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Título original Volver

Año 2006

Duración 122 min.

País España

Director Pedro Almodóvar

Guión Pedro Almodóvar

Música Alberto Iglesias

Fotografía José Luis Alcaine

Reparto Penélope Cruz, Carmen Maura, Chus Lampreave, Lola Dueñas, Blanca Portillo, Yohana Cobo, Antonio de la Torre

Productora El Deseo S.A.

Valoración 8

 

Antes de la que se avecina con LA PIEL QUE HABITO, remontémonos a la última vez que el autor de ÁTAME supo ponerle el cascabel al intermitente gato de su talento. Tras el espanto de LA MALA EDUCACIÓN, Pedro volvía con VOLVER, y VOLVER encaminaba a Pedro por la vereda del Pedro menos Almodóvar. Al cine de este artista internacional siempre le han sentado de maravilla las rosquillas, las macetas y las medias de luto pantorrilleras. Muchos de sus mejores momentos hunden su sublimidad en la profundidad reivindicada de la España honda.

En LA FLOR DE MI SECRETO, el castigado personaje que interpretaba Marisa Paredes retornaba a su pueblo natal para aliviar sus males. Allí, entre encajes de bolillos y vecinas a la sombra fresca, le esperaba Chus Lampreave en el patio de su casa más particular, con caldos y palabras cercanas, dispuesta a templarle a su hija los dolores que le tenían el corazón hecho una torrija aceitosa. En la más anterior ¿QHÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO? el personaje que incorporaba con fiereza Carmen Maura mataba a su marido a base de jamonazos, esto es, a fuerza de certeros golpes de material óseo porcino, guardado en la cocina para procurar sopa fundamentada o buen potaje de legumbres. En VOLVER, Almodóvar aúna estos dos conceptos, el de alivio y muerte, para ofrecernos un film emotivo, poroso y cándido como ningún otro de los que componen su ya extensa filmografía.

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El director de HABLE CON ELLA nos sugiere el desplazamiento hacia el lugar remoto e inaccesible de su propia memoria. La Mancha que nos propone es la que vive en su recuerdo. A ella encomienda la bonanza de los hallazgos de su creatividad. Creatividad que aquí parece concentrarse, liberarse de digresiones, acomodarse en la pureza de los instintos más primarios, en la simpleza del temor elemental. Almodóvar se sitúa en la piel dócil del niño que, en la cama, a punto de dormir, se desespera ante la llegada inminente de la madre a que le recite un cuento.

VOLVER funciona como si fuese "La fábula de la madre fantasma" que ese niño escucha embelesado y estremecido. Hay que asumirla desde esa inmediatez fabulosa, entregada y limpia, pues el primer convencido de la existencia de ese encantamiento es el propio autor. VOLVER es el cuento que Almodóvar se ha inventado para acceder al mundo en el que el pequeño Pedro gozaba del universo de lo contado. Un cineasta de tamaña consideración no se busca de esa forma por capricho, sino por absoluta, desesperada, urgente necesidad: la de evolucionar, aunque sea volviendo al lugar donde todo empezó. Con VOLVER esta vaca oscarizada encuentra su cencerro. Por él, se dirige a la arcadia de su origen, al camposanto en el que yacían, esperando su llamada, los ancestros que lo han marcado de por vida en su andadura creativa.

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La virtud principal que hallamos en la última obra de este manchego pródigo, sofisticado y atascaburras es la discreción, el juicio con el que plantea el retrato de este conjunto de mujeres al borde de un ataque de esperanza ultratumba. VOLVER contiene las primeras tentativas de cine fantástico que emprende su autor. Su tanteo con este género es arriesgado, sorpresivo, y está resuelto con maravillosidad, pues deviene tan "almododramatizado" y efectivo como el gazpacho estupefaciente que Rosy de Palma se tomó cuando el ataque que le iba a dar a sus mujeres era de nervios. Las aparecidas de Almodóvar no traspasan las paredes de un castillo con un candelabro en la mano, sino que hacen pestiños, canutillos y gimnasia antioxidante en una bici estática.

Esta historia de redivivas y esforzadas comienza con una escena en la que las vivas cuidan, limpian, asean las moradas de sus muertos, y concluye con otra, sobrecogedora, emocionante, en la que una muerta es quien promete mimar los últimos suspiros de una viva a punto de morir. En VOLVER, los muertos viven ante los vivos con la apariencia de no serlo. El realizador los coloca apretados, empleados (aunque sea de ayudante de peluquería) en la realidad que describe con una facilidad y una prontitud que solo alardean de cercanía, sencillez y verismo, ahorrándose florituras fantasmales o fenomenológicas que socavaran esta exigente opción cotidiano-auténtica.

