Título: The Dictator
Año 2012
Duración 83 min.
País USA
Director Larry Charles
Guión Sacha Baron Cohen, Alec Berg, David Mandel, Jeff Schaffer
Música Erran Baron Cohen
Fotografía Lawrence Sher
Reparto Sacha Baron Cohen, Anna Faris, Ben Kingsley, Jason Mantzoukas, Bobby Lee, Anthony Mangano, Jeff Grossman, Megan Fox, John C. Reilly, Edward Norton
Productora Paramount Pictures
Valoración 6.2
El británico Sacha Baron Cohen, con todo miccionante merecimiento, se ha granjeado el título de desvergonzado cómico cinematográfico iconoclasta, de fulminante efecto tronchador. Bárbaras, incatalogables, sinvergüenzas criaturas como su BRÜNO (2009), su ALI G ANDA SUELTO (2002) y, fundamentalmente, su genial BORAT (2006) han contribuido a que sea un creador esperado, pues, por desgracia para los necesitados, no anda la comicidad en el 7º arte sobrada de talentos como el suyo.
Ahora podemos saborear el nuevo alumbramiento gestado en su ensañante factoría artística. EL DICTADOR viene a convertir en diana de sus impíos dardos envenenados a la figura de un tirano islamista, cocido en las barbas difuntas de un posible Gadafi opresor, caprichoso, multimillonario a costa de la dignidad de su pueblo, y con los escrúpulos a la altura de su condescendencia y de su respeto para con los derechos humanos de aquel.
El almirante Haffaz Alladeen es el impresentable mandatario principal de un pequeño estado norteafricano llamado Wadiya. Allí campan a sus anchas las excentricidades absolutas y peligrosas de Alladeen. Debido a su inquietante y desmesurada querencia por las armas nucleares acabadas en punta, la ONU le viene amonestando desde hace unos años. El último toque de atención provoca una visita a la sede de la organización en Nueva York. Allí Alladeen será víctima de un complot orquestado por allegados suyos.
La característica principal que desvincula a EL DICTADOR de sus dos últimas producciones es que el dispositivo pseudo-documental emplazado en ellas con tan descarada y milimétrica virulencia no aparece. El último film de Baron Cohen se somete al imperativo de la ficción total: no se trata de orquestar, poner en orden toda una especie de falso documental aprovechando un suculento material grabado mayormente de forma oculta, sino que el protagonista es un personaje creado para la ocasión, al que el actor presta su desfachatado poderío rompedor dentro de una historia inventada por un grupo de guionistas (entre los que se encuentra él mismo).
Aquí se cuaja la carencia fundamental de la propuesta, el obstáculo que merma la magnitud Baron Cohen. Si en BRÜNO o BORAT, el realizador Larry Charles era capaz de disponer una compleja puesta en escena capaz en todo momento de estar a la altura de la incontenible capacidad para la demolición erupcionada por el actor británico, en EL DICTADOR yerra por completo su tarea, pues no la adapta a la nueva estrategia impuesta por el nuevo tipo de guión antes mencionado.
En aquellas dos, Charles ejercía de ágil capturador de las andanzas del terrorista humorístico que anida en Baron Cohen, esto es, era mucho más importante el anonimato de un cámara oculta que el virtuosismo de un realizador dentro de un set de rodaje al uso. La apariencia desaliñada del producto final, por ejemplo, era un válido recurso de credibilidad, que añadía un plus irónico apabullante a la experiencia del espectador en la sala. En EL DICTADOR Charles exhibe una formidable insuficiencia realizadora, pues parece pasar por alto que la premisa de partida ya no es la misma.
El hecho de que este film venga originado por una trama de hechos completamente ficticios debería haber hecho modificar al realizador su estrategia: EL DICTADOR padece de una falta de sutilidad escénica evidente, que resta potencialidad tanto al vitriólico alegato que impele al guión, como, fundamentalmente, a la indesmayable brutalidad actoral del Baron Cohen. El director no está a la altura de la urgencia salvaje con la que éste sigue pincelando al personaje que goza interpretar.
De ahí que EL DICTADOR parezca repetitiva, menos eficaz y redonda que las magníficas tropelías anteriores. El director debería haber sido consciente de que en esta ocasión su labor era la de situarse al frente de una comedia con un personaje interpretado por el actor Sacha Baron Cohen y, como tal, pergeñar un dispositivo escénico en el que la progresión de aquel dentro de la trama estuviera construida con una cierta elegancia mordaz que sólo aparece en contadas ocasiones. Por momentos, (escenas del muestrario de instrumentos torturadores y del asalto al hotel desde la azotea de enfrente) Charles parece un mero emulador de la franquicia ATERRIZA COMO PUEDAS.
Sin embargo, la película supera esta inesperada salvedad porque el huracán Baron Cohen sigue completamente en forma. El poderío del humorista continúa en su agradecible gradación de bestialidad inteligente. Escenas como las del parto en la tienda o como la del descubrimiento de que el sexo puede ser cosa de uno dan constancia de que Cohen mantiene en activo su fascinante sentido de la desmesura y de la sinvergonzonería. Las puyas al feminismo, al ecologismo, a ciertas costumbres aparentemente democráticas, a ciertos tabús islámicos, así como la utilización de ciertos rostros famosos (Megan Fox o la foto con un conocido actor metido a político) son continuadamente jocosas.
En conclusión, EL DICTADOR hubiera sido el mandibulazo que persigue si se hubiera tenido en cuenta de que las reglas de la comedia de ficción se rigen bajo imperativos mucho más serios de lo que parece. Seguimos queriendo ser testigos de las propuestas de Baron Cohen, pero va siendo hora de que trate de estimular una reforma a la plataforma que las debe dar cobijo.