Título original: The Nun
Año: 2018
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Corin Hardy
Guion: Gary Dauberman (Historia: James Wan, Gary Dauberman)
Música: Abel Korzeniowski
Fotografía: Maxime Alexandre
Reparto: Taissa Farmiga, Demian Bichir, Bonnie Aarons, Charlotte Hope, Ingrid Bisu, Jonas Bloquet, Jonny Coyne, Manuela Ciucur, Jared Morgan, Sandra Teles, Boiangiu Alma, Laur Dragan
Productora: Warner Bros. / Atomic Monster / New Line Cinema / The Safran Company. Productor: James Wan
Nota: 0
Morrocotuda desfachatez, burda engañifa fílmica, onerosa operación recaudatoria merecedora de denuncia en juzgado de guardia, timazo insultante, cagarro de barro sin muñeco… LA MONJA es una absoluta vergüenza superiora, que no merecería ni el esfuerzo de estas tres líneas si no fuera porque, como objeto de análisis de la calcada insustancialidad que vive el cine comercial en la actualidad, vale la pena detenerse mínimamente en la aberrante magnitud de su bochornoso descaro.
Todos sabemos lo mal que corren los tiempos para la originalidad, para el riesgo, para el incentivo de aportaciones con vocación de novedad y autosuficiencia. El cine comercial contemporáneo, salvo contadísimas excepciones (ahí está el reivindicable empeño de superación en el que Tom Cruise ha sabido embarcar a la franquicia MISIÓN IMPOSIBLE; o, cómo no, la fecunda seriedad revitalizadora y arriesgada desde la que George Miller concibió y ejecutó el maestro regreso a MAD MAX) parece haber vetado cualquier posibilidad a ese estímulo y, claro está, la consecuencia inmediata a esa drástica (y ya inatajable) capitulación es la condena a la reincidencia, a la repetición, al facsímil, en definitiva, a la gallina capitulación frente a lo consabido. El síntoma más nítido y evidente de esa inclemente y empobrecedora terquedad es la cansina reincidencia en la fórmula de las sagas, las entregas por episodios, el vacuo alboroto de secuelas y precuelas contra el que se ha conformado la industria cinematográfica.
LA MONJA es, quizás, una de los más descarriados e indecorosos ejemplos de esta infamia consistente en exprimir al máximo la estela de un producto estrenado con éxito de público. Parece mentira que James Wan, creador de la apasionante EXPEDIENTE WARREN: THE CONJURING, obra mediante la cual se confirmaba como una de las más sólidas y afiladas posibilidades de brillantez que habían aflorado dentro del panorama del cine de terror del presente siglo, haya claudicado de un modo tan obsceno a ese afán meramente lucrativo, degradando la intachable valía de aquella obra. Ni las dos entregas de ANNABELLE, ni este supino desfalco están, ni de lejos, a la altura de los films protagonizados por Vera Farmiga y Patrick Wilson. Todo lo contrario, parecen confabularse, desalentadoramente, para poner borrones en cuanto a la ponderación de sus pretéritos logros.
La excusa de esta chapucera infamia la genera la aportación de un episodio génesis, esto es, una trama anterior a la del film referente, en la que se propone una investigación biográfica de los personajes protagonistas de la saga: un spin-off, o precuela germinal y, por lo tanto, dependiente, enlazada a aquel. En esta ocasión, el film se traslada a los años 50. La acción se enmarca en una abadía rumana a la que el Vaticano envía a dos súbditos, un sacerdote especializado en posesiones demoniacas y una novicia que está a punto de confirmar sus votos, a investigar unos oscuros hechos allí acaecidos, en los que el suicidio de una de las hermanas que allí viven en clausura parece esconder una peligrosa y maligna realidad. Transcurrido el prólogo en el que se escenifica la tesitura de la monja suicidada, el film, o soga con alfileres en el pescuezo del espectador, no tarda un instante en revelar su torpe insignificancia de chasco, bagatela y embaucamiento. LA MONJA es la estampita del timo.
No sabemos qué atributos cinematográficos habrá entrevisto el creador de INSIDIUS en el tal Corin Hardy, pero, vamos, le ha colado un gol por las dos escuadras a la vez: no desaprovecha ni una ocasión para dejar bien claro que su conocimiento de la narración cinematográfica es tan escaso como el número de veces que Paquirrín ha jugado en el once inicial del Real Madrid. LA MONJA es un preclaro compendio de acartonamiento escenográfico, tosquedad relatadora, negación para la sutilidad, infortunio en el suspense, encaminamiento hacia el callejón sin salida, chusquerío argumental, y regodeo en el lugar común. No funcionan ni los padresnuestros. Su desarrollo está más visto que la misa del Gallo. No hay una sola coartada sorpresiva que justifique su visionado: los personajes vagan a capricho de una insultante previsibilidad, perdidos dentro de una aburrida maraña de trampas, subrayados y sustos bajo cero, exhibida atendiendo a un único principio expositivo: la rácana pericia observadora de un realizador que parece conformarse con hacer del susto el tocino que creyó ser la velocidad.