esta obra de Wan supone un notable ejercicio artesanal, en el que salta a la luz una combativa premisa directriz: la de abominar cualquier tentación sanguinolenta, destripadora o ensañativa con el cuerpo humano. En tiempos en los que el cine de terror ha sucumbido, bien a la parodia martirizante (Scream), bien a la tortura como único parámetro tentador del aguante de quien la mira (Hostel) o bien al apocalipsis zombie, una propuesta tan concentrada como ésta merece, cuanto menos, un asombrado detenimiento. En tiempos, pues, en los que parece mandato ineludible el imperativo de la mostración a toda costa, cabe alegrarse ante el reconocimiento de crítica y público de un pequeño remanso de sutileza pérfida como el que sabe construir Wan en esta pieza de sombría cámara.

Insidius narra las desventuras de una familia que acaba de trasladarse a un nuevo domicilio. Josh y Renai tienen tres hijos no muy mayores. A los pocos días de su estancia en ese hogar, Dalton, el más mayor, un chaval de unos nueve o diez años, tras un accidente doméstico, queda sumido en un extraño e inexplicable coma total. A partir de ese momento, la madre comienza a percibir unas extrañas presencias en diferentes estancias de la casa. Así pues, el film, en principio, parece que va a fundamentar su devenir narrativo en torno a ese subapartado argumental del género que es el de las “casas fantasma”. Las paredes del hogar como preámbulo, frontera o puerta trasera a un pernicioso mundo de fuerzas oscuras que deciden hacerse presentes en la cotidianeidad de los moradores. Y éstos, por lo tanto, como enemigos, como visitantes no esperados ni bien recibidos, como presencia-cebo a quien aniquilar en beneficio propio.

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Esto es así, pero, sin embargo, el film no se acomoda en lo previsible a ese lugar común, sino que aporta un elemento bastante novedoso al desviar la intriga del espectador a la enigmática dolencia de Dalton. Toda la primera parte, la que viene comandada por el privilegio observador para con la figura de la madre, es la que se adscribe de forma más evidente a toda la corriente antes citada. Las sensaciones, las visiones, el pánico de Renai permite que las sospechas espectadoras se encaminen a los rincones inciertos de la casa. La cámara de Wan se mueve con astucia imponiendo, cercanísimamente, que sean observados los recovecos alertantes definidos por la alarma de aquella.

Además, va quedando patente que Wan no está por la labor de grandilocuencias expositivas. Más allá de los consabidos sustos visionarios o fenomenológicos, el terror es inoculado mediante escuetas dosis escénicas, todas ellas imbricadas de forma que un pegajoso malestar ambiental se va apoderando de la narración a través de detalles como la soledad de la madre en la casa, mientras trata de componer una canción, las inquietantes ausencias del padre en la escuela, la poca calidez que desprende el nuevo hogar, las referencias a un pasado inminente matrimonial no demasiado feliz, o la no aparición de personaje alguno ajeno a la familia. El realizador muestra un interés paralelo tanto por la captación de los hechos extraños como por la exhibición de una cierta infelicidad latente en el ánimo de la pareja protagonista. Ni Josh ni Renai son elementos atormentados al uso fácil de una mera trama de combate con el mal.

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Esto queda definitivamente evidenciado con el giro que da la narración, cuando es la figura paterna la encargada de coger las riendas de la misma. La deriva mental o (mal)durmiente inoculada con la anómala aflicción de Dalton es aprovechada soberbiamente por el director. La entrada en escena de unos expertos en ataques de fuerzas oscuras e intangibles permite una deriva pseudo-científica que el director estimula con eficacia al circunscribirla opresivamente al ámbito del que en ningún momento se ha apartado la atención: el núcleo familiar. El acierto máximo de Wan es ese obsesivo acotamiento espacio-temporal. El film está resuelto con una verosimilitud capturativa mucho más que enérgica, a la que no es en modo alguno ajena la extrema austeridad escenográfica en la que tiene lugar.

Insidius se hace fuerte exprimiendo al máximo esa modestia narrativa. Wan deslumbra con un ejercicio que va fraguando su obligado malestar mediante un puesta en escena calculadísima, sencilla y muy certera. En ella brillan la aquilatada utilización de la luz, la siniestra banda sonora, y la urgente precisión de todos los encuadres y movimientos de cámara interior. El realizador malayo parece reivindicar un regreso a un cine de terror no muy lejano en el tiempo, pero que, dados los parámetros de vulgaridad en rojo borbotón actuales, parece arqueológico. Insidius hace de su humildad susto virtuoso. Pánico del bueno. Palabra de crítico cuarentón “caguica”, muy embutido en butaca podándose hasta los puños, que no llamó a casa de mamá porque era muy tarde.

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