Lejos de supeditarse a los designios de su siempre alambicada narratividad, Almodóvar opta más que nunca por la descripción de sus féminas, por la observación minuciosa de sus reacciones ante determinados hechos luctuosos que las van acorralando: Raimunda (Penélope Cruz) deberá ingeniárselas ante el terrible acontecimiento que acaece en la cocina de su casa; Agustina (Blanca Portillo), ante la confirmación de una terrible enfermedad, se ve urgida a esclarecer unos hechos relacionados con la desaparición de su madre; Irene (Carmen Maura) habrá de afrontar las distintas perplejidades que provocan su reaparición, y Sole (Lola Dueñas) tendrá que vérselas con la asimilación candorosa de su propia perplejidad. El vivo al hoyo y el muerto... al tinte.

No resulta baladí, pues, la presentación de todas ellas, ya juntas, dentro de un cementerio, la víspera de todos los santos. Almodóvar lidia con la muerte y le hace a ésta una faena de dos rabos y un cuerno (los dos machos del film acaban en INRI). Las protagonistas de esta fábula fúnebre, modesta y dichosa merodean ataúdes y fallecimientos con la frescura y el donaire lozano de quien descubre su escote en primavera: una cuida el agujero de su propia tumba como si se tratara de un aparte del jardín de su casa; otra, a la rivera de lo que en tiempos fuere su río favorito, le hace el agujero definitivo a un cadáver refrigeradito; otra sale de su sepulcro; la más joven (Yohana Cobo), sin ánimo de nicho alguno, hará un muerto en defensa propia. Y hasta hay una, la pobre Tía Paula (Chus Lampreave), que tiene el cuerpo presente como Dios manda.

Además de la serenidad con la que lubrica el ritmo del film, de la exquisita puesta en escena ostentada con insolencia y cuidado, de la equilibrada precisión con la que se recurre a un humor en absoluto altisonante, sino más bien redentor, Almodóvar no deja de mostrar el ajo de la fortuna que lleva siempre bajo su manga: la excelencia de un trabajo actoral ciertamente superlativo, entregado y hechizador. Penélope Cruz está a la altura del regalo que su amigo le brinda. Ella le hecha el par de todo lo que tiene no trémulo por arriba y por abajo, del derecho y del revés. Sabe cuajar la fortaleza carnal y esforzada que exige esta Raimunda madraza, buena, espabilada y guapa, guapa, guapa. La Cruz aguanta el acoso del director y el argumento con la lozanía y la generosidad de las grandes.

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A una deliciosa Lola Dueñas le falta la voz de pito para estar a la altura de la amada e inolvidable Gracita Morales que está pidiendo a gritos su Sole angelical, sobrepasada y temerosa. El gracejo ingenuo y dulce que perfilan sus ojos abiertos bajo ínclito flequillo deparan los momentos más divertidos del film: su manejo por la pelu clandestina, la reconversión en rusa de su madre, las elevaciones alertadoras del tono de su voz, sus temores ante el velatorio, acallan el drama general para retorcerlo en risa. La gran Maura se le regresa a Pedro para ponerle el cuerpo y las canas a Irene, la viva muerta de este parábola inhumante. Su trabajo es aterrador. La actriz pone mirada de vela a un cometido que la obliga a moverse, a agacharse, a esconderse encogida entre claroscuros y sombras (bajo una cama, dentro de un coche, velando a una enferma). La naturaleza limítrofe y desconcertante de su personaje le impone iluminar con dureza, dolor y paciente ternura el paseo, desde la fosa a la vida, al que la fuerza su personal purgatorio.

Si Irene, convenimos, incorpora la viva en muerte, Agustina resulta la muerta en vida que Blanca Portillo inmortaliza ya para siempre como una de las criaturas mejor paridas por su creador. Esta pueblerina canutera, sin madre, enferma, sonriente, tenaz y magnánima acaba resultando el personaje más infeliz y desventurado de la película. La actriz desvela su complejidad con inusual delicadeza, sin dejar de hacer entrever los matices marchitos que percibimos en esta vecina condenada a la soledad mortificante de ese pueblo con calles sin gente. Su cabello excesivamente rasurado sugiere un desencanto de tacones guardados mil veces en una maleta inútil. Agustina es un abanico de medio luto, que se prepara a caer definitivamente de la mano que lo abre y lo cierra.

VOLVER nos recupera al mejor Almodóvar. No obstante, el film, pegando la "campaná" que pega, es casi perfecto. Pero me guardo el listado de imperfecciones no vaya a ser que se me aparezca el manchego esta noche debajo de la cama dispuesto a rebatirme la argumentativa oposición. Después de VOLVER, no sabe ya uno lo que tiene bajo el colchón. Eso sí, no acabo yo el presente redactado sin hacer mención a la mejor escena del filme. Creer o no creer, no es esa la cuestión. Ni el más allá, ni el más acá. La cuestión es soñar con un mundo mejor que éste que habitamos los vivos: uno en el que, de repente, sonaran unos golpes en el maletero de tu coche, y, al abrirlo, te encontraras con que el lugar de tu equipaje lo ocupa tu madre regresada. Que así sea.

